Poco es lo que cabe decir respecto a las elecciones celebradas hoy en las cuatro antiguas provincias catalanas. Ha sucedido lo de siempre, lo que con los correspondientes matices y diferencias de rigor viene sucediendo desde hace cuarenta y cinco años. Ahora suben los indepes, ahora bajan los sociatas, o es la derecha es la que sube algo. O al revés. Da absolutamente igual, porque todo es exactamente lo mismo e importa igual. O, más exactamente dicho, da igual porque todos los anteriores términos: “derecha” (léase Pepe), “sociatas” (léase la PSOE), “indepes”, etc. son perfectamente falsos. Ninguno designa lo que hay. Ni la derecha tiene nada que ver con la Derecha, ni los sociatas se pueden catalogar de antiindependentistas, ni… Sí, los otros sí, son los únicos que no se recatan. Los independentistas son tan secesionistas y odian tanto a España como su nombre indican.
De modo que ahí concluye nuestro análisis de las elecciones, al que sólo cabe añadir la siguiente evidencia. Tras 45 años de dejación constante de la soberanía española, tras 45 años de verter odio sobre nuestra identidad y cochambre sobre nuestra historia, está aconteciendo lo que no podía dejar de suceder: la infausta obra de quebrantamiento de un país que, no se sabe si deliberadamente o por estupidez, llevaron a cabo los padres fundadores del Régimen del 78, respaldados y aupados por sus “constitucionalistas” continuadores y adláteres, ya sean peperos, sociatas o (éstos al menos acaban hoy de desaparecer) “Ciudadanos”.
Nada de todo lo cual reviste, dicho sea de paso, particular relevancia. Dentro de veinte, treinta años, los que sea, todas esas disputitas entre partidos y partiditos, catalanes, españoles o globalistas, quedarán más que arrinconadas en aras de la República Islàmica de Catalunya, la cual está avanzando, como exponíamos aquí el otro día, a pasos de gigante.
¡Buenas noches, amigos!