22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

Crónicas futboleras

           

Real Madrid, 1; Atlético, 1.
Simeone moja oreja

 

El Madrid salía muy disminuido, por usar el término constitucional. Se ‘caía’ Vinicius del calentamiento y entraba por él Brahim; en la defensa, los locos bajitos, Carvajal de central, lo de aquel 2 de mayo de la Champions dos años después. Lo mejor era la media, con un rombo que dejaba a Bellingham en punta, semipunta o falsa punta.

En resumen, sin nueve y sin centrales, pero con techo retráctil. Su efecto es sobre todo acústico. Pero ojo con esto: amplifica el silencio de la rave pipera que es el Bernabéu.

Cinta verde en favor de la lucha contra el cáncer (todos a tocar madera) que llevaban todos menos Simeone, o eso pareció. En su total look negro hubiera quedado como débil concesión al color…

Simeone no regala nada, y bien que hace. Fue el gran vencedor de la noche y volvió a imponerse a Ancelotti.

El partido empezó para el Madrid con un control de Brahim, que bajó una pelota del cielo ya sin romanticismo del Bernabéu. Fue el mejor.

Otra acción inaugural fue un caño asombroso de Bellingham a Mario Hermoso, un jugador de aspecto y gesto muy aguerrido que no dejó de ser regateado. Mucho ruido y pocas nueces.

El Madrid salió bien, presionante y animoso, y sufría solo cuando Griezmann, con gran alevosía, bajaba a recibir e indagaba desde atrás.

De esos arreones propios de un principio bienintencionado llegó el 1-0. Brahim controla en su zona preferida de la derecha, pasa, recoge un rechace, penetra directo y bate al portero con un tiro de belleza infantil cuya onomatopeya sería pum o quizás solo pim. A su paso, el área se iba haciendo grande.

El Atlético respondió con un tiro de Witsel que Lunin paró con reflejos de media salida, como a medio vestir. Eso lo certifico Casillas, comentarista con autoridad pues para bien o para mal fue el Rostropovich de la media salida.

Bellingham puso toda su colosal capacidad para controlar al servicio de un falso nueve poco convincente.

Lucas volvió a estar muy bien. Es un jugador que en su mente es Cafú y nos acaba convenciendo de ello. Puede que sea la persona con más autoestima de España.

Simeone daba palmas, gritaba, exigía, soplaba, cambiaba de sistema… El Atleti se agarraba al partido, que adquiría esa atonía áspera, difusa, indecisa, propia de los partidos contra el Cholo.

No era una broma y Rodrygo tenía que hacer de Militao en el minuto 44.

Valverde había estado oscurecido en la sala de máquinas del partido, en talleres, pero acabó la primera parte con una de sus galopadas-Elcano. Esto presagiaba algo de la segunda parte.

En el descanso, la toma del Bernabéu nocturno, con las rendijas de luz. Las venecianas del Nuevo Bernabéu son una de las mayores preocupaciones del madridismo. La gente habla de eso como de Mbappé. ¿Te gusta? ¿No te gusta? Se deslizan hipótesis técnicas para corregirlas. Hay alrededor de eso un perfeccionismo extraño, como si cierto madridismo se negara a recepcionar sentimentalmente las obras. Hay quien no soporta que se entrevea algo del interior, como si al Madrid lo mirara un voyeur…

A mucha gente le indigna más lo de las venecianas que la ‘sobrada’ imperial de afrontar las bajas de Militao, Alaba y Rudiger sin fichar un central.

La segunda parte empezó con susto para el Madrid. Pata de palo Mendy cedió un córner discutible; lo sacó Griezmann y marcó Savic sobre Nacho.

El juez de línea observó el fuera de juego de Saúl, que influía, y mucho, bloqueando a Lunin (aunque todos intuimos que la salida de Lunin tampoco hubiera ido lejos).

Se anuló el gol (el woke antimadridista puede montar un wako, pasar del woke al wako) pero el Atleti no se desmoralizó. Simeone había cambiado mucho las posiciones. Los jugadores se debían de sentir como aceitunas del Txistu, pero siguieron a lo suyo… Y lo peor es que en el estadio no hubo la más mínima descarga de electricidad tras esto. Y si la hubo, no se sintió. El madridismo a veces parece un gran invernadero de flores de plástico. Simeone solo, él solo con su psicogestión del partido, movía más energía que la grada. O sea, la electrificación de Simeone produciría más energía la de toda la grada del Madrid.

El Madrid llegaba menos que en la primera parte. Simeone había ajustado cosas, tocado clavijas.

Rodrygo, Lucas y compañía se iban donde Mario Hermoso, que seguía siendo muy aparatoso y muy driblable, cómicamente fácil de regatear.

No estuvo bien Camavinga. Poco expeditivo y no del todo seguro. Hay además algo… Los zurdos hacen el fútbol más estético, pero el zurdo, si se pasa de zurdo, desquicia. Hay un zurdismo que es elegancia fina y rara, sorprendente, pero luego también, si es contumaz, un zurdismo irritante cuando no ve lo que ve el diestro. A veces los zurdos nos parecen, no singulares, sino obcecados en hacer como zurdos lo que deberían hacer como diestros. El zurdo está bien si sorprende y hace lo inesperado, pero el zurdo puede desesperar si la revelación no llega y se niega impertinente a lo visible, lo evidente. Del zurdo esperamos que vea lo que no vemos, no que niegue como zurdo lo que sí vemos. Entonces al zurdo se le empieza a detestar de un modo atroz, como en África a los albinos. Se le puede desarrollar mucha manía al zurdo, si no es revelador, mágico, epifánico.

