Saco novela por esas fechas, como dicen los castizos sin complejos ni temor al pleonasmo: nueva novela. Pero claro, un servidor, en su infinita humildad —prácticamente soy la persona más humilde del mundo— sabe que sin duda ese acontecimiento editorial que a mí tanta ilusión me hace va a pasar —casi— sin pena ni gloria por la feria de pompas y bambollas que son Sant Jordi y el día del libro y el aniversario cervantino y etcétera; una fecha señalada que los grandes grupos de comunicación aprovechan, tan cucos ellos, para lanzar sus aparatosas primicias novelísticas. Cuidado por tanto, pues al igual que habrá cientos de títulos nuevos y anónimos aparecerán decenas de patrocinados como el gallo de Morón, de cacareo y florituras pirotécnicas, intentando colarnos por literatura lo que es papel impreso con muchas letras destinado al consumo. No digo que el cambiazo consista en el gato por liebre de la mala literatura disfrazada de mérito, faltaría más. No se trata de eso. Digo, y temo repetirme, que el camelo consistirá, como todos los años, en colocarnos prosa plana no-literaria falsamente calificada como narrativa actual. Como el plátano pegado a la pared de ARCO que simula ser obra de arte, más o menos. De modo que cuidado.
Sobre todo, cuidado con los novelones históricos en vinagre, con las novelitas románticas que sueñan con ángeles de poquito pecado y con los tochacos impresionantes —alguno hay por ahí de 800 páginas—, que en realidad son cuatro o cinco manuscritos hasta ayer inéditos y seguramente impublicables, comprimidos y embutidos en el mismo libro con apariencia de novela unitaria; obras pretendidamente “profundas” donde podemos leer cosas tan hondas e imprescindibles como “si no tomas tus propias decisiones alguien las tomará por ti”. Ojo con la filosofía barata autoficcionaria, con la narrativa basura y con los autores guapetones que se pasan de simpáticos. Atención a los subvencionados, a los palmeritos del poder, a la bondad babosa, a la “literatura solidaria” y al penoso lamento sobre este mundo nuestro que es triste de cojones. Hay una medida que no falla: cuanto mejor rollo misericordioso destila una novela, más deshonesta es. Cierto: la literatura se inventó para representar y explicar el mundo. Desconfíen hasta siempre de quienes proclamen que, además, el arte de juntar palabras puede cambiar el mundo. Entre otras razones porque en ese mundo al que quisieran trascender los prosistas adalides de lo cursi no sería capaz de vivir, sin sufrir el infierno, cualquier personaje de cualquier novela decente.