Refiriéndose a los Juegos Olímpicos que, celebrados en Atenas en abril de 1896, acaban de ser recuperados por el barón Pierre de Coubertin, Charles Maurras escribió: “Nunca había habido una ocasión tan favorable para intentar distinguir exactamente el cosmopolitismo, que no es más que una confusa mezcla de nacionalidades reducidas o destruidas, del internacionalismo, que supone ante todo la conservación de los diferentes espíritus nacionales”. Los Juegos Olímpicos de 2024, la mascarada que allí se ha representado, la humillación que, ante el mundo, Francia se ha infligido a sí misma, todo ello nos permite ver hasta qué punto lo que se ha impuesto es un cosmopolitismo lleno de sus más aberrantes disparates.
En la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos se hizo también burla y befa de los guillotinados y masacrados por el Terror revolucionario. En una de las ventanas de La Conciergerie (Palacio de Justicia) apareció esta “Marie-Antoinette” decapitada y que cantaba el famoso canto de las turbas revolucionarias: “Ça ira, ça ira, ça ira, les aristocrates on les pendra!” [¡Ahí van, ahí van, ahí, a los aristócratas ahorcarán!”]
Emmanuel Macron, en su calidad de director de orquesta semiocultista y semiexhibicionista, fue su habitual oráculo, entonando extáticos hosannas dignos de la liturgia de la que es sumo sacerdote, pero ¿para celebrar a qué Dios? ¿Al nihilismo? El presidente alardeó con orgullo: “Los Juegos de París serán los más sostenibles, los más inclusivos, los más paritarios de la historia. Ningún país lo ha intentado hasta ahora”.
Mientras el ministro del Interior Gérald Darmanin se felicita por haber reducido la delincuencia en París a “prácticamente cero”, una serie de violaciones (incluida la de una turista australiana a manos de individuos magrebíes en una tienda de kebabs), robos y agresiones han desmentido, por desgracia, las fanfarronadas del gobierno. Para colmo de males, el entrenador de la selección masculina de fútbol de Argentina lamenta un robo durante un entrenamiento, cuyos daños se estiman en 50.000 euros. Al exfutbolista brasileño Zico, miembro de la delegación olímpica brasileña, le robaron en París un maletín con un contenido estimado en 500.000 euros. El día de la ceremonia de inauguración de los Juegos, los ferrocarriles franceses afirmaron ser víctimas de un “atentado masivo para paralizar la red de TGV“. ¡Los alborotadores redoblan sus esfuerzos para estropearlo todo!
Ian Brossat, senador del Partido Comunista por París, declaró en BFM TV: “La inmensa mayoría de los parisinos están muy contentos de acoger los Juegos Olímpicos“. Podemos agradecerle su circunspección. “Bastante contentos”, poco más, un júbilo matizado, tenue, sin excesos.
Si ellos hubieran estado ahí…
Si Nietzsche hubiera estado ahí habría declarado en las columnas de Mediapart, tras asistir a los ensayos: “Sin la música de Aya Nakamura, la vida sería un error. Los Juegos Olímpicos de París una tarea agotadora, un exilio”.
Si hubiese sido Oswald Spengler quien hubiera estado ahí, habría considerado el acontecimiento como una confirmación más de que Europa está “metafísicamente agotada” y que ha agotado todo su potencial. Declaró, aunque quizás pueda ser apócrifo: “Cuando la Cultura se estanca, la Civilización cierra el alma”, refiriéndose sin duda a las numerosas barreras y vallas que dificultan la circulación por la capital.
Por su parte, un Julius Evola presente en tal ocasión, habría podido recordar, frente a las barbaridades, frente a todo el espíritu del acto inaugural, algunos textos de su obra maestra, Revuelta contra el mundo moderno: “En la antigüedad grecorromana, los juegos —ludi— tenían un carácter parcialmente sagrado, lo que los convertía en expresiones típicas de la tradición de la acción. […] En la tradición griega, la institución de los juegos más importantes estaba estrechamente vinculada a la idea de la lucha de las fuerzas olímpicas, heroicas y solares, contra las fuerzas naturales y elementales. Los Juegos Píticos de Delfos recordaban el triunfo de Apolo sobre Pitón y la victoria de este dios hiperbóreo en la competición con los demás dioses. Los Juegos Olímpicos estaban igualmente vinculados a la idea del triunfo de la raza celeste sobre la raza titánica. Se dice que Hércules, el semidiós aliado de los Olímpicos contra los Gigantes en empresas de las que dependía estrechamente su paso a la inmortalidad, instituyó los Juegos Olímpicos extrayendo simbólicamente de la tierra de los hiperbóreos el olivo con el que se coronaba a los vencedores”.
Por su parte, Philippe Muray, que, como creador de la idea de que el actual “homo festivus” ha acabado con el “homo sapiens”, no habiéndose quedado nada sorprendido por todo este desenfreno festivo, habría exclamado, algo cansado: “Todo está consumado”.
Por su parte, la LICRA (Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo) no habría dejado de denunciar a Louis-Ferdinand Céline por incitación al odio, a raíz de sus críticas a la composición étnica del equipo francés: “Quien no quiera ser negrificado es un fascista que debería ser ahorcado. Cualquier cosa que pueda provocar el más mínimo estallido emocional, la más furtiva revuelta, entre las masas perfectamente envilecidas […] encuentra al crítico en una oposición inmediata, odiosa, feroz, irreductible”. Estas palabras fueron calificadas de “insoportables” y no fueron apoyadas por nadie. El escritor intentó, en vano, justificarse señalando las posiciones anticoloniales expresadas en su novela Viaje al fin de la noche.
Les ruego que no me reprochen haber hablar a los muertos, pues no he pretendido ofender la virtud de la piedad filial, que me es la que más aprecio. Todo es una farsa. Y, sin embargo, tal vez haya algo de seriedad tras estas apariencias engañosas, como decía Rabelais de sus cuentos grotescos, comparándolos con las Silenas. ¿No dijo Auguste Comte que “los muertos nos gobiernan”?
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