En el debate de la inmigración, que en realidad no es debate, no admite ser debate, nunca se habla de los chinos. Gambia, Mauritania, Senegal… pero nunca chinos.
Los chinos, que han venido en gran número, no molestan a nadie. No hay xenofobia contra el chino y eso que han ido adquiriendo negocios. No han despertado ni gran rechazo ni española envidia.
Hay en ellos dos rasgos que quizás lo expliquen. Uno es que son discretos, no ocupan las calles; tampoco los servicios públicos. ¿Ha visto muchos chinos en el médico? ¿Se llevan muchas subvenciones? Los chinos están, pero luego no están, parecen ir por vías misteriosas. Tampoco dan machetazos y, si los dan, los dan sin que se entere nadie.
Son muy suyos, un poco dados al hermetismo, pero a la vez son muy imitativos. En los juegos olímpicos alcanzó cierta viralidad (la otra medalla) la imagen de una encantadora atleta china (iba a decir chinita, pero ochocientos mil millones o quizás más dedicados al Ministerio de Igualdad han servido para algo y no diré chinita) que miraba, miraba ella, a otras dos atletas italianas morder la medalla y al hacerlo, asombrada (el asombro pasó por su rostro como un pájaro también migratorio), las imitó: le dio un mordisquito a su medalla.
Los chinos pueden ser así. No dudan en imitar y así hemos visto un chino franquista, un chino falangista o un chino supermadridista serlo mejor que uno de aquí.
Traer millones de chinos quizás sería la solución. Son más trabajadores, son familiares, nunca resultan invasivos y podrían imitar el modo de ser español hasta cierto punto. Y ese «hasta cierto punto» es lo bueno; perderíamos el plus excesivo del español. Un chino españolizado podría llegar a ser más soportable que un español. Lograrían una base de españolidad mínima convincente, suficiente para la continuidad: irían a los toros, por ejemplo, y quizás aplaudirían mecánicamente, pero no darían demasiado la nota en el tendido. Sería una españolidad de los chinos. Mejor que nada.
Ellos satisfarían las ansias de multiculturalidad sin despertar la sensación de amenaza civilizatoria. Nadie se inmola por Confucio, que sepamos, y las mujeres chinas no se esconden tras un hiyab, sólo tras una pantallita en el mostrador. Las relaciones de España con China, por lo general, no han sido malas (hemos sido nosotros más amenazantes) y el cerdo lo convierten en cerdo agridulce, no tienen problemas.
De traer millones de chinos sólo podría discrepar el empresariado (que no es cualquier cosa) porque ¿ha visto usted alguna vez o por mucho tiempo a un chino trabajando por cuenta ajena para alguien que no fuera otro chino? Hay algo indócil, hondamente suyo, que quizás sea la pertenencia a una civilización milenaria o a un Estado fortísimo. El chino nunca va a ser del todo maleable y eso los hace sospechosos para los opensosaitis. Nunca perderían del todo su raíz. En los flujos de la sociedad abierta irían y vendrían sin terminar de ser del todo solubles.
© La Gaceta
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