22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

La obediencia debida

Ursula Haverbeck, alemana de 96 años, ha sido condenada a un año y cuatro meses de prisión por tener una opinión “equivocada” sobre el holocausto. Probablemente muera allí. Debería ser obvio que es ridículo enviar a una mujer de 96 años a prisión, pero el Estado moderno, que se pretende racional (y es sólo bruto) te dirá que sólo sigue órdenes y procedimientos, y que no considera por qué tendría que hacer excepciones.

La ley moderna en su concepción es inherente y excesivamente estricta porque demanda que podamos dar cuenta perfecta, coherente y racionalmente por nuestro concepto de justicia, eliminando toda excepcionalidad como si lo irracional fuera anatema. Como si lo cultural y comunitario tuviera que someterse a su racionalismo extranjerizante. Pero las tradiciones morales no caben dentro de los racionalismos.

En el intento de tipificar y codificar la vida se esconde un proyecto megalómano de racionalizar la vida humana para que ésta sea subsumida dentro de un programa político que se cree neutro, y no sólo no es neutro, sino que no escapa a la arbitrariedad de la que pretende escapar. Simplemente nos pone a merced de gabinetes secretos de tecnócratas autoproclamados líderes del mundo, a fundaciones internacionales como el club de Davos, etcétera.

Tal es el flagelo del “rule of law”, del imperio de la ley del hombre. No es más que tiranía disfrazada de “humanismo” y coloreada por la corrupción de los nombres propios a quienes protege y los vientos de la opinión pública, mientras se pretende un sistema justo en el sentido trascendental y eterno. Lejos de protegernos de la tiranía y arbitrariedad, lo único que se logra es garantizarla.

Sin embargo, señalarlo se vuelve imposible si se quiere respetar la lógica misma del sistema. Tal crítica va en contra de cualquier sistema constitucionalista como tal, sistema que sólo existe para tapar la necesidad de liderazgo, de valores trascendentales, y reemplazarlo por los Soros de la vida, que no tienen problema en sacrificar una viejita para asustar a los demás a la obediencia a este sistema que pretende desentenderse de nombres propios, y ser justo para con todos.

 

¿Hay, por ejemplo, obediencia debida cuando, frente a una jauría de magrebíes, un policía cumple las órdenes, no desenfunda su pistola… y acaba en el otro barrio?

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