Nada contentos (y uno los comprende) han quedado nuestros liberales medios patrios con el resultado de las elecciones celebradas en Chile el pasado domingo. En ellas, el conjunto de partidos de derechas se anuncia como virtual vencedor en la segunda vuelta que se celebrará en diciembre y que, de cumplirse las expectativas, llevará a José Antonio Kasta a la presidencia de la república. Sin querer echar aún las campanas al vuelo ni vender la piel del oso, son éstas unas más que excelentes noticias que, desde Chile, comenta en directo Juan Ignacio Brito.
En la lista de perdedores del domingo hay uno que se menciona poco: el proyecto liberal. Malherido desde 2019, ahora tuvo un sepelio de primera. Ya había sufrido un traspié serio en las primarias oficialistas, cuando Carolina Tohá fue derrotada por Jeannette Jara. La humillación de Evelyn Matthei fue otro golpe.
El sueño liberal comenzó a naufragar el 18 de octubre de 2019, el día en que Chile despertó como un “oasis de tranquilidad” en la región y se fue a dormir como un país latinoamericano más. Desde entonces, las huestes pipiolas no conocen de victorias: perdieron sendas elecciones para elegir a los miembros de la Convención y el Consejo Constitucional, las presidenciales de 2021 y las de anteayer. Su presencia en el Congreso ha ido sostenidamente a la baja, al igual que su participación electoral. La mejor metáfora de su decreciente protagonismo es la extinción de Evópoli, que no alcanzó los mínimos legales para continuar existiendo.
Los liberales ya no disputan el poder; ven cómo otros lo hacen. Han sido desplazados por unos muy desiguales tres bloques que redefinen la política chilena y que corrieron con dispar suerte el domingo. Aunque muchos hablan del clivaje 62/38 derivado del plebiscito del 4 de septiembre de 2022, es posible también postular un renacimiento de los tres tercios en versión siglo XXI. Ninguno de ellos es liberal.
En primer lugar, la izquierda, dominada por la competencia entre el Frente Amplio y el Partido Comunista. Este sector no ha logrado desprenderse del tufillo a octubrismo que lo contamina (“el que no salta es paco”, gritaban los partidarios de Jara en el cierre de campaña). Si a ello se suma la mediocre gestión del gobierno, no resulta tan extraño el resultado de la candidata. La desmesura y la ineptitud se han combinado para quitarle arrastre a la izquierda refundacional, de la cual cuelga como un apéndice el Socialismo Democrático. Con todo, la izquierda sigue siendo un actor clave.
Un segundo bloque relevante es el populismo. Descartado y mirado en menos por las élites biempensantes, este sector ha mostrado una resiliencia notable. Encarnado en un principio por la fracasada Lista del Pueblo, ahora encontró portavoces en Franco Parisi y el Partido de la Gente. Desde 2019, los populistas han mostrado un peso electoral considerable (más todavía con el voto obligatorio), pero no una estructura que les permita organizarse. La desintegración de la primera versión del Partido de la Gente es una amenaza que planea sobre el populismo. Si éste logra ordenarse y Franco Parisi mantiene un liderazgo presente, puede desempeñar un rol que se relacione con su caudal electoral y esperar su turno, especialmente si la derecha de José Antonio Kast no lo hace bien en caso de llegar a La Moneda.
La tercera fuerza del Chile postliberal es el conservadurismo, encarnado tanto por los republicanos de Kast como por los nacional libertarios de Johannes Kaiser. Este es, sin duda, el grupo más empoderado hoy, como lo atestigua el resultado del domingo y el hecho de que los republicanos se hayan convertido en el partido más numeroso en la Cámara. El auge conservador, descartado por mucho tiempo por la soberbia liberal, cobró impulso tras 2019. La reacción antioctubrista y la obsesión por el orden que hoy abraza una parte importante de la sociedad han dado alas a este revival neoportaliano que probablemente llevará a Kast a La Moneda.
Los dispares tres tercios postliberales tienen que plantearse preguntas. La izquierda habrá de hacer una autocrítica tras un gobierno improductivo y un fracaso electoral; el populismo deberá ver si logra acabar con la montonera y levantar una alternativa viable; y la derecha conservadora tendrá que construir una coalición, porque aún carece de fuerza suficiente en el Congreso. Esas parecen ser, pintadas con brocha gorda, las cartas que se reparten en el Chile postliberal.
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