29 de junio de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Una hermosa cementera hermoseando el paisaje como un escupitajo lanzado contra la Naturaleza

Grecia, el cristianismo y la técnica

Ya basta de tanto ocuparnos de la «inmediatez política», ya basta de dar vueltas y más vueltas en torno las candentes cuestiones que agitan las embravecidas aguas de la Ciudad. Lo seguiremos haciendo, por supuesto, pero de cuando en cuando toca alzar la vista o —lo que es lo mismo— bajarla hasta el fondo. Pensemos en serio, de verdad, nuestra relación con la Naturaleza, esa fabulosa deidad sin la cual nada sería y nada seríamos.

 

El cristianismo y la técnica Existe una idea muy extendida, especialmente en la Nueva Derecha, según la cual la técnica moderna, con todo su bagaje de devastación, tendría su origen en el cristianismo. Alguien tan erudito y lúcido como Alain de Benoist escribía recientemente que es en el libro del Génesis donde Dios ordena al hombre «someter» la tierra, donde «se inaugura ya el despliegue planetario e incondicional de la esencia de la técnica moderna». Esta tesis merece ser debatida.

¿Cuál es el punto de vista de la Iglesia? En el libro del Génesis, Dios dice al hombre: «Llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se arrastran sobre la tierra» » (Gn 1,28). Desde los primeros Padres griegos, pasando por san Agustín y santo Tomás, la Iglesia ha interpretado este versículo a la luz de lo que le precede inmediatamente, el famoso versículo del hombre creado «a imagen de Dios» (Gn 1,27). Es por su espíritu por lo que el hombre es imagen de Dios, y es porque está dotado de tal espíritu que Dios le da la tierra para dominarla. Este espíritu asigna al hombre su lugar: está por encima de los animales, pero por debajo de Dios y vinculado a Dios: estos dos aspectos van juntos.

Ahí está el quid de la interpretación cristiana del dominio del hombre sobre la tierra: la relación del hombre con la tierra (Gn 1, 28) no debe separarse de su relación con Dios (Gn 1, 27). San Agustín, al comentar este pasaje, subraya que el gobierno de las cosas temporales se basa en la contemplación de la verdad eterna. Lo mismo ocurre en santo Tomás: es porque la razón está sometida a Dios por lo que la tierra está sometida al hombre. Éste, añade, domina una parte de la creación como lugarteniente o aprendiz de Dios: su lugar no es el de un dominador universal.

Con otras palabras, el mundo no es del hombre, no es él su dueño ni su poseedor, no puede hacer con él lo que quiera, sino que debe utilizarlo en el orden querido por Dios. «El fin último de las demás criaturas no somos nosotros » (Laudato Si § 83), sino Dios, ya que « todo ha sido creado por Él y para Él » (Col 1,16). Por lo tanto, el hombre debe «cultivar» (Gn 2,15) la tierra para alimentarse, pero también debe «guardarla» (Gn 2,15), es decir, protegerla. Lejos de una dominación absoluta, el don de la creación al hombre le impone una responsabilidad y unos límites: «Esta responsabilidad de una tierra que es de Dios implica que el ser humano […] respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo» (Laudato Si § 68).

En suma, pensar que el relato del Génesis legitima un dominio absoluto sobre la naturaleza «no es una interpretación correcta de la Biblia, tal y como la entiende la Iglesia» (Laudato Si §67). A lo sumo, se podría pensar que desde hace 2000 años el cristianismo se equivoca en su lectura de la Biblia, pero no se puede sostener que sea el origen de la técnica moderna.

 

¿Qué piensan los filósofos de todo esto?

El gran pensador de la técnica es Heidegger. Simplificando mucho, se puede decir que demostró que la técnica moderna es radicalmente diferente de la técnica antigua que siempre había conocido la humanidad. La era de la técnica moderna, la era industrial, se caracteriza por una determinada forma de ver el mundo, en la que todo parece estar disponible, como materia prima explotable. El suelo no es más que un almacén de minerales que extraer; el río, una fuerza hidráulica que explotar; el asalariado, una fuerza de trabajo que movilizar. Todo debe estar disponible sin restos ni residuos, todo debe ser íntegramente explotable. La técnica es la movilización general con vistas al máximo rendimiento. Por lo tanto, todo es objeto de previsión, planificación y cálculo. El objeto ideal para la técnica es la máquina. Es el producto de un cálculo, su funcionamiento es eficaz y predecible, y se integra perfectamente en la red de todas las demás máquinas. Vivimos en la era de la técnica no porque haya máquinas por todas partes, sino porque todo está pensado como una máquina: es el reinado de la cibernética.

La máquina es la realización integral del principio de razón formulado por Leibniz: nada es sin razón. El lema de la técnica es: lo real debe ser racional. La técnica es, por tanto, la matematización integral y forzada de lo real. Pero, sobre todo, la técnica está ligada a la metafísica. En efecto, la metafísica se caracteriza por el intento de comprender lo que es (to on, en griego) mediante la razón (logos); la metafísica es una onto-logía que pretende hacer racional lo real, en oposición al mito, la poesía o la retórica. Cuando Parménides inaugura la metafísica al afirmar que el ser y el logos son lo mismo, sienta al mismo tiempo las bases de la técnica moderna, que alcanzará su madurez unos 2500 años más tarde. La técnica moderna es la realización concreta y tangible de lo que no era más que un proyecto de la metafísica: hacer que todo lo que es lógico, racional, calculable y, por lo tanto, controlable, esté disponible y sea explotable.

El análisis de Heidegger, que hoy en día es un hecho histórico, es claro: la técnica «equivale a: la metafísica consumada», de modo que «la devastación de la tierra es el resultado de la metafísica». Jean Vioulac lo confirma: «La genealogía de la maquinación nos remite al momento griego, la técnica […] es el cumplimiento del destino de Grecia».

Pero hay más. La técnica, como hemos visto, considera todo lo que existe como un stock disponible y explotable. El hombre de hoy no es una excepción, está esclavizado por una maquinaria planetaria que lo reduce, como todo lo demás, a una simple pieza del fondo, disponible para el buen funcionamiento del conjunto, anónima e intercambiable. El hombre en la era de la técnica no es más que un engranaje que debe funcionar como es debido antes de ser sustituido y desechado: ya no es dueño ni posee nada. La técnica moderna no es en absoluto un instrumento en manos del hombre, sino todo lo contrario: es un proceso autónomo que no tiene otra finalidad que su propio crecimiento, para lo cual se apodera de todo, incluido el hombre. Pretender que el libro del Génesis, donde el hombre domina la tierra, es el origen de la técnica moderna, es pensar en la técnica moderna como un instrumento de dominación en manos del hombre, es perder completamente la esencia de la técnica. En resumen, ver en el Génesis el origen de la técnica moderna es insostenible tanto desde el punto de vista teológico como filosófico; es incluso un contrasentido sobre la esencia de la técnica. La técnica moderna no tiene origen cristiano, sino griego.

© Éléments

 


 

Ediciones El Manifiesto reedita
la gran novela de Vizcaíno Casas


Cómprela aquí y reciba, como obsequio,
un ejemplar de nuestra revista

 

 

 

               

Compartir:

Más artículos de ElManifiesto.com

Suscríbase

Reciba El Manifiesto cada día en su correo

Destacado

Lo más leído

Temas de interés

Confirma tu correo

Para empezar a recibir nuestras actualizaciones y novedades, necesitamos confirmar su dirección de correo electrónico.
📩 Por favor, haga clic en el enlace que le acabamos de enviar a su email.