Estos días oímos hablar mucho del concepto “fantasía de poder masculino”, normalmente en relación con las acusaciones de “masculinidad tóxica”. Con otras palabras, las feministas y los activistas woke afirman que la fantasía de poder masculino es una construcción social que hace que los hombres sean agresivos, a la vez que se supone que la agresión masculina es la causa de la mayoría de los males de la sociedad.
Me gustaría señalar, sin embargo, que en realidad no vemos a los hombres hablar u obsesionarse hoy en día con el poder. En cambio, son las mujeres (principalmente las feministas) las que hablan constantemente del poder, del poder institucional, de los desequilibrios de poder y de su deseo de poder. Si tuviera que adivinar, a partir de sus divagaciones, el principio fundamental que inspira todo el feminismo, dicho principio no sería la “igualdad”, sino el ansia de poder.
También es importante entender que la fantasía femenina de poder es clara y oscuramente diferente de la fantasía masculina media de poder, razón por la cual tanta gente sigue siendo escéptica respecto a las mujeres en puestos de autoridad. No hay más que ver cómo ellas expresan sus deseos en la ficción.
Si nos fijamos en los ideales arquetípicos del viaje del héroe (un rasgo de la fantasía de poder masculino), casi siempre encontramos historias de autosacrificio. Para la mayoría de los hombres, se supone que el poder debe utilizarse al servicio de los demás, para proteger y mantener a los que no pueden protegerse a sí mismos. Este simbolismo está por todas partes en la literatura, la televisión y las películas centradas en figuras masculinas poderosas y populares. En lugar de ser “tóxicos”, los hombres se ven obligados por su relación con el poder a conseguir algo más grande para todos los que les rodean.
Eso no quiere decir que no haya hombres con motivaciones retorcidas. La historia está plagada de líderes masculinos que han abusado de su autoridad y cometido multitud de atrocidades. Pero estos hombres son la excepción que confirma la regla. La mayoría de los hombres quieren tener la oportunidad de demostrar heroísmo y adherirse a un código ético. Esto se conocía antiguamente como “caballerosidad”, lo contrario de la villanía.
El viaje del héroe suele implicar una lucha por alcanzar el poder que, en última instancia, utilizará el hombre en cuestión. Comprendemos, al menos inconscientemente, que el poder obtenido sin experiencia ni sabiduría conduce a la corrupción. Con otras palabras, para los hombres, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
La fantasía del poder femenino es, por desgracia, muy diferente. Para las feministas en particular, un gran poder significa no tener que responsabilizarse nunca de nada.
Cuando las mujeres (sobre todo feministas) escriben sobre mujeres ficticias dotadas de poder, encontramos una yuxtaposición considerable en cómo se consigue y se utiliza ese poder. Una fantasía de poder femenino no inspira a una mujer a convertirse en heroína. De hecho, cuando las feministas describen a protagonistas, a menudo éstas actúan como villanas: tienden a ser egoístas, narcisistas, carecen de profundidad y de las cualidades redentoras asociadas a las personas con principios. Cuando las mujeres fantasean con el poder, es más probable que reflejen rasgos psicopáticos que enriquecedores rasgos femeninos.
No existe un viaje del héroe arquetípico para las mujeres modernas. En la cultura pop, los iconos femeninos suelen adquirir el poder automáticamente, sin ningún esfuerzo para ganárselo. Nacen con habilidades mágicas, talentos mágicos o dados por Dios, o “manifiestan” su poder por pura voluntad psicológica (la fantasía de la brujería). Imaginan lo que quieren, y se supone que lo que quieren viene a ellas magnéticamente dado. Para las feministas, esto no es sólo ficción; creen realmente que este tipo de magia es real.
Incluso en las fantasías de poder masculinas, en las que un protagonista nace con ciertas fortalezas, existe un dilema inmediato: ¿cómo puedo utilizar este poder para el bien y evitar que me corrompa? Este dilema no existe en la ficción feminista. Para ellas, el poder es una virtud en sí mismo, y el abuso de poder siempre está justificado si es una mujer quien lo hace. Si recurren al mal, suele ser por las faltas cometidas por los hombres. Siempre hay una excusa.
En el pasado, las historias de poder femenino generalmente implicaban a mujeres que utilizaban la sexualidad para influir en los hombres para sus fines (la sexualidad se trataba como magia). Esta dinámica ha preocupado durante mucho tiempo a las feministas, a quienes les gusta la idea de la manipulación sexual, pero no les gusta la idea de que las mujeres dependan de los hombres para proyectar su “agencia”. Por eso, en la era moderna, las feministas han trasladado el poder femenino a un ámbito masculino en el que las mujeres actúan como hombres, utilizan la fuerza física como hombres y afirman su dominio del modo en que imaginan que los hombres afirman su dominio.
