Como epígrafe de esta entrevista hemos colocado las palabras del Ayatolá Jomeini, el sanguinario fundador de la tiranía islámica de Irán, sobre lo que se debe hacer a las prisioneras vírgenes antes de ejecutarlas. Sirvan tales palabras para recordar a todos —y en particular a una Derecha identitaria que, cegada por su animadversión hacia el Estado de Israel, parece a veces olvidarlo— de qué se trata y de qué va en la lucha de la Civilización (o de lo que de ella aún quede) contra la Barbarie.
«Las prisioneras vírgenes deberían ser violadas
antes de ser ejecutadas para que no vayan al cielo.»
Ayatolá Jomeini
Una semana después de que Israel iniciara sus ataques aéreos sin precedentes contra Irán, un miembro destacado de la casa imperial iraní, el príncipe Davoud Pahlavi, concedió una larga entrevista al medio francés Boulevard Voltaire. Nos ofrece su análisis de la situación, tanto en Irán como entre la diáspora iraní en todo el mundo, y comparte con nosotros sus esperanzas para esta nación milenaria que es Irán.
El príncipe Davoud Pahlavi, nieto del príncipe Ali Reza Pahlavi (1922-1954), hermano menor del último Sha, Mohammad Reza Pahlavi (1919-1980), desciende en línea directa de Reza Shah el Grande (1878-1944), fundador del Irán moderno, y quien su bisabuelo. Tercer heredero presunto al trono imperial, no solo se reivindica como monárquico, sino ante todo como patriota demócrata, comprometido con un Irán postislámico, laico y abierto al mundo.
Monseñor, su primo, el príncipe Reza Pahlavi, acaba de llamar al pueblo iraní a la rebelión nacional. ¿Qué eco puede tener este llamamiento en un país que lleva 45 años viviendo bajo el yugo de una dictadura islamista?
Fue un momento de una intensidad poco común, uno de esos momentos en los que el corazón se inflama y el alma se eleva, impulsada por un profundo orgullo y una admiración sin límites. Este discurso, magistral, digno de un verdadero jefe de Estado, resonó como un vibrante himno a la patria, impregnado del amor apasionado de un patriota por su pueblo y su tierra. Cada palabra, cuidadosamente elegida, parecía brotar de una fuente inagotable de convicción y esperanza, tejiendo un vínculo indisoluble entre el orador y aquellos a quienes se dirigía.
Al expresar su apoyo incondicional a su pueblo, supo infundir un rayo de esperanza en los corazones heridos por la prueba. Más que un simple mensaje, fue un llamamiento solemne, un grito desde el corazón que exhortaba a la desobediencia civil, a romper las cadenas de la opresión con la fuerza de la unidad y la determinación. Este llamamiento se extendía a las fuerzas armadas, instándolas a unirse a la causa del pueblo, a elegir la justicia y la aspiración colectiva a la libertad. En ese momento, el ideal de una nación unida parecía de repente al alcance de la mano y lo imposible se hacía posible.
¿Ve usted venir un levantamiento popular?
Soy consciente de que el camino hacia la libertad será largo y estará sembrado de obstáculos. Nuestro pueblo es hoy víctima colateral de un conflicto que no ha querido ni provocado, atrapado entre la República Islámica e Israel. En este clima de terror, en el que los bombardeos y la represión se suceden sin tregua, aún no es momento para la acción colectiva, sino para la emoción en estado puro, el duelo silencioso y la búsqueda desesperada de sentido ante lo absurdo.
Creo firmemente que será necesario un detonante, un acontecimiento de excepcional fuerza psicológica y emocional, para que pueda surgir el ansiado despertar. Ese momento, en el que los miedos profundamente arraigados se desvanecerán ante una ola de esperanza y valentía, marcará un punto de inflexión. Cuando llegue ese día, el eco de este discurso, grabado en la conciencia, resonará con renovada fuerza. Galvanizará las almas, liberando a nuestro pueblo de las cadenas que lleva desde hace casi medio siglo, para abrir el camino hacia un nuevo futuro.
En el centro de esta lucha, tocamos la esencia misma del ser humano. Con nuestras acciones, debemos ante todo escuchar a nuestros compatriotas, estar a su lado, acompañarlos en estas pruebas con compasión y determinación, hasta la victoria final. Porque es juntos, respetando la laicidad y las convicciones políticas de cada uno, como todos los iraníes demostrarán que existe un Irán portador de esperanza, libertad, igualdad y democracia. Un Irán que también será un vector de estabilidad para Oriente Medio y todo el mundo libre, una vez que se haya liberado de los integristas y del islam político que ha causado tantas muertes. Ha llegado el momento de mostrar nuestras fuerzas, así como nuestra unión, y de actuar.
