Atento siempre al presente, y siempre inmerso en la esfera del tiempo donde lo que fue , lo que es y lo que será se requieren, llaman y entrelazan. Así es el pensamiento de Alain de Benoist, quien hablando de las guerras en curso no deja de tener presentes las que cursaron ayer y volverá, de otra forma, la que sea, a cursar mañana. Como él mismo apostilla, «la larga duración arroja luz sobre el significado de las cosas».
Las guerras son ventanas a la historia. Resulta sorprendente observar, por ejemplo, que Occidente se comporta hoy con Rusia como lo hizo en el pasado con Bizancio. Laurent Guyénot no se equivoca al escribir que la «geoestrategia anglo-estadounidense del Gran Juego, que durante dos siglos ha tenido como objetivo mantener a Rusia separada de Europa (y de Alemania en particular) […] es la continuación de la guerra del Occidente medieval contra el Imperio bizantino». La larga duración arroja luz sobre el significado de las cosas.
Las guerras convencionales suelen terminar en derrota o capitulación, sean o no seguidas de un tratado de paz. Las guerras metafísicas nunca terminan, o mejor dicho, solo pueden terminar en una limpieza étnica, es decir, la erradicación radical de uno de los beligerantes. Netanyahu ha declarado repetidamente que ve a Hamás como la última encarnación de Amalec, situando así la guerra de Gaza en una perspectiva decididamente transhistórica. En la Biblia hebrea, el nombre Amalec designa por metonimia al enemigo eterno de Israel: «Yahvé está en guerra con Amalec de generación en generación» (Éxodo 17:16). Amalec es el enemigo arquetípico de Israel y, por lo tanto, el mal absoluto. Su memoria debe ser borrada y, por lo tanto, debe ser exterminado. No se firma un tratado de paz con el Mal, se le hace desaparecer. […]
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