22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

Rusofobia e hispanofobia: historias casi paralelas

Quienes visiten la biblioteca del Monasterio de El Escorial pueden ver, cerca del retrato de la bella Isabel de Portugal, varios mapas de Eurasia del siglo XVI y anteriores. España entonces dominaba el mundo, y se entiende que en la más rica biblioteca del Imperio estuviesen los mejores mapas de lo que entonces era el mundo cartografiado. Busque, quien quiera, Rusia en esos mapas de el Escorial. No la encontrará. Se ve, en cambio: “Tartaria”. A los rusos que visitan esa biblioteca esto les hace mucha gracia.

¿Rusofobia? No. No había rusofobia en el siglo XVI porque lo que hoy conocemos por Rusia no existía. Había, en cambio, una fortísima hispanofobia alentada por holandeses, ingleses y franceses, a la sazón los enemigos de España. Hispanofobia. Una Leyenda Negra creada por un solo motivo: que España era la potencia dominante en el mundo y que, además, defendía la fe de Roma frente a las dogmáticas herejías anglo-teutónicas contra Roma que habían surgido en el peculiar (y más tarde demasiado prepotente) Norte de Europa.

Sabido es que la Leyenda Negra sobre España es, sin duda, la primera y más intensa y prolongada operación de propaganda internacionalmente orquestada contra una gran nación. Campaña que duró varios siglos e incluso se mantiene en la actualidad, empujada por Hollywood y los medios anglosajones, contra todo lo hispano en Hispanoamérica, la heredera de España. Pero esa hispanofobia, esa guerra cultural de siglos contra todo lo hispano, ha tenido éxito. Y, lo peor, hasta algunos españoles descerebrados (y hasta algunos rusos o ucranianos descerebrados, o diversos necios en otros países) han acabado por creerse todas las mentiras vertidas contra España y todo lo hispano.

Mentiras, en efecto. “España fue brutal, sanguinaria y genocida”, dicen los propagandistas. Falso del todo. España creó su imperio sobre la idea del respeto a los habitantes locales de las tierras conquistadas. ¿Genocidio? Los españoles nos supimos mezclar, en ejemplar mestizaje y en plano de igualdad, con los habitantes locales. En cambio, el genocidio norteamericano sobre los indios de América fue real. O el genocidio inglés en la India y Asia. O el más cruel genocidio de todos: el de Bélgica en el Congo.

Mientras tanto, España creaba universidades y hospitales e instituciones de Justicia en unas Américas que nunca fueron colonias (como sí lo fueron las de belgas, holandeses, británicos o franceses), sino virreinatos de verdad, al noble y sólido estilo de la ejemplar Roma, con igualdad de derechos en ciudadanía compartida con las nuevas Españas. Mientras, en la metrópoli de la Península se desarrollaban grandes controversias intelectuales (embrión de lo que luego se llamó “derechos humanos”) sobre el trato a los nuevos españoles allende el océano. Y cada virrey, gobernador o alcalde que regresaba de América era sometido a riguroso “juicio de residencia” a su llegada a lo Península para comprobar su rectitud en el trato con la gente en sus respectivos virreinatos. Un montón de basura y de mentiras: en eso consiste la intensa campaña de hispanofobia que urdieron durante siglos los enemigos de España y en especial los anglosajones.

Y ahora le ha tocado el turno a Rusia. Desde la leyenda negra contra España, nunca en la historia se han vertido contra una gran nación tantas mentiras, difamaciones y falsedades como en nuestros días contra Rusia. Con una diferencia, por lo menos: todo se acelera con la importancia decisiva de las nuevas tecnologías informáticas, con el cine, los medios televisivos y la prensa escrita controlados por los actuales grandes grupos anglosajones. En Hollywood la manipulación es constante: siempre los rusos (o los hispanos) son los malos de la película. En las redes sociales, sucede algo parecido, aunque en ellas Rusia (y también España) se defiende algo mejor. Y de los medios mainstream mejor ya ni hablar: es vergüenza ajena lo que uno siente ante la inmensa manipulación para bobos que ejercen sin rubor, con sus mensajes y su propaganda constantemente vomitados.