¿Puede el régimen de los mulás aprovechar este llamamiento desde el extranjero para tachar al príncipe heredero de instrumento de Estados Unidos o de Israel?
Conocemos perfectamente el discurso de este régimen teocrático, totalitario y profundamente corrupto, que rechaza con vehemencia todo lo que representa Occidente y profesa un odio visceral al Estado de Israel desde el primer día de su llegada al poder, en 1979. Este régimen se basa en un adoctrinamiento intensivo e incesante, manipulando las mentes para afianzar su autoridad y perpetuar su ideología opresiva. El ayatolá Jomeini, inspirado por los Hermanos Musulmanes, acariciaba el sueño obsesivo de borrar a Israel del mapa del mundo. Desde entonces, sus sucesores han perseguido esta ambición destructiva con una determinación implacable, movilizando inmensos recursos financieros y logísticos para armar y apoyar a sus proxies, como Hamás, Hezbolá y otros grupos terroristas, cuyas acciones culminaron en la ignominia de los atentados del 7 de octubre.
Al mismo tiempo, este régimen busca desacreditar ante el pueblo iraní a mi querido primo, el príncipe Reza Pahlavi, describiéndolo como un peón manipulado por Occidente, y más concretamente por Benjamín Netanyahu. Esta propaganda mentirosa tiene como objetivo sofocar cualquier aspiración de cambio y mantener a la población en un estado de sumisión y desconfianza hacia nuestra oposición. Ante esta empresa de división y represión física, mental e intelectual, es urgente intensificar nuestros esfuerzos. Debemos acelerar el movimiento por la libertad, galvanizar las fuerzas de resistencia y pasar a una acción concertada, decidida y estratégica para restaurar la dignidad y la esperanza de un Irán libre, soberano y liberado de esta tiranía. El tiempo de la inacción ha terminado; cada día que pasa refuerza la urgencia de actuar con valentía y determinación para derrocar este régimen y abrir el camino a una nación próspera y en paz. En conclusión, en mi opinión, estamos entrando en un momento en el que se necesita valor e iniciativa para actuar.
En un mundo en el que los pueblos se ven a menudo reducidos a caricaturas geopolíticas, Irán debe erigirse como una paradoja viviente: un pueblo arraigado en una historia milenaria y decididamente orientado hacia un futuro en el que la libertad no sea un sueño, sino un derecho. Este valor, forjado en la adversidad y pulido por la cultura, convierte al pueblo iraní no solo en protagonista de su destino, sino en símbolo universal de la lucha por la dignidad humana. El pueblo está ahí, esperando el rostro de la encarnación de su destino, un líder en la acción.
¿Podría hacernos un balance de la oposición al régimen, tanto en Irán como en la diáspora?
La oposición al régimen iraní, tanto en Irán como en la diáspora, refleja un profundo deseo de cambio, pero sigue fragmentada ante una represión implacable. En el interior del país, las manifestaciones, en particular las desencadenadas por la muerte de Mahsa Amini en 2022, bajo el lema «Mujer, Vida, Libertad», han puesto de manifiesto una revuelta impulsada por las mujeres, los jóvenes y las minorías étnicas. Estos movimientos exigen el fin de la teocracia, la igualdad de derechos y la justicia social, en un contexto de inflación galopante y crisis económica. Sin embargo, la brutal represión —detenciones, torturas, ejecuciones— y la ausencia de un liderazgo centralizado limitan su impacto. Las huelgas de trabajadores, estudiantes y profesores, como las observadas en 2024 y 2025, son testimonio de un descontento persistente, pero sin coordinación a nivel nacional.
Las minorías étnicas, como los kurdos, los baluchis o los árabes, lideran resistencias locales, a menudo motivadas por reivindicaciones de autonomía. Algunos disidentes religiosos critican el autoritarismo del régimen, pero su voz sigue siendo marginal. La Organización de los Muyahidines del Pueblo (OMPI), que forma parte de nuestras líneas rojas, aunque presente históricamente, tiene dificultades para movilizarse debido a su controvertido pasado.
En cualquier caso, hay que ser conscientes de que la estrecha vigilancia del régimen y la censura de Internet complican la organización de la oposición dentro del país. Pero lo conseguiremos, ¡con nuestra determinación!
¿Qué papel desempeña su familia en la diáspora?
En la diáspora, que cuenta con millones de iraníes en Europa, Estados Unidos y Canadá, el activismo está más estructurado. Figuras como Masih Alinejad amplifican las voces del interior a través de las redes sociales, mientras que otras organizaciones documentan las violaciones de los derechos humanos para mantener la presión internacional. Los monárquicos, que apoyan a mi querido primo, el príncipe Reza Pahlavi, abogan por una transición hacia una democracia laica, a veces bajo una monarquía constitucional. La OMPI, con sede en el extranjero, organiza campañas, pero su legitimidad es cuestionada. Otros grupos, laicos o republicanos, tratan de unirse en torno a un proyecto democrático, pero las divergencias ideológicas frenan una coalición unida. La diáspora también sufre una cierta desconexión con la realidad iraní y las acusaciones del régimen, que la describe como manipulada por Occidente.
