El texto de ha hecho viral en Internet. Y con razón. Léanlo, sorpéndanse y denle la razón (o quítensela) a su anónima autora.
Viaje a Dubái y a los Emiratos. O cómo volar al futuro. Y, al volver, admitir ante una misma que el cuento europeo se ha terminado. Y que el oriental nunca empezó.
Volví del viaje enferma.
Físicamente, los aires acondicionados allí funcionan como un aparato represivo, duro e implacable, pero sin ellos no se sobrevive ni siquiera en noviembre.
Y moralmente, por el shock mental.
¿Qué fue eso? ¿Por qué en nuestros países las cosas no son así? Y lo principal, ¿por qué me temo que ya nunca lo será?
Libertad, seguridad, servicio, ausencia de burocracia, multitudes de personas motivadas que llegan a Dubái de todo el mundo… Y constantemente allí me daban ganas de sonreír y absorber esa actividad sorprendente.
La Europa ideal, como resultó, está construida en el desierto, en un clima difícil, y no a orillas del Mediterráneo.
Tendremos que constatarlo: Dubái ha volado al espacio. Ningún cuento oriental, ninguna bailarina con abanicos, sólo la matemática logística de los recursos humanos y una gestión competente.
Una estadística demostrativa:
Año 1990: en Dubái vivían 473 mil personas.
Año 2000: 907 mil.
Año 2025: 3,8 millones.
Y el plan para el año 2040: 5,8 millones.
Esto no es natalidad. Es un flujo mundial de cerebros y mano de obra.
La estructura de la población es simple hasta el cinismo.
El 10% son locales, es la casta superior.
A ellos les dan todo. Casas, educación, medicina, trabajo bien pagado si quieres trabajar, impuestos cero.
Y a cambio les piden una cosa. Quédense como ciudadanos. Y, por favor, no molesten. Y ellos no molestan.
Las posibilidades de que los expatriados se conviertan en ciudadanos prácticamente no existen.
El 10% son las mejores mentes del planeta, aventureros y juventud motivada.
Arquitectos, gerentes, ingenieros, operadores de sistemas complejos, profesores, médicos… Todos los que empujan la economía hacia adelante.
Ellos traen el know-how, desarrollan la economía y entienden las reglas. Al hombre blanco le es fácil porque su estatus es automáticamente superior. Bienvenido a Dubái, los necesitamos. Es una frase memorizada en las instituciones públicas.
El 80% son trabajadores duros de países del tercer mundo.
12 horas de trabajo al día, 500-1.000 dólares de salario al mes. Y ningún derecho. Ningún sindicato, ninguna huelga. Los defensores europeos de los derechos humanos lo llaman “esclavitud moderna”. Pero por alguna razón no se apresuran a mencionar que en su país de origen esa misma gente ganaría 50 dólares al mes. O nada en absoluto. Cuando tú vuelas voluntariamente para ganar 5-10 veces más que en tu patria… esto se llama “lógica de mercado”, solo que sin romanticismo europeo ni canciones sobre solidaridad.
Y millones van allí cada año. Y el flujo no se detiene.
Ahora España, Europa. Nuestras fortalezas de valores sociales y felicidad democrática.
Aquí también todo es honesto. Sólo que al revés.
Cada euro ganado pasa por una tortura de impuestos, cotizaciones, formularios, normas, inspecciones, colas. Y, por supuesto, termina con la presentación de declaraciones con un gestor. Un maestro de las artes oscuras que te traduce los conjuros medievales del código fiscal. Y que te alegra con nuevas normas, todas “para una vida mejor”, pero por alguna razón no para la tuya.
En España, para abrir un negocio hay que pasar un círculo burocrático del infierno. Para llevarlo, ya son cinco círculos del infierno.
Sinceramente, para hacer negocios hoy en España hay que nacer santo y sin sistema nervioso.
Pero tenemos derechos. Muchísimos derechos.
Tantos que a veces simplemente no hay quién trabaje.
Y la burocracia está vigorosa, como un toro en los Sanfermines. Corre detrás de ti siempre y en todas partes, y nunca se cansa.
En los Emiratos todo es más sencillo hasta la ofensa.
No hay garantías, pero hay libertad. No hay sindicatos, pero hay resultado. No hay elecciones, pero hay la certeza de que mañana todo será igual.
Sí, el amor a los gobernantes lo forman activamente, retratos de los jeques en cada esquina. Pero al menos no fingen que “el pueblo decide algo”. ¿Mucho decidimos nosotros en España? Ajá…
Impuestos. Una comparación que lo explica todo.
España, Europa. De 4 a 8 meses al año cada uno trabaja, en esencia, gratis para sí mismo. Para el Estado. Te quitan por ti mismo. Y por tu vecino. Y por diez personas que nunca has visto en tu vida.
La igualdad europea es cuando el que trabaja 24/7 debe mantener no sólo a los necesitados, sino también a los que no quieren trabajar porque se dicen “¿y para qué?”. Hay suficientes resquicios legales para que millones de personas vivan bien sin sudar jamás.
Los impuestos europeos son una tortura. Especialmente cuando observas en qué bolsillos y para qué objetivos se van.
El colchón social se ha convertido en una manta bajo la cual se asfixió el espíritu empresarial.
Emiratos. No te quitan casi nada.
Impuesto a las personas físicas, al alquiler, dividendos, venta de inmuebles: cero.
Impuesto de sociedades: 9%.
IVA: 5%.
Impuesto por compra de inmuebles: 4%.
Sí, no hay protección social, pero tampoco la necesitas si eres capaz de trabajar y mantenerte tú mismo.
Y se vuelve claro por qué los aviones llegan desde Europa llenos. Y no todos toman el vuelo de regreso.
Las mejores mentes jóvenes de Europa se van en masa a Dubái, y a los funcionarios de la UE esto no les preocupa en absoluto.
Europa necesita informes, no cerebros.
La persona inteligente molesta al sistema. Hace preguntas, quiere trabajar más rápido, quiere resultados. Y la UE quiere “proceso”, “normativas”, “protocolo”.
Las innovaciones se estrangulan con burocracia.
El tiempo no es dinero; el tiempo es realmente tiempo… muchísimo tiempo. En burocracia y sistema.
España, en particular, es un paraíso para el descanso, pero un infierno para los ambiciosos y motivados.
Aquí se vive de maravilla si no trabajas en el país.
La protege la igualdad (la falsa, hipócrita igualdad que existe en las cabezas de quienes llegaron al poder y su máquina propagandística). Dubái protege la eficiencia. Y ya está.
España y Europa recibieron de los antepasados y de Dios un lujo imposible de comprar: historia, arquitectura, naturaleza, clima.
Pero todos esos dones son para turistas, no para los creadores y currantes que viven hoy en el país.
Los Emiratos recibieron petróleo y lo aprovecharon muy inteligentemente, absorbiendo a los mejores y más valientes como una aspiradora. Y estoy segura de que cumplirán su plan para el 2040, llevando su población a 5-6 millones.
Es una migración mundial cualificada: cuando las mejores mentes corren hacia donde las esperan; cuando los trabajadores van hacia donde les permiten ganar.
Observo con tristeza cómo amigos y conocidos cada mes se marchan de España hacia un lugar donde hace poco no había más que desierto.
Pero aún no he perdido completamente la fe en que mi amada España y toda Europa despertarán de su sueño letárgico.
Y empezarán a recuperar su fondo de oro y su futuro: la generación joven.
Pero despertar debemos hacerlo hoy, porque mañana puede ser ya demasiado tarde.











