Uno siempre se dice «ya no pueden ir más lejos; por más barrabasadas que cometan ya nada me puede sorprender de ellos». Y luego van.., te enteras de una salvajada más, y te caes de la silla. Es lo que nos ha pasado en la Redacción de EL MANIFIESTO al enterarnos de una noticia que sólo atañe, es cierto, a la Iglesia anglicana, pero cuyo espíritu concuerda con el de las demás Iglesias cristianas (con la honrosa excepción, es cierto, de la ortodoxa). Católicos, luteranos y calvinistas aún no lo han hecho, pero en cualquier momento podrían hacer lo mismo que sus hermanos anglicanos.
Vean arriba la hermosa, la sublime, la sagrada imagen que ofrece (vista desde fuera) la catedral gótica de Canterbury, la más antigua de toda Inglaterra. Y vean ahora cómo la dejaron los propios clérigos después de pintarrajear todo su interior con grafitis. No contentos con ensuciar nuestras calles, ahora mancillan también nuestros templos.
Pero lo más grave ni siquiera es eso. Lo peor son los motivos por los que se efectuó la barrabasada. Los explicó Su Eminencia Reverendísima David Monteith, Decano de Canterbury, declarando que ellos mismos —no los moros, no los pakis violadores de niñas, no los ateos, no los revolucionarios….— habían escupido contra lo bello y profanado lo sagrado con el fin de «representar las voces de las comunidades marginadas» [sic]. Y añadió: «Hay una crudeza que se ve magnificada por el estilo del grafiti, que es disruptivo. Es puro y sin filtros […]. Esta exposición busca tender puentes entre culturas, estilos y géneros y nos permite recibir los regalos de gente más joven que tiene mucho que decir».
Mucho que decir… y aún más que aniquilar en esos templos donde lo único que se celebra —decía Nietzsche— ya sólo son los funerales por la muerte de Dios.
Y por la muerte de la Belleza. Y por la de lo Sagrado. Esos templos cuyos garabatos proclaman, como bien lo sabía George Orwell, que «lo feo es lo bello, y lo bello, lo feo».
P. S.: Y, mientras tanto, en Siria y en el África negra, las hordas islámicas siguen matando como conejos, día sí y día también, a centenares o miles de católicos. Y, ante el genocidio, ninguna voz se alza, ni en el Vaticano ni en sitio alguno.