Reza Pahlavi, hijo del último sha, es un símbolo de esperanza para la mayoría de nuestro pueblo. Exiliado desde 1979, no se presenta como un aspirante al trono, sino como el defensor de una transición democrática. Su discurso, centrado en la laicidad y los derechos humanos, seduce a la diáspora y encuentra eco entre quienes asocian la era Pahlavi con una modernidad pasada. Su visibilidad internacional le garantiza confianza y credibilidad. Cuando la mayoría de nuestro pueblo está unido y espera la unión y la acción de un líder, en el exilio, republicanos, socialistas y comunistas se rechazan mutuamente, prefiriendo cada uno la idea de verse en el poder en detrimento de nuestra nación, que espera un cambio.
Los padres fundadores de nuestra dinastía, que en su día construyeron un Irán del que podemos estar orgullosos, que no tenía nada que ver con el Irán actual, están en el corazón y la memoria de nuestro pueblo. La dinastía Pahlavi está representada por el príncipe Reza Pahlavi, hijo mayor del difunto Sha Mohammad Reza Pahlavi, que profesa un amor incondicional por nuestra nación. Como cabeza de familia, lleva sobre sus hombros nuestra oposición con valentía y lealtad hacia nuestro pueblo. Todo está organizado con un plan ambicioso y serio, y todos estamos en orden de batalla en apoyo incondicional a su alrededor. Somos muchos en el exilio y en todo nuestro país. Que nuestra lucha siga siendo fiel a nuestra historia y a nuestra aspiración a la libertad.
Desde el inicio del ataque israelí, ¿ha recibido alguna reacción de sus compatriotas que viven en Irán? ¿Cómo están viviendo este comienzo de la guerra?
Tras más de medio siglo de desgarramientos, represión y desesperación, el pueblo iraní, heredero de una civilización milenaria, se encuentra hoy reducido a la condición de víctima colateral de una guerra que no le pertenece. Los testimonios que me llegan, transmitidos por las voces quebradas de quienes aún se atreven a hablar, pintan un panorama de angustia y miedo. Las familias, los jóvenes, los ancianos, todos viven bajo la sombra amenazante de los bombardeos, en la incertidumbre de un futuro en el que cada día puede traer su cuota de tragedias. A este miedo se suma el terror de una represión cada vez más brutal, orquestada por un régimen acorralado, dispuesto a todo para mantener su control sobre una nación a la que ya ha causado tanto daño.
La República Islámica, en su obsesión odiosa contra el Estado de Israel, no solo ha sumido a Irán en el caos, sino que también ha sembrado la desolación en toda la región. Bajo el manto de la ideología, ha traicionado las aspiraciones del pueblo iraní, ha destrozado su economía, ha sofocado sus libertades y ha empañado su patrimonio cultural. Este régimen, que se envuelve en una retórica de resistencia, no representa ni a nuestro pueblo ni a sus valores. Es ajeno al alma de Irán, a su rica historia de tolerancia, poesía y grandeza, a esa cultura que siempre ha buscado iluminar el mundo en lugar de dividirlo. La inmensa mayoría de los iraníes aspiran a la paz, la dignidad y la libertad, ideales que este poder autoritario pisotea.
Cada día, las sanciones internacionales, las tensiones geopolíticas y los conflictos regionales agravan el sufrimiento de un pueblo ya agotado por décadas de opresión. La República Islámica, al empantanarse en luchas que no sirven ni a Irán ni a sus ciudadanos, expone a nuestra nación a peligros que no ha elegido. No es nuestra guerra, y sin embargo somos nosotros quienes pagamos el precio. Ante esta tragedia, es imperativo recordar que el verdadero Irán, el de los poetas, los pensadores, las mujeres valientes y los jóvenes soñadores, no está representado por este régimen.
¿Cree que es posible el restablecimiento de la monarquía? Si es así, ¿en qué forma?
Durante décadas, el pueblo iraní ha soportado las cadenas de un régimen opresivo que ha sofocado sus aspiraciones, saqueado sus recursos y empañado su milenario legado. Hoy, nuestra lucha por la liberación de Irán se impone como un imperativo moral e histórico. Nosotros, los iraníes, unidos en nuestra diversidad, luchamos por un futuro en el que la libertad, la justicia y la dignidad no sean más que sueños, sino realidades tangibles. Esta lucha, impulsada por el coraje de las mujeres, los jóvenes, los trabajadores y todas las almas amantes de la libertad, trasciende las divisiones y se arraiga en una aspiración común: devolver a nuestra nación su soberanía y su esplendor.
