Temeraria e improvisada, así califican muchos profesionales del sector cultural la reciente propuesta de Ernest Urtasun de rebajar el IVA a las obras de arte, que el ministro considera justa por tratarse de “una reivindicación histórica del sector”. Lo soltó como anuncio empático horas antes de la apertura de la feria internacional ARCO y ha recibido tantas reacciones de rechazo que seguramente estamos ante su ocurrencia más impopular. ¿Todo el mundo le ha dado la espalda? No, una pequeña aldea gala resiste y muestra su apoyo al ministro, aunque sea con argumentos que no resuenan más allá de una pequeño círculo.
¿Quién aplaude a Urtasun estos días? El profesor y ensayista Eloy Fernández-Porta, que argumentó lo siguiente: “Para las galerías trabajan montadores, transportistas, responsables de comunicación, historiadores, artistas. Nunca he conocido a ninguno que esté forrado y no me parece ninguna insensatez facilitarles un poco la vida”, escribía en X. Es el mismo argumento que utilizo Bob Pop para defender las subvenciones a los Goya, aunque realmente puede aplicarse a cualquier sector, desde una tienda de “Todo a 100” hasta una ferretería. El cuestionamiento más común es señalar el sinsentido de que el IVA de la electricidad suba hasta un 21% y los cuadros abstractos se crean con derecho a tributar solo un 10%.
El más apasionado defensor ha sido el crítico de arte Joaquín Jesús Sánchez, que escribe en Babelia, “Artforum e Infolibre”. Se mostraba, incluso, irritado con quienes critican la propuesta: “Estoy leyendo mucha tontada sobre esta medida. Los libros, el cine o el teatro tienen un IVA reducido, porque comprando entradas los actores, tramoyistas y editores se ganan el pan. El “arte” contemporáneo [las comillas, aquí y en lo sucesivo, son nuestras. N. de la Red.] se merece el mismo trato. En las galerías trabajan montadores y oficinistas. Alrededor orbitan transportistas, paletas, historiadores del arte, escritores, editores, etcétera. La mayor parte de los coleccionistas compran obras de menos de 2.500€, la mayoría a plazos”, escribía también en X.
¿Más madera? “No es lo mismo comprarse un Picasso para meterlo en un puerto franco que hacerte con una esculturita de un artista de 35 años, que necesita vender para poder seguir en la brecha. El 21% no sólo es un agravio comparativo, es también un boicot a un ámbito cultural específico. El sector del “arte” contemporáneo está profundamente precarizado. La mayoría de agentes del mismo (desde los artistas [¡sic!] a los críticos, pasando por galeristas y comisarios) hacen malabares para llegar a fin de mes. Si quieres que las próximas generaciones tengan algo que ver en los museos [¿?], déjate de joder”, continuaba. “Total”, escribía como muestra de apoyo el novelista y columnista cultural Gonzalo Torné.
La comisaria, historiadora del arte y feminista Semíramis González se descolgaba con el argumento más elitista: la gente ajena al sector no debe opinar sobre estas cosas. “No sabía yo que el de opinador era el sector que más empleo generaba en España. No he leído nunca las reclamaciones de las asociaciones del sector. No he pisado una galería de arte contemporáneo en mi vida. Tampoco tengo muy claro de qué va eso de ARCO. Pero, oye, voy a opinar”, acusaba.
Elitismo y desconexión
Se trata de una posición con escaso recorrido: los mejores críticos de “arte” contemporáneo del país, especialmente los de izquierda, han señalado el ambiente elitista del mundo del coleccionismo y la desconexión de los museos de las clases populares. Un ejemplo de lo primero es esta crónica del catedrático de Estética y Teoría del Arte Alberto Santamaría sobre una convención de coleccionistas en Santander en 2016, celebrada en el Palacio de la Magdalena. “La sala donde se desarrolla el curso está llena. Apenas hay sitios libres. Tras las oportunas presentaciones iniciales se escucha un sonoro aplauso dedicado a la Fundación Banco Santander, quien financia el curso y por lo visto está llamada a salvar el arte español. El aplauso es sonoro y sincero. Este inicio tiene algo de homilía”, explica.
Por su parte, el crítico y curador Iván de la Nuez ha destacado en sus intervenciones el elitismo de nuestro sistema de “arte” contemporáneo. “España está llena de museos vacíos, y me llama la atención que en muchos sigan teorizando sobre la expansión del propio museo, cuando lo que tal vez habría que conseguir es una imantación que consiga atraer a un público que les da la espalda”, destacaba en una entrevista de 2018. “El ‘arte’ contemporáneo tiene un pie en el 15-M y otro en los petrodólares”, explicaba en otra charla con Vozpópuli en 2020.
Entre las personalidades de izquierda que han criticado con rotundidad la propuesta de Urtasun encontramos nombres tan distintos como el profesor de Ciencias políticas Juan Carlos Monedero, el exministro socialista Miguel Sebastián, el periodista Daniel Gascón, el analista político Ramón Espinar, la novelista Lucía Etxebarría y el economista Yago Álvarez Barba.
El diario El Mundo publicó estos días la noticia de que Urtasun lanzó la propuesta sin consultar antes con el ministerio de Hacienda. Desde ese departamento “recuerdan que su único compromiso en este ámbito es la rebaja del IVA en el arte sacro, que se aplicará en 2025: del actual 21% al 10%. Pero nada más, evidenciando la falta de coordinación o, al menos, de criterio que existe en algunos ámbitos dentro del Gobierno de colación”, escribe el periodista Daniel Viaña. Según la legislación vigente, cuando la venta de la obra de arte se hace por parte del propio autor ya se aplica un tipo reducido del 10%. Sin embargo, cuando la operación parte, por ejemplo, de galeristas como los que la semana pasada acudieron a reunirse con Urtasun, el impuesto sobre el valor añadido con el que se grava la operación es del 21%.
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