Orígenes de la rusofobia

Pero ¿de dónde sale tanta rusofobia? Volvamos por un momento a la biblioteca de El Escorial. “Tartaria”, se lee allí para el lugar geográfico que ahora ocupa Rusia. Pero mientras Felipe II construía su monumental monasterio y palacio, Rusia (entonces no se llamaba así, sino que su nombre era Principado de Moscú) invade la verdadera Tartaria musulmana de los tártaros. Y lo hace con Iván IV, el Terrible. Terrible, cruel y brutal, en efecto, pero uno de los más grandes zares que Rusia ha tenido. Un zar que, como nosotros los españoles en la Reconquista contra el Islam, vence a los musulmanes tártaros (a los de Kazán, pero también a los de Crimea), inicia la expansión a Siberia y construye la bellísima catedral de San Basilio, esa de vistosos colores, símbolo de Moscú, que vemos en las postales de la Plaza Roja.

¿Empieza entonces la rusofobia? Tal vez sí, pero de modo incipiente, y no porque Iván fuese terrible, sino porque Rusia empezaba a hacerse grande. Iván el Terrible fue cruel, excesivo, desequilibrado y brutal; asesinó o encarceló a la mayoría de sus múltiples mujeres, mató a bastonazos a su propio hijo y heredero, y era su costumbre decapitar, empalar o torturar hasta la muerte a sus enemigos internos y prisioneros de guerra. Pero, salvo algunas crónicas antirrusas de aquellos países o etnias a las que Rusia había derrotado en batalla, apenas surgió entonces una gran operación de propaganda contra Rusia. ¿Por qué? Porque Rusia, con todo, poco contaba en Europa. Se expandía hacia Asia. Eso en Europa no importaba.

Mientras tanto, España crecía y se consolidaba en América y el Pacífico (en competencia con ingleses, franceses, holandeses y portugueses), defendía sus territorios europeos y guerreaba en Flandes. Y eso sí que preocupaba a ingleses, holandeses y franceses, que urden mediante la Leyenda Negra la inmensa propaganda antiespañola. España, a diferencia de Rusia, sí contaba. Y dominaba el mundo. Había que acabar con ella.

La verdadera rusofobia tal vez tiene su primer embrión con los triunfos militares del terrible Iván, pero la verdadera campaña de propaganda empieza a orquestarse siglo y medio después. Es por lo tanto un proceso mucho más reciente. Y, mire usted por dónde, tiene como principales instigadores a los mismos que perpetraron la difamación contra España. Primero, Inglaterra y Francia. A los que en el siglo XX se suman los continuadores y aliados de los británicos: los Estados Unidos.

 ¿Cuándo empieza la verdadera rusofobia? Cuando Rusia empieza a mirar hacia Europa. Es decir, en el siglo XVIII, siglo y medio después del terrible Iván. Reina entonces Pedro I el Grande, el gran reformador y el verdadero padre de la Rusia actual. De hecho, es este zar quien cambia el nombre al Principado de Moscú y resucita “Rusia”, de la Rus de Kiev del siglo IX, y quien moderniza Rusia, la europeíza, funda y construye Petersburgo y traslada la capital desde Moscú a su nueva ciudad. Más cerca de Europa occidental.

El zar Pedro no fue menos terrible que su maestro Iván: Ejecutó a todos los que se opusieron a sus reformas y también dio muerte a su propio hijo, aunque ahora no ya a bastonazos sino a latigazos. Pero, de nuevo, la campaña de rusofobia, que británicos y franceses comenzaban entonces, no se debía al fuerte carácter del zar, sino a sus logros militares, sobre todo cuando en Poltava vence a la entonces poderosísima Suecia.

Subrayemos de nuevo el paralelismo con España. Nuestros enemigos seculares fueron Francia y la Pérfida Albión. Son ellos quienes habían iniciado, dos siglos antes, la campaña de hispanofobia. Y es nuestra nefasta acción defensiva, junto con las traiciones (de Inglaterra, por un lado, y de Francia y de los abyectos Borbones Carlos IV y Fernando VII, por otro) lo que destruyó a España y su Imperio con las guerras napoleónicas a principios del siglo XIX. Pero la campaña antiespañola proseguía, implacable, en un mundo ya dominado por franceses y británicos. Aún les quedaba robarnos Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y nuestras islas del Pacífico. Lo harían, casi un siglo después, los sucesores transatlánticos de los británicos.

Con España casi exhausta, franceses y británicos unen esfuerzos contra el nuevo enemigo: Rusia. Ya con Napoleón, éste publica en Francia uno de los primeros fake news de la Historia moderna: un testamento de Pedro el Grande en el que propagandísticamente se refiere un supuesto plan ruso para invadir Europa. El documento era una falsificación. Rusofobia. Por no hablar de los infantiles esfuerzos de los listísimos ilustraditos tipo Diderot, que a españoles y rusos nos calificaban de pueblos “barbaros y soeces” mientras ellos, pomposos poseedores de la verdad, eran la Ilustración que al parecer iluminaba al mundo.

