Hay novelas escritas para entretener, las hay para aleccionar a la gente y decirle cómo deberían vivir, pensar y actuar; hay novelas para reflexionar y otras que intentan descubrir no el aspecto general del mundo —archisabido—, sino la propiedad genuina de nuestros vínculos con la realidad, en la aristotélica convicción de que el arte no sirve para mostrar las cosas sino para discernir y representar la esencia de las cosas. Hablando por tanto de «cosas», esta novela de la que también hablamos, «La nieve cubrirá todas las cosas», plantea un recorrido interior extraordinario desde la vida simple, infantil y marginal, a la vida plena de una mujer hecha a sí misma con ayuda de otras mujeres.
Luisa, quinqui merchera, nacida en el Madrid gélido de finales de los años cincuenta del siglo pasado, venturosamente entra a servir en casa de un matrimonio joven que la acoge para que ayude a «la señora», doña Paquitina, en las faenas domésticas y el cuidado de sus tres hijos pequeños; un hogar en el que siempre está encendida la estufa «económica», sumido en el amable calor doméstico que ella nunca había conocido. Muchos años más tarde, como ejercicio del taller de escritura para mayores al que se ha apuntado, Luisa recuerda aquellos tiempos, cómo doña Paquitina la acogió en su familia y se esmeró en su educación, despertándola de la puericia y la marginalidad hasta verla convertida en dueña de su destino. Ese es el argumento de la novela. Nadie busque en sus páginas conflictos truculentos ni complicaciones escabrosas; en «La nieve cubrirá todas las cosas» no hay personajes atormentados ni victimizados sino gente enraizada en la existencia con la fuerza natural de las almas limpias, siempre en busca del bien para sí mismos y para las personas a las que estiman. ¿Les parece un argumento ñoño? El escritor Román Piña, flamante premio Ciudad de Salamanca de novela, ha dicho sobre la obra de Sonia López: «Cuando ha corrido tinta a raudales a cuenta de la literatura que busca ahondar en el Mal, este libro que trata modestamente el Bien nos resulta revolucionario».
La bondad y la apacibilidad son hoy en día disruptivas. Recibir la primera comunión, como Luisa la recibió modestamente, animada por su señora y con la sencilla pretensión de uncir el alma bajo el consuelo de un sacramento y nada más, es puro punk. Cuidar de otros, desvelarse por el bienestar de unos niños y por la tranquilidad de una familia, y trabajar duro, aprender con ilusión y sacrificar algunos lazos personales importantes en aras del propio bien personal que conlleva la entrega a otros, es redomada subversión. Las almas grandes se distinguen porque ante todo son generosas. Y modestas. Luisa escribe su memoria vital con una naturalidad y sinceridad y con tanta gratitud hacia cuanto la vida le deparó que sólo un alma grande, generosa, podía animar el trazo de estas páginas.
Al principio de la novela hay una cita sacada del acervo popular: «La criada perfecta sirve a todos; el ama perfecta sólo sirve a su criada». Yo creo que la frase entraña toda la verdad de esta insólita, deslumbrante novela. Algo tan sencillo y tan difícil como la entrañable reivindicación de que en esta vida y en este mundo, vale quien sirve. Y como dijo el maestro reeducador de «El último emperador», de Bertolucci: «¿Qué hay de malo en ser útiles?»
Léanla, es mi consejo. No habrán dado con una novela tan provocadora y radical en mucho tiempo. Ni con mujeres tan auténticas, libres de armatostes ideológicos, de victimismos sórdidos y de prejuicios sectarios. Como bien dice la autora: … esta novela trata de mujeres reales con problemas de verdad que se enfrentan a la vida sabiendo que pueden con todas las dificultades porque se apoyan unas a otras con la fuerza incansable del ser femenino. Eso es «La nieve cubrirá todas las cosas». Nada más y nada menos.