«¿Por qué poetas en tiempos de zozobra?», se preguntaba Hölderlin y recordaba tantas veces Heidegger. ¿Por qué poetas? Precisamente por eso, porque los tiempos son zozobrosos y la voz honda y punzante del poeta se hace más necesaria que nunca.
Nos llegan a Ediciones El Manifiesto, donde acaban de ser publicadas, esas «Fresas salvajes» del poeta César Molinero: unos poemas traspasados por el dolor y transidos de belleza —de la implacable, ansiosa búsqueda de lo bello y de su inquietante fulgor—. Cosa lógica, este encabalgamiento de ambos. Baste recordar aquello que decía Rilke: «Lo bello no es más que el comienzo de lo terrible». Pero de ahí, de este entrecruzamiento entre lo bello y lo terrible, lo que surge no es en absoluto ni descomposición ni caos. Lo que estalla es precisamente luz, claridad, ser; y, paseándose enigmáticamente entre ellos, el «solo dios que nos puede salvar» que evocó en su día Heidegger.
Y, como muestra, un botón: el de estos tres poemas que hemos escogido. El primero bebe manifiestamente en Heidegger. En todos, la puntuación es «poética» y no normativa.
MITOLÓGICAS XIII
El árbol alza su copa de esmeraldas
un claro se abre en el bosque
el bosque se ilumina por lo que acontece:
el recuerdo de un olvido —
así se iniciará la salvación por el dios
palabras en la casa del ser
a las que responder desde el árbol
a las que responder desde el bosque
a las que responder desde el ser.
MITOLÓGICAS VII
Pura y primordial, un mar minoico:
ardiente inteligencia de las cosas
blancas como nube o mármol:
mente engastada en luces talares,
blancas también, con mirtos y laureles.
El azul de la naturaleza griega
comparte crátera contigo
bajo una sola Idea a mediodía.
LIGEIA/ECOS
Ligeia, trémulo mármol
futura clámide sobre tu cuerpo
presentida en la piel —
acariciarte lo es al Tiempo
entre alrededores dormidos
ensortijados en tu cuello —
Ligeia, la de los temores blancos
en más blanco consumida:
el albo resplandor que precede
al columbario de tu voz.
NOCHE Y VACÍO III
Donde rompe la ausencia en más ausencia
derrotada rosa negra de espera
deshilada como hielo por la llama
la luz ajena recae sobre las lajas
lustrales de silencio que acogen el murmullo
apagándose tras las sombras del temblor —
hálito que disuelve las formas
como testigos falsos de la Noche incierta
donde rompe la ausencia de la espuma
en el impronunciable vacío de los nombres
sierpes sin sonidos en el cántaro
vacuo del día —
cuándo florecerá la ceguera
en los dormidos capiteles de acanto
cuándo estrecharán los mármoles
la Forma definitiva de la Noche —
el silencio llena las copas de barro
estalladas en la mente
ese dulce cristal roto en la niebla
(ese dulce cristal roto en la lengua)
que cae silencioso sobre escombros de nada.
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para los lectores de EL MANIFIESTO