22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

Camino de servidumbre

La principal lección que hemos aprendido tras los sucesos de Inglaterra es que los gobiernos, los jueces, los policías y las instituciones de Occidente no están para protegernos a nosotros, los contribuyentes nativos, sino para dejarnos indefensos, para entregarnos desarmados y confundidos ante aquellos que las élites han designado para sustituirnos, una vez completado el proceso de nuestra extinción. Pocas veces se ha visto de forma más clara que los gobiernos liberales son enemigos de sus propios pueblos.

Es fundamental entender que el Estado con su aparato de leyes, funcionarios e instituciones se vuelve el peor enemigo de la nación, pues ha sido programado por las élites para combatirla y extinguirla. Las presuntas políticas de “igualdad” sólo han servido para crear un Herrenvolk de recién llegados a los que todo se les permite y todo se les paga; el dinero, por supuesto, lo pone el europeo, quien se ve preterido en los servicios de asistencia pública, que él sostiene con sus tributos, frente al nuevo pueblo de la oligarquía. Es fundamental que el nativo entienda que el Estado es su enemigo, que le expropia con su fiscalidad para regalar el fruto de su trabajo a otros; un Estado cuyo fin es nuestra perdición y que es esencialmente hostil a nuestra cultura, a nuestros valores y a nuestra simple existencia. Por lo tanto, no le debemos la menor lealtad a un monstruo que sólo sirve para empobrecernos, desprotegernos y aculturarnos. Y menos aún se debe respetar a las élites, que tienen el abierto designio de acabar con nosotros y que hace mucho tiempo que nos han declarado una guerra a muerte. La esencia del combate es: o ellos o nosotros. Vencerá quien sepa ser implacable. No hace falta decir quién va perdiendo.

Salir de la servidumbre

Frente a esta desprotección absoluta, frente a la traición de instituciones tradicionales como las monarquías o las iglesias, sólo nos queda un medio de resistencia: crear comunidades compactas, homogéneas cultural y territorialmente, capaces de ejercer su autodefensa y completamente liberadas de las ideas castradoras de la oligarquía globalista. Y todo eso no será posible si no surge un hombre europeo desprovisto de las taras que ha ido acumulando en los últimos cien años. Tendrá que ser duro, comunitarista, de firmes principios, intransigente, arraigado en el espíritu de su cultura, radical y combativo. Y tendrá que ser así porque, si no, desaparecerá. Ésta es la clave de la supervivencia de lo que quede de Europa dentro de dos generaciones.

Tenemos que ser plenamente conscientes de que nos combate un enemigo que, además, nos ha designado a nosotros como tal. La hostilidad de la oligarquía implica que toda la estructura institucional está orientada contra nosotros, que todos los grandes medios de masas están destinados a infamarnos, que no se ahorrarán medios para someter a los nativos. El degradante espectáculo que han dado las fuerzas del orden británicas (basta con ver los últimos vídeos) indica que las instituciones van a tolerar todo tipo de violencia contra la población nativa. De hecho, hace ya largo tiempo que esto es una evidencia: en lugar de perseguir a los criminales, las fuerzas del orden permiten que reinen en sus barrios, cada vez más extendidos. Igual que a las mujeres se les recomienda no salir de noche, en una imposición del toque de queda contra el que no protestan las feministas subvencionadas. La sharia ya es la ley oficial en buena parte del territorio europeo, que se dice laico y que ha extirpado hasta las raíces de la fe cristiana.

El ciudadano que tiene un arraigo de generaciones, cuyos antepasados han trabajado y combatido durante siglos por su país, vale menos que el desconocido que vino anteayer y carece de relación orgánica y emocional con la tierra. Al revés, el nómada apátrida es el modelo del ciudadano liberal, el ejemplo a imponer por el nihilismo del mercado, que prescinde de siglos de tradición, que desprecia e ignora los conocimientos y reglas que la experiencia de siglos ha acumulado mediante el uso del sentido común y de la apreciación colectiva de la realidad. La abstracción ahistórica es la base del pensamiento liberal y progresista: reduce al hombre a un número, a un ser sin atributos, a una mera anotación de cuenta demográfica, a un cuerpo sujeto a goce y deterioro, a un animal semoviente, bípedo e implume, despojado de todo lo que le hace persona, de toda seña de identidad propia, para convertirlo en individuo, en material fungible de un sistema económico. Estas entelequias se van a imponer a sangre y fuego, porque las élites ya han mostrado su absoluto desprecio por lo real y su empeño de crear un mundo que obedezca a sus fantasías y, sobre todo, a sus intereses de casta. Y les da igual el precio que paguen los pueblos o las naciones, entidades que deben ser extinguidas para dejar sólo aglomeraciones caóticas y atomizadas de individuos sin patria, familia ni clase, simples animales de granja que se sacrifican al Moloch de los mercados.

Ésta es la herencia de tres siglos de “ideas inglesas” que hoy sufren los mismos que las crearon. Y también nosotros, por supuesto. Después de más de doscientos años de hegemonía ideológica y de destrucción de los valores tradicionales, nos encontramos con que el fruto del liberalismo democrático es la muerte de Occidente, aniquilado por el sistema capitalista que él mismo creó.

 

La oligarquía liberal es el enemigo.

Y a sus falacias hemos dedicado este número

 


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