7 de junio de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Rusia golpeada en lo más profundo. La escalada no se detiene

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A pocos días de la segunda ronda de negociaciones en Estambul, Rusia sufrió un ataque en lo más profundo de su territorio por parte de las fuerzas ucranianas, con el apoyo de los servicios de inteligencia occidentales. Un ataque que demuestra una vez más que las intenciones de alcanzar una negociación de paz son falsas y que expondrán a Ucrania a una represalia de Moscú que será muy dura.

Cuarenta bombarderos fueron atacados con drones que sorprendieron a las defensas rusas e infligieron pérdidas militares por un valor estimado de 2.000 millones de euros, y que alcanzaron infraestructuras y bases logísticas como Vorónezh y Bélgorod, a pocos cientos de kilómetros del frente. El plan «Spiderweb», ideado por el jefe del SBU, Vasyl Malyuk, contó sin duda con la participación de servicios como el MI6 británico, que está en primera línea para continuar el conflicto hasta sus últimas consecuencias. El ataque se llevó a cabo mediante el posicionamiento de camiones con drones en su interior que fueron detonados en las proximidades de objetivos sensibles, lo que hace pensar en la presencia de colaboradores internos para el éxito de la operación militar.

Los medios occidentales se han apresurado a citar los comentarios de los canales de Telegram rusos, que han hablado de un «Pearl Harbor ruso». Las fuentes ucranianas hablan de daños importantes en misiles estratégicos, aviones de largo alcance y de transporte militar. Las pérdidas no son catastróficas, pero siguen siendo graves y ponen a prueba los nervios del Kremlin.

Mientras las distintas aficiones se desatan en la red, los periódicos y los opinadores mainstream vuelven a sacar a relucir la vulnerabilidad de las fuerzas rusas, tras haber ridiculizado durante meses su modernidad y eficiencia, al tiempo que se sigue subestimando la paciencia y la capacidad de resistencia de Moscú. Inmediatamente después del ataque, varias personalidades institucionales rusas prometieron una respuesta adecuada, respaldadas por una opinión pública que presiona para que se resuelva definitivamente el conflicto. Y es precisamente la magnitud de esa respuesta lo que debería hacer temblar no sólo a Ucrania, sino a toda Europa. La Alemania de Mertz ha prometido a Ucrania misiles Taurus con un alcance de 500 kilómetros, capaces de alcanzar profundamente el territorio ruso. Las autoridades del Kremlin han hecho saber que, en caso de recibir un ataque, responderán atacando a la brigada alemana estacionada en Lituania.

Los ataques dentro de las fronteras rusas demuestran las verdaderas intenciones de un Occidente ahora impulsado por Gran Bretaña, que no desea la paz, sino que sueña con destruir a Rusia y balcanizarla. Mientras se juega con fuego y se desafía cada día al Kremlin a elevar el nivel del enfrentamiento, se subestima inconscientemente su capacidad de respuesta, que, como se viene repitiendo desde hace tiempo, incluye el uso de armas nucleares tácticas. Los ingenuos y los cronistas imbuidos de mala fe intelectual piensan que Putin nunca se decidirá a utilizar un arma atómica, porque, según ellos, eso representaría una derrota diplomática, política y militar. Se engañan. En cualquier caso, al margen de la opción nuclear, la derrota en el campo de batalla de Ucrania ya es un hecho y está escrita en la correlación de fuerzas entre los dos contendientes. Las incursiones y las operaciones de ataques sorpresa destinadas a «revisar los conceptos de inviolabilidad», como escriben los «soberanistas» a remolque de Kiev y Londres, sólo aumentarán el grado de destrucción del territorio y los niveles de sufrimiento del pueblo ucraniano. La junta de Kiev no es más que una herramienta en manos de los servicios estadounidenses, primero, y ahora británicos, que desde principios de los años noventa trabajan para desarticular a Rusia, también a través de colaboracionistas internos, los mismos que han prestado asistencia dentro de la Federación para llevar a cabo los ataques, como ocurrió hace un par de años con el atentado terrorista en el centro comercial de Moscú. Seguir avivando el fuego de los identitarismos y nacionalismos internos que componen el mosaico de la Federación Rusa es un plan demencial y criminal. Y aún más mezquino y revelador si proviene de quienes hacen del identitarismo a granel la motivación que les impulsa a rebelarse contra el dominio vertical y ramificado del poder central moscovita, como si no se conociera la impostura y el papel subversivo de esos nacionalismos. Apelar al deseo de liberación y rebelión contra un modelo estatal opresivo —el ruso— esconde mala fe y, en el mejor de los casos, ignorancia sobre la autenticidad de esos «focos de resistencia», que no son más que instrumentos en manos del enemigo, en este caso, los angloamericanos.

Seguir viendo similitudes, rayando en lo forzado, entre Occidente y Rusia, en la fragilidad de sus modelos multiculturales, es una operación muy discutible. La Federación Rusa tiene bajo su mando a doscientos pueblos, y ver en ellos un mosaico de etnias, lenguas y religiones unidas por el miedo o la fuerza es una narrativa instrumental para el Occidente anglo-estadounidense que alimenta focos de tensión, como ya ocurrió en Chechenia a finales de los años 90. El patriotismo ruso se basa, por necesidad existencial, en la cohesión y la unidad territorial garantizadas por el poder central. La unidad de Rusia, además, responde a necesidades de seguridad interna e internacional, con 17.000 km² sembrados de armas nucleares.

Los nacionalistas de Kiev, a sueldo de Washington y de la UE, prestándose al papel de ariete contra Rusia, han provocado la pérdida del 25 % del territorio ucraniano, con más de 11 millones de desplazados, y han dejado un cadáver en pie mantenido gracias al «marcapasos» de las finanzas y las armas, que no hará más que acentuar su descomposición. ¡Menuda competencia nacional renovada, como escribe Sergio Filacchioni en Il Primato Nazionale!

Derrota total con los restos de los territorios que serán devorados por polacos, rumanos y húngaros, que reclaman regiones con sus respectivas minorías. Cuantos más intentos haya de prolongar la guerra con fugas hacia adelante, más responderá Moscú y se lanzará a la conquista de territorios con ataques más devastadores. El resultado de esta guerra ya está decidido. Rusia no saldrá más fuerte y quienes sueñan con su desintegración en nombre de un «antibolchevismo» deshistorizado verán como contrapartida, al estilo de un círculo dantesco, el resurgimiento del «Imperio soviético». En el metro de Moscú ya han desempolvado las imágenes de Stalin.

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