Se intensifica la rusofobia

A partir del siglo XIX todo se intensifica contra Rusia. Motivo: que Rusia ya cuenta en Europa, y mucho. No nos extendamos (sería largo) en la guerra de Crimea. Siglo XIX. Gran traición a Europa de franceses y británicos. Se alían con los otomanos musulmanes para vencer a Rusia. Y lo consiguen, tanto en lo militar como en lo propagandístico.

El siglo XX, el más atroz en número de millones de muertos en todos los tiempos, es esencial para entender la rusofobia actual. Y a franceses (ya en retroceso) y británicos y norteamericanos (en claro ascenso tras derrotar a España en 1898 y robarnos el resto del Imperio) se suma un nuevo enemigo de Rusia: Alemania. Facilita Alemania, en efecto, el regreso del nefasto Lenin a Rusia. Surge el comunismo. Surge la URSS. Guerra Mundial. Alemania se lanza a invadir Rusia. Millones y millones de muertos. Guerra Fría, después. Más rusofobia. Propagandísticas novelas y películas americanas o inglesas sobre espías y conspiradores rusos (los “malos”, siempre) que al parecer pretendían acabar con el mundo. Miedo a la hecatombe nuclear. Proliferación de refugios atómicos. Rusofobia multiplicada por mil.

Implosión de la URSS a partir de 1989 por el sencillo hecho de que el comunismo no funcionaba. Convulsiones en la Rusia de Yeltsin que hacían cantar victoria a los enemigos de Rusia.

Pero no. En esto llega el ahora demonizado Putin. Toma las riendas. Y aquí viene lo significativo: el mundo ha cambiado. Lo domina, tras el desmoronamiento de la URSS, una sola potencia: los USA. Pero Rusia igualmente ha cambiado. Y el tipo de rusofobia, también. Porque si antes la rusofobia, sobre todo con la URSS, se debía al miedo, fundado o no, a que Rusia nos invadiese a todos, ahora los motivos son otros, y tal vez mucho más fuertes y muy distintos, y sin duda también mucho más profundos.

¿Qué ha pasado? Veamos. La hegemonía de los USA tras el hundimiento de la URSS nos llevaba a un mundo unipolar, homogeneizado, que sumisamente se desenvuelve con los valores y principios de los Estados Unidos. Valores y principios hipócritamente usados como arma para asegurar no ya el dominio militar, sino el más importante: el dominio mental. Y eso es lo nuevo.

Rusia, entonces, se niega a pasar por el aro. Ni ideología Trans, ni doctrina LGTBIQ+, ni matrimonio homosexual, ni puertas abiertas para inmigrantes (ya tienen suficiente con los ciudadanos de otras naciones de la antigua URSS), ni wokismo, ni otras invenciones ni puritanismos de las ideologías predominantes en los USA, que con tantos medios apoyan individuos superricos como Soros, Gates, el inquietante Foro de Davos o sus primos Bilderberg y similar caterva de opulentos mercaderes que sólo quieren aumentar su fortuna en un mundo nuevo, el del pretendido Big Reset, al que esos magnates aspiran para agrandar su poder mientras las desigualdades sociales aumentan. Pero Rusia se planta. Renuncia a estas nuevas ideologías. No traga.

Y es que Rusia aborrece todos estos cuentos que no se sabe adónde llevan. Y sigue otro camino: la Tradición. Revolución conservadora. Reconstrucción de iglesias, que se llenan los domingos. Familias tradicionales. Valores tradicionales. Otro camino. Inaceptable para el “nuevo orden mundial” que los USA y sus magnates intentaban imponer. Inaceptable para los grupos mediáticos anglosajones que en el llamado “Occidente” se mueven. Por ello, la rusofobia es más fuerte ahora que nunca. Y ya no digamos tras la invasión de Ucrania. Rusia es ahora el enemigo que batir.

Compleja situación, y ello con una tremenda guerra por en medio ahora en Ucrania. Guerra peligrosísima —por las armas nucleares— que será muy larga. Guerra que, por desgaste en el largo plazo y no por otra causa, se saldará con una derrota del enemigo de Rusia (la OTAN, que no Ucrania) y la posible partición del país.

Y la rusofobia, insistamos, en niveles que nunca hasta ahora se han conocido, ni siquiera durante la URSS y la Guerra Fría.

Todo lo ruso es cancelado. Su música. Su literatura. Estatuas derribadas

Todo lo ruso es cancelado. Su música. Su literatura. Estatuas derribadas. Sanciones por la mañana y por la tarde. Listas negras. Censura en Europa a medios de comunicación rusos, ahora cerrados por decreto. Vuelos cancelados. Negocios y exportaciones prohibidas. Medios de comunicación mainstream en Europa y los USA que un día sí y otro también lanzan mentiras que nadie en su sano juicio puede creerse. Discriminación contra los rusos a la orden del día. Cientos de ciudadanos rusos con sus cuentas bancarias en Europa canceladas o bloqueadas por el único motivo de ser rusos. Un desastre.

Responsabilidades de Rusia

Ahora bien: Rusia también tiene su cuota de responsabilidad en ese desastre. En buena parte, ellos mismos se lo han buscado. ¿Por qué? Porque carecen de lo que en España llamamos “mano izquierda” y los italianos denominan “finezza”. Rusia ni ha sabido ni ha querido mostrar su lado bueno. A su población, gente excelente y nada antieuropea, le cuesta entender que en el Kremlin se hayan cerrado en sí mismos. Herencia de tiempos soviéticos.

Regresemos a la comparación con España. Nuestra nación, tras las convulsiones del siglo XX, supo, con la democracia, desarrollar una ingeniosa política de soft power (factor que Rusia es incapaz de entender) en un mundo que poco a poco va olvidando la Leyenda Negra. Destacan en ello nuestra política en la UE, nuestra cooperación al desarrollo y al fortalecimiento institucional, las Cumbres Iberoamericanas, y la “Secretaría General Iberoamericana” (SEGIB), que propuso y puso en marcha Aznar. España ha dominado, hasta Aznar, la buena tarjeta de visita y de dar una razonable imagen en el mundo. Y también hacia Rusia, por cierto: ningún país en la UE ha apoyado más el que a los ciudadanos rusos se les facilite y hasta se les levante la exigencia de visados, por poner un ejemplo de gesto amistoso hacia Rusia. Gesto no correspondido por Moscú hacia los españoles, dicho sea de paso. Mostrar un rostro amable. Ésa es la clave. Así de sencillo. A Rusia, en cambio, no le da la gana hacerlo. Ése es su talón de Aquiles. Su principal error.

Pese a contar con excelentes diplomáticos, se hacen los antipáticos. Como si estuviesen orgullosos de ello para ejercer de chico malo en el patio del colegio.

“Si no consigues que te quieran, consigue al menos que te teman”, parece ser su máxima

“Si no consigues que te quieran, consigue al menos que te teman”, parece ser su máxima. Enorme despropósito. Hay muchos ejemplos de ello. Recordemos a Iván el Terrible y al cruel Pedro el Grande. Rusia no consigue quitarse de encima el aire a brutalidad que desde sus inicios le ha acompañado. Veamos sus declaraciones públicas en la actualidad: inteligentes, pero innecesariamente agresivas. Veamos su ya mencionada política de visados para europeos: hostil y paranoica y sin mucha cabeza. Veamos su reacción institucional ante la mordacidad antiespañola de los medios estatales rusos en el Golpe de Estado independentista en Cataluña: melifluas obviedades pretendidamente neutras emitidas fríamente desde el Kremlin. Tenues declaraciones que no les ganaron simpatías en España. Berlín, Paris y hasta Washington fueron más contundentes contra el separatismo catalán.

En Moscú no se entiende el soft power. La proyección en el mundo de sus virtudes parece limitada a costosos espectáculos de cosacos, balalaika, coros de monjes, ballet, y toda esa parafernalia. Bella parafernalia, sin duda, pero de escaso rendimiento publicitario. Más hicieron por su imagen en el mundo con el Mundial de Futbol o la Olimpiada de Sochi, eventos deportivos sin embargo ensombrecidos por los casos de dopaje. Pero el soft power es otra cosa. Finezza, repitámoslo, es la palabra italiana que lo define. Saber quién te apoya y quién no, y cuidar más las formas con quienes están contigo. Y explicar mejor las cosas. Y buenas campañas en los medios y en países extranjeros.

Rusia, en suma, tiene su parte de responsabilidad en la rusofobia que ahora todo lo invade. ¿Aprenderá Rusia de sus errores? La esperanza de ellos es ganar esta guerra. Y quien vence, al parecer convence. Pero si aprenderán o no es una cuestión que queda abierta.

Luis Fraga fue senador del PP (partido al que sigue afiliado) durante
21 años entre 1989 y 2011. Ha publicado varios artículos
en Rusia, país en el que también ha sido
conferenciante en idioma ruso.

 

 

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