Nuestro objetivo es claro: derrocar la República Islámica, un régimen que, con su autoritarismo y su desprecio por las aspiraciones populares, ha sumido a Irán en una crisis económica, social y moral sin precedentes. Este poder, que se alimenta del miedo y la represión, no representa ni a nuestro pueblo ni a nuestra historia. Ha transformado una nación rica en cultura y potencial en una tierra de angustia donde la inflación galopante, la pobreza y la amenaza constante de represalias aplastan las esperanzas de los ciudadanos. A esto se suma la sombra de los conflictos regionales, en los que Irán se ve arrastrado contra la voluntad de su pueblo, convirtiéndose en víctima colateral de guerras que no son suyas.
Para allanar el camino hacia un futuro mejor, hacemos un llamamiento a la instauración de un régimen provisional, un paso esencial para sentar las bases de un Irán libre y próspero. Este gobierno de transición tendrá la misión de restaurar la estabilidad económica, garantizar la justicia social y restablecer las libertades fundamentales. Deberá trabajar sin descanso para curar las heridas de un pueblo maltrecho, garantizando el acceso equitativo a los recursos, reactivando una economía asfixiada por la corrupción y las sanciones y reconstruyendo un tejido social desgarrado por décadas de división y represión. Este régimen provisional no será un fin en sí mismo, sino un puente hacia una democracia verdadera en la que el poder pertenecerá al pueblo.
Esta transición prepara el terreno para unas elecciones libres, transparentes e inclusivas en las que todos los iraníes, tanto dentro del país como en la diáspora, puedan participar en la construcción del futuro. Estas elecciones serán una oportunidad para que todos —intelectuales, activistas, ciudadanos de a pie— se presenten y propongan su visión para Irán. El pueblo, único soberano legítimo, elegirá a sus representantes en un proceso democrático que respetará su voz y sus aspiraciones. Este momento marcará el renacimiento de una nación en la que la diversidad —étnica, cultural, religiosa— será una fuerza y no una fuente de división.
Esta lucha no está exenta de desafíos. La feroz represión del régimen, las tensiones geopolíticas y las dificultades económicas pesan mucho sobre nuestro pueblo. Sin embargo, el impulso surgido de movimientos como «Mujer, Vida, Libertad» y los innumerables actos de resistencia cotidiana demuestran que el espíritu iraní sigue siendo indomable. La diáspora, con millones de voces en todo el mundo, amplifica esta lucha sensibilizando a la comunidad internacional y movilizando apoyos. Juntos, debemos superar las divisiones ideológicas e históricas para formar un frente unido, capaz de convertir nuestro sueño colectivo en realidad.
Monseñor, tras décadas de exilio, ¿cuáles son sus aspiraciones más profundas para su país?
Irán merece un futuro a la altura de su glorioso pasado y de sus aspiraciones modernas. Luchamos por un país en el que los jóvenes puedan soñar sin miedo, en el que las mujeres puedan caminar con la cabeza alta, en el que todos los ciudadanos, independientemente de su origen o creencias, tengan un lugar. Ese Irán lo construiremos juntos, paso a paso, con determinación y esperanza. El camino es largo, pero nuestra voluntad es inquebrantable. Por nuestro pueblo, por nuestra historia, por nuestros hijos, liberaremos Irán y construiremos una nación donde finalmente reinará la libertad y la justicia.
Entre las opciones que se ofrecerán al pueblo, podrá presentarse una monarquía constitucional, no como una imposición, sino como una propuesta sometida al veredicto democrático. Este modelo, inspirado en sistemas en los que la monarquía desempeña un papel simbólico y unificador bajo la égida de una Constitución que garantiza los derechos y libertades, podría encarnar una continuidad con la historia iraní, al tiempo que se inscribe en una modernidad democrática.
Sin embargo, la decisión final corresponderá al pueblo iraní, en toda su diversidad. Será él, y solo él, quien decida el futuro de la nación, ya sea una monarquía constitucional, una república laica o cualquier otra forma de gobierno. Este proceso democrático, garantizado por instituciones imparciales y un marco transparente, permitirá a cada iraní expresar sus aspiraciones y construir un país que refleje sus valores fundamentales: la justicia, la igualdad y la libertad. La monarquía, si se eligiera, no sería un paso atrás, sino un símbolo de unidad al servicio de una democracia moderna, en la que el poder real reside en manos del pueblo. Ya sea bajo una monarquía constitucional o una república, Irán renacerá como una nación soberana, unida y respetada, fiel a su herencia y orientada hacia un horizonte de paz y prosperidad.
La gran novela de Vizcaíno Casas
y, como obsequio, nuestra revista