Han abandonado la idea de acercarse al poder de un hombre para explotarlo. En cambio, ahora codician el poder institucional en los negocios y el gobierno, pensando que pueden eliminar al intermediario. Esto ha llevado a que aparezca en los medios de comunicación el omnipresente tema de la “chica jefa”, una extraña construcción que consiste en hacer que los hombres parezcan incompetentes para que las mujeres en puestos de responsabilidad parezcan inteligentes.
Pero ahí es donde las cosas se complican. Las mujeres no son hombres y nunca podrán hacer lo que hacen los hombres. Con otras palabras, los hombres pueden sobrevivir y prosperar sin las mujeres, pero las mujeres nunca podrán sobrevivir sin los hombres. Es una realidad fría y dura que las feministas sencillamente no comprenden; todo el poder feminista descansa en la tolerancia de los hombres.
A los activistas woke les gusta afirmar con cierto regocijo que “el mundo está progresando” y que los hombres conservadores están enfadados porque “el patriarcado está perdiendo poder”. Este argumento me parece fascinante porque es contradictorio: si el patriarcado existe y los hombres son realmente una estructura de poder monolítica, entonces francamente no hay nada que nos impida aplastar a las feministas bajo nuestras botas como a bichos y recuperar todo ese poder.
Las mujeres, en virtud de su biología, no tienen poder. Al menos no del mismo modo que los hombres. Todo el poder que creen que han tomado, en realidad se lo han DADO los hombres. Los hombres permiten a las mujeres las libertades de que disfrutan en el mundo occidental, no hay lucha de poder. Estoy seguro de que algunas feministas me acusarán de chovinismo, pero es la realidad: en los países occidentales, si las mujeres tienen los mismos derechos y oportunidades que los hombres, es porque los hombres quieren. Si existiera un patriarcado, estos derechos no existirían.
No hay más que ver las naciones fundamentalistas de Asia y Oriente Medio, donde existe un patriarcado REAL. Las feministas no tienen ninguna influencia porque los hombres de esas sociedades no les dejan ninguna. Con sólo pulsar un botón, todo el control que las feministas creen haber conseguido les es arrebatado en un instante. Así que, por favor, señoras, no se engañen y agradezcan que los hombres occidentales se inclinen por apreciar y apoyar a las mujeres que les rodean.
El siguiente argumento más común esgrimido por las feministas es que las mujeres en realidad “no necesitan a los hombres”. Creo que para las feministas de la primera ola, este argumento se limitaba a la idea de que las mujeres no necesitan a los hombres para su felicidad o su éxito personal. Eso es discutible, pero no me interesa realmente que las feministas se sientan afirmadas en su vida cotidiana. El problema surge con el feminismo de la tercera ola y la idea de que las mujeres no necesitan a los hombres para nada, ni siquiera para la estabilidad de la sociedad.
Seamos claros desde el principio: los hombres construyeron casi TODO en la civilización. Los hombres mantienen casi todo en la civilización. Todo lo que ves a tu alrededor, desde la tecnología hasta los edificios, las carreteras, los servicios públicos, las fábricas y la seguridad nacional, se ha construido y funciona principalmente gracias a los hombres. Todos esos trabajos horribles pero necesarios que las mujeres no quieren hacer o son incapaces de hacer los hacen los hombres.
A las feministas les gusta decir que las mujeres sólo necesitan a los hombres para protegerse de otros hombres. Dicen que si los hombres no existieran, ellas estarían a salvo. Se trata de una suposición desarmantemente ingenua, que sólo hacen las mujeres de las sociedades del primer mundo, donde nunca se han visto obligadas a experimentar la verdadera supervivencia.
Si los hombres desaparecieran mañana, la civilización se derrumbaría. Puede que las mujeres no tuvieran que preocuparse por la agresión masculina, pero sí por funcionar en un entorno desprovisto de cualquier comodidad o confort moderno. No durarían más de unas semanas; la inmensa mayoría moriría casi inmediatamente.
Estamos convencidos de ello, porque muchos experimentos de supervivencia realizados en los últimos años con grupos exclusivamente femeninos han acabado en un desastre. O bien se ven obligadas a depender de grupos de hombres para sobrevivir, o tienen que retirarse y abandonar el experimento por completo. Un ejemplo famoso es el viejo experimento de la batalla de los sexos de Bear Grylls, pero no es el único y los resultados suelen ser los mismos en todos los casos.
Las feministas hablan mucho, pero se doblan como papel mojado cuando se las coloca en situaciones en las que legítimamente tienen que luchar para vivir.
El mundo es un lugar inhóspito, sobre todo sin hombres. La fantasía de poder de las feministas se basa en la idea de que pueden hacer cualquier cosa que hagan los hombres. Esto sencillamente no es cierto, y las exigencias no se limitan a lo físico. Las mujeres carecen inquietantemente de capacidad organizativa, al menos cuando se trata de llevar a cabo las tareas necesarias.
Otro ejemplo famoso de experiencia exclusivamente femenina: en 2005, una productora de televisión decidió crear una empresa de medios de comunicación sólo con mujeres. No se admitían hombres, porque pensaba que los hombres lo tenían fácil. La empresa implosionó rápidamