Las mujeres, como bien sabido es, no ejercen violencia alguna contra los hombres (o, como máximo, su violencia es insignificante). Lo único que hay realmente serio en materia de violencia doméstica son los feminicidios cometidos por esos seres demoníacos, desbordante de maldad, que son los varones. Pero… ¿«virilicidios»? Por no existir, no existe siquiera tal palabra. No traten de buscarla. Nadie la usa, ningún diccionario recoge el término; y lo más grave: ni una sola vez aparece en Google. De modo que si la palabra «virilicidio» no existe (salvo para EL MANIFIESTO), las bellas almas progres pueden dormir tranquilas: la cosa tampoco existe, esa cosa impensable e indecible para la ideología woke y progre: el asesinato de varones por parte de mujeres.
Que sí existe dicho asesinato, y mucho más de lo que parece, es lo que, sobre la base de la situación existente en su país, nos relata el corresponsal de EL MANIFIESTO en Italia.
Dos recientes virilicidios, dos hombres asesinados por mujeres. Un hombre de 58 años asfixiado por su pareja, y Paolo Venier, un joven de 35 años, drogado, asesinado y descuartizado al alimón por su madre y su pareja colombiana. Un asesinato que adquiere los contornos de un ritual macabro, con los restos arrojados a un contenedor de basura y rociados con cal viva. El motivo adquiere detalles simbólicos, una némesis psicótica de la inversión de los roles: las asesinas declaran que el hombre era un inútil y que no colaboraba en preparar la mesa…
Los asesinatos y la violencia contra los hombres son una realidad preocupante y un fenómeno en aumento desde hace varios años. Y un fenómeno ignorado, además, por la ideología dominante, donde los hombres son descritos invariablemente como verdugos y nunca como víctimas. A pesar de lo que aparece en las noticias, los datos reflejan una realidad, si no opuesta, sí muy diferente al menos de la versión dominante. Los feminicidios, afortunadamente, siguen siendo un fenómeno que, por preocupante que sea, no tiene una incidencia social tal que pueda hablarse de emergencia. Las cifras, a pesar del revuelo mediático de algunos casos recientes, como el asesinato de Elena Cecchettin, siguen siendo moderadas y no superan el centenar al año. Los hombres, por su parte, siguen siendo la mayoría de las víctimas de homicidios (el 80 %), pero, sorprendentemente, lo son también por parte de las mujeres, y de la forma más atroz.
La realidad, como decíamos, contrasta con el relato mediático y sitúa la violencia en un ámbito universal, sin preferencia de sexo. Hombres y mujeres son víctimas por igual de agresiones y violencia. Si la sociedad está predispuesta a aceptar la posibilidad de que el hombre sea casi siempre el protagonista de los homicidios de mujeres, le cuesta aceptar que los hombres puedan serlo por parte de las mujeres, cuya ferocidad y maldad no es inferior a la de los hombres a la hora de matar.
Mientras los medios de comunicación continúan con su narrativa conforme a la demonización masculina, se constata que la mayoría de los hombres han sido y son víctimas de violencia doméstica. Palizas, acoso, violencia física y verbal, manipulación psicológica que, cuando no recibe la atención adecuada por parte de las autoridades, a menudo permanece silenciosa y en la sombra.
«No seas un calzonazos: ¡no la denuncies!»
La mayoría de los hombres no muestran ni denuncian las agresiones porque confesarlas puede ser percibido como un síntoma de falta de virilidad. Las brujas del Gineceo, por un lado, reclaman la igualdad entre los sexos, pero por otro esperan que el hombre no responda a su agresividad porque, en caso contrario, no sería «lo bastante hombre». Un fenómeno que contradice las denuncias femeninas por violencia, cuya gran mayoría resultan falsas e inconsistentes. De ahí surge un cortocircuito en el discurso dominante, en el que las mujeres denuncian agresiones falsas y los hombres no denuncian por miedo a ser juzgados poco masculinos.
Por si fuera poco, hace escasos días entró en vigor la ley sobre el feminicidio, que castiga con cadena perpetua el asesinato de una persona de sexo femenino. El feminicidio se convierte en un delito autónomo y su caracterización sexual lo convierte en un tipo específico y diferente del homicidio «simple». Por ahora, la ley deja sin protección a todas las categorías que entran en el ámbito LGBTIQ+ y se esperan reacciones del mundo gay, con las consiguientes reivindicaciones que darán lugar a las habituales guerras entre minorías.
Se trata, por tanto, de un cortocircuito jurídico y constitucional para una ley bipartidista, votada con júbilo por todo el rebaño parlamentario. Y que consagra por ley la discriminación por sexo y a los varones como hijos de un Dios menor.