El grado extremo de esto es Mendy, cuya zurdera a veces ya parece discapacidad o, perdón, disminución.

Por Mendy yo he descubierto que soy un poco racista de zurdos. Que me pone nervioso su ser zurdo.

Pues no se sabe si por azar o por cholismo, Mendy estuvo tocando mucho la pelota (es decir, luchando por no tropezarse con ella) y eso, como diría Gómez Pintado, no era bueno para el Madrid.

El público parecía una masa que se hubiera juntado a ver las palomas en un parque. Algunos jugadores del Madrid elevaban los brazos como en una parroquia góspel, pero… ¿y si son todos peperos en el Madrid? ¿qué se puede hacer con una grada de peperos trufados de turistas agotados tras un fin de semana de sangría, paella y Toni 2?

El madridismo está vivo en la discusión, siempre sottovoce, de las venecianas…

En el minuto 59, uno antes del comienzo de los cambios, el partido gimió como un Todo y empezaron los espacios.

Bellingham protestó un posible penalti de Savic.

El partido se cholificaba, tendía a la nada. El Madrid debía hacer algo para cambiarlo. Aportar vida, un sacrificio, cosas llenas de ilusión para no acabar todos en la nada del Cholo, en el cero, el nil, el nil-ismo.

Comenzaron las contras. Tomó riesgos Simeone, y el Madrid tuvo un cuatro contra dos que Rodrygo falló.

Condujo Valverde, que ya era la gran estructura de fútbol del Madrid y el autor de una presión unipersonal. Carreras escalofriantes, emocionantes, muy por encima de los demás…

Aunque solo fuera por liberar un poco a este jugador alucinante, Tchouameni es fundamental en el Madrid. Un Madrid sin Tchouameni no es serio ya.

En el 67, Simeone ya tenía los cambios hechos, toda la carne en el asadito…

Mario Hermoso era la única debilidad del Atlético. Toda su terribilitá un poco macarrónica se hacía invitación a la delicia para los bajitos del Madrid. Brahim le hizo en el 69 lo mejor de la noche. Una jugada embarazante. Quedó quieto el pequeño genialoide; permaneció así, se empeñó en la quietud, dibujado el amago en su congelación de estatua y Hermoso, impaciente, se le fue moviendo, nervioso hasta despatarrársele un poco, momento en el que Brahim enhebró (bra-him-enhe-bro me hace pensar que escribo en otro idioma, ¡oh, español, que me saca de mí!) un delicado túnel, con exactitud de taco; luego se fue a la portería para fallar luego, pero la jugada estaba ya grabada en los vídeos y en la memoria de los aficionados. Su estar-quieto hizo pensar a los amigos ya canosos del Whatsapp en el Buitre, pero había en él incluso algo más fino, unos hilillos más de plata…

Su partido había empezado con el control perfecto de un balón que caía desde muy arriba, como un pedazo de chatarra espacial transformado en materia jugable por él, y terminó con esa jugada preciosa. Se fue ovacionado, como es natural.

La entrada de Joselu dio más aire a Bellingham, que intentó la de Benzema por la banda y luego protestó otro penalti de Marcos Llorente, que lo parecía. Bellingham mueve los brazos pidiendo ardor a la grada (o simplemente fe de vida) y mueve los brazos ante la impitabilidad de lo que le sucede. Acabará en la López Ibor.

El Madrid, con tantas bajas, bastante tieso ya, con Modric y Kroos en el pivote, que recuerdan a la peli aquella de Sorrentino, La Juventud, como Michael Caine y Harvey Keitel, viejísimos los dos, mirando a una morena despampanante en el jacuzzi, el Madrid, digo, luchaba con mucha seriedad, pero no iba a evitar su punto de agonía, sobre todo porque era una calamidad en la salida de la pelota. Mendy y Camavinga, con su fútbol de puerta giratoria, y Kroos con su manía postal de colocación… nadie le daba a la pelota el zurriagazo que pedía el partido. La sacaban jugada, la sacaban mal, y eso le permitía al Atlético colgar los últimos balones…

Cuando la última razón (el apócrifo pelotón spengleriano) son Lunin, Carvajal, Lucas y Nacho, no puede sorprender que pase lo que pasó. Balón a la olla, la peina alguien y Llorente, siempre llegador, nunca inllegador, acude al remate entre Cáceres y Bajadoz, entre Nacho y Carvajal, a los que no se puede culpar de gran cosa. Carvajal es un lateral de época metido a pivot y Nacho un central que nunca dejó del todo de ser lateral…

La Liga está viva, pero si esto sucede en Champions, el Madrid está acabado. Hay otra forma de mirarlo, y es cantar el mérito de conseguir un punto o lo que sea con este panorama. “Solo el Madrid puede… bla, bla, bla”.

El partido deja otra certeza. Mientras proclamamos a Ancelotti mejor entrenador de la historia, Simeone le moja la oreja. No le ha ganado en Liga y le echó de la Copa. Hablar de las lamas indiscretas del estadio o de los árbitros está bien, pero ahí hay algo.

 

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