7 de diciembre de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Las guerras de nuestros hijos

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El 68 % de los españoles cree que el mundo va mal y el 67,7 % cree que su país no va mucho mejor, o al menos eso es lo que nos dice el barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) de 2025. Entre los jóvenes de 18 a 24 años, el porcentaje de los que se consideran pesimistas se eleva al 73 %, mientras que entre los de 24 a 34 años, el índice aumenta hasta el 83 %.

No hace falta ser un fino observador para comprender por qué los jóvenes son mucho más negativos que sus mayores: conseguir un trabajo estable, tener una vivienda en propiedad y ganar un salario digno es simplemente inimaginable para el estrato sociológico que se ha convertido en el heredero de la clase media tradicional: el precariado.

Incapaces de tener nada que puedan llamar propio, los jóvenes ni siquiera pueden alcanzar el estatus de proletarios, es decir, de procreadores (los que tienen prole), porque formar una familia se ha convertido en un privilegio de los ricos. Empleados en trabajos temporales, hacinados en pisos e incluso en habitaciones compartidas, miles de licenciados universitarios y doctores, con varios idiomas en sus currículos, así como másteres y cursos de todo tipo, se consumen sin futuro en un sistema económico que desprecia el talento y la formación.

España es un país que desperdicia estos recursos humanos con una indiferencia supina hacia la generación condenada a no tener casa, familia ni coche, cosas que se disfrutaban sin gran dificultad y se daban por sentadas en la sociedad de clase media en la que creció esta generación. La ansiada mesocracia está ahora desapareciendo no solo en España, sino en toda la Unión Europea, que está sufriendo un proceso de precariedad acelerada.

Pero lo más llamativo de esta encuesta a los jóvenes españoles no es su inevitable descontento con una situación social que no ofrece futuro, que los lleva a consumir mientras son consumidos, a vivir el presente y a olvidarse de otros tiempos. Lo más curioso es que el 66,2 % está muy preocupado por una posible guerra; no solo no tienen futuro, sino que éste se ve ensombrecido por algo que ha preocupado poco a las generaciones anteriores: ir al frente.

El caso es realmente digno de estudio, porque el 57 % cree que es probable un conflicto con Rusia, mientras que el 44 % cree que Marruecos será el enemigo (lo cual es mucho más lógico teniendo en cuenta el entorno geoestratégico de España). Pero lo que más nos sorprende es que el 30,4 % cree que Estados Unidos será el país con el que estallarán las hostilidades.

En el primer caso, el de Rusia, no hay duda de que el bombardeo propagandístico de la Unión Europea y la avalancha de campañas rusófobas de los últimos tres años han contribuido a este estado de opinión, bastante desacertado en un país como España, que nunca ha tenido conflictos armados con Rusia, salvo una pequeña guerra en el Pacífico a finales del siglo XVIII.

España no es en absoluto uno de los objetivos estratégicos de Moscú, y Madrid no tiene asuntos pendientes con Rusia, salvo los de sus socios europeos. Sin duda, dada la experiencia histórica y la tensión habitual entre las dos orillas del Estrecho, el único conflicto real que podría tener España es con Marruecos, circunstancia para la que las Fuerzas Armadas se han preparado tradicionalmente y que se considera casi inevitable en un hipotético futuro. Lo más impactante de esta encuesta es, sin duda, que el 30 % de los encuestados teme una guerra con Estados Unidos, el principal aliado estratégico de España, el socio que tiene bases militares como la de Rota y al que Madrid compra cada vez más armas.

La política española está subordinada a la de Washington en todo lo relacionado con la defensa y la diplomacia, y la sumisión de nuestros gobiernos a la Casa Blanca siempre ha sido ejemplar. Sin embargo, un tercio de los españoles sigue viendo a Estados Unidos como un agresor potencial: un tercio del pueblo español desconfía abiertamente de Estados Unidos, y el antiamericanismo, que se remonta a la guerra de 1898, sigue vivo y coleando tanto en la derecha como en la izquierda. Pero, al mismo tiempo, pocos pueblos y élites están más americanizados. La desconfianza y la servilidad van de la mano.

Esta preocupación por la inminencia de la guerra es consecuencia directa de la campaña de remilitarización de la Unión Europea; el temor a un conflicto más que hipotético con Rusia permite invertir enormes sumas en los planes de rearme de la OTAN.

El miedo, esa vieja y eficaz receta para la dominación masiva, será el instrumento que permita a los inocentes miembros del precariado aceptar nuevos recortes de sus escasos derechos, aceptar condiciones de vida aún peores y ver cómo el difunto estado del bienestar del que disfrutaron los europeos entre 1950 y 1990 se disuelve en la niebla de la historia. Mientras se agita el fantasma ruso, la oligarquía se llena los bolsillos. Los tambores de guerra suenan como dividendos.

© Sovereignty.com.br

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