Son muchos los hombres maltratados y sometidos a violencia física y psicológica. Una realidad culpablemente ignorada por los telediarios, los medios de comunicación y los influencers, que corroboran un discurso unidireccional.
Como la historia de Alfonso, un discapacitado que pasó noventa días entre el hospital y la silla de ruedas, empujado por su mujer por las escaleras, delante de su hija de cinco años. Él también forma parte de una minoría silenciosa, la de esos hombres acosados psicológica y físicamente y obligados a sufrir en la sombra. Según informa Panorama.it, en 2012, una encuesta realizada por la Universidad de Siena a más de mil hombres reveló que más del 60 % de los encuestados habían sido víctima de una agresión física, mientras que el 66 % había sido humillados delante de otras personas. En aquel momento, el fenómeno no sólo fue ignorado por el Ministerio de Igualdad, sino que sigue siendo el único dato disponible. Además, el Istat solo se ha ocupado de los homicidios, es decir, de los actos más raros y extremos. El análisis de 2023 revela que el 6,7 % de los asesinatos fueron cometidos por mujeres y que en 12 de cada 20 casos las víctimas eran hombres. Además, hay muy pocas asociaciones que prestan apoyo a los hombres. Entre ellas se encuentra «Perseo», que desde 2019 lucha por poner de relieve este fenómeno. Entre los datos recopilados por la asociación, el más emblemático es el suicidio por separación: en 2017, 32 de 39 eran hombres. Sólo en el último año, las solicitudes de ayuda psicológica por parte de los hombres han aumentado un 100 %. Además, las formas de violencia varían en función de quién las ejerce: «los hombres tienden a cometer actos letales, relacionados con explosiones de violencia física o con la incapacidad de gestionar el fracaso relacional», mientras que las mujeres «reaccionan de forma más indirecta, psicológica, económica y relacional». Pero no faltan la violencia y los asesinatos de mujeres, relacionados con la venganza y el sentido de la posesión. Es necesario superar la visión rígida entre víctimas y verdugos, definidos en función del sexo biológico. Además, la violencia femenina se suele calificar como «defensa», explica la socióloga Barbara Benedettelli, autora del libro 50 Sfumature di violenza [50 Matices de violencia].
El Ministerio de Igualdad, rehén de una retórica ideológica, ha subestimado el fenómeno y las cifras de ayuda no se traducen en un apoyo real, ya que a menudo se aconseja acudir directamente al 112 o a la policía.
Como explica Fulvia Siano, psicóloga clínica y jurídica, presidenta de la asociación Perseo: «Para las mujeres son 300 las convocatorias públicas reservadas a mujeres que sufren violencia por parte de hombres».
Algo, sin embargo, parece estar cambiando lentamente. A principios de julio se creó un centro de asesoramiento en el VI Municipio de Roma, una ventanilla contra la violencia contra los hombres. La iniciativa fue objeto del inevitable ostracismo de la izquierda, que la calificó de «afrenta inaceptable», señal de que la androfobia ya se ha instalado en las cúpulas de las instituciones. El proyecto es una gota en el océano en un valle de lágrimas. Porque los casos son muchos, desde el hombre golpeado en la cabeza con una olla hasta el anciano al que su madre y su cuñada dejaron dormir en el garaje. O Francesco, azotado con un cargador de batería y que sufrió la fractura de un labio antes de pedir ayuda.
O los casos de hombres humillados delante de sus hijos, cuando no acusados de abusar sexualmente de ellos. Estos casos son el pan de cada día también para quien escribe y para quien lee, que seguramente tendrá amigos o conocidos víctimas de historias similares.
La cuestión es tener el valor de decir basta, de denunciar las historias de violencia y los casos de abuso físico y psicológico. Muchos de estos hombres quedan atrapados en relaciones de dependencia emocional con mujeres histéricas y madres tóxicas, sobre todo por miedo a perder a sus hijos.
A pesar de todo, es necesario levantar la cabeza y, sobre todo, evitar aislarse. Una de las características típicas de estas situaciones es que estos hombres están aislados de sus parejas, que les obligan a abandonar a sus amigos y a su familia, quedando como rehenes de mujeres tóxicas que acaban destruyéndolos. Tener una comunidad de hombres y amigos puede ser fundamental para reaccionar y salvarse de situaciones que pueden llegar a ser muy peligrosas. La violencia contra los hombres es mucho más frecuente que la violencia contra las mujeres, y es necesario gritar esta verdad a las instituciones y a una ginecocracia demoníaca que quiere humillaros y despojaros de vuestra virilidad y dignidad como hombres.