Lo curioso de las dictaduras del siglo XXI (lo que nuestros cursis llaman «democracias liberales») es que, pese a sus poderosos medios de represión, temen el más leve murmullo de disensión:
–Un descuido al hablar, una broma inoportuna bastan para insinuar la herejía –avisa Jacques Barzun en su imponente ensayo Del amanecer a la decadencia.
La tolerancia (permitir la libertad de expresión) no tiene límites lógicos, y los gobiernos de todas partes del mundo siguen hoy día (Barzun murió en 2012) matando y exiliando en pro de la uniformidad. Cualquier forma de persecución, dice, implica una asombrosa fe en el poder de las ideas, o aun de simples palabras pronunciadas al azar. En la Rusia soviética, recuerda, las desviaciones eran condenadas por apartarse del significado de alguna frase de Marx o de Lenin; en la Europa liberalia, pretenden condenar por apartarse del significado de alguna frase de la Comisión o de ese Pons que va de Calvino dándole al ‘Parmentier de Canard’ en ‘La Hache’.
–Cómo se conjuga esto con el dogma marxista de que las únicas causas de los hechos son materiales es poco claro. La Inquisición católica tenía una mejor valoración de lo que era perjudicial y por qué –anota Barzun, que cuenta cómo Inglaterra quemó en la hoguera a un buen número de protestantes y católicos por veces, durante tres reinados, todo ello legalizado con una ley, Del deber de quemar herejes, obra del Parlamento, no de la Iglesia, que proponemos a sociatas y peperos, ahora que copian al liberalismo inglés, para hacer pasar por Estado de Derecho su Inquisición liberal para recalcitrantes. ¿Qué clase de inquisidores saldrán de estos batracios que hoy nos tiranizan?
Barzun trae el ejemplo de El Veronese, que pintó una Última Cena que incluía soldados alemanes, enanos y perros. Después de Trento, el arte fue sometido a censura, y la Inquisición llamó al pintor, que respondió sobre su oficio: «Pinto y compongo figuras». «¿Sabes por qué compareces?». «Sus señorías habían ordenado que se pintara una Magdalena en el cuadro en lugar de un perro. Yo dije que haría cualquier cosa, pero que no veía cómo era apropiada una figura de la Magdalena en ese lugar». «¿Qué está haciendo san Pedro?». «Trinchando el cordero». «¿Y el que está a su lado?». «Tiene un palillo con el que se limpia los dientes. Pinto como creo oportuno y mi talento me permite». «¿Sabes que en Alemania y otros lugares infestados de herejía hay cuadros que se burlan de la Santa Iglesia Católica?». «Eso está mal, pero yo sigo lo que han hecho mis superiores en las artes. En Roma, Miguel Ángel pintó al Señor, a su Madre, a los Santos y a las Huestes Celestiales desnudos, incluso a la Virgen María».
Los inquisidores decretaron que el cuadro debía ser corregido, pero el Veronese sólo cambió el título de la obra, que en adelante se llamó El banquete en la casa de Leví. Y no pasó más. Hoy estaría preso.
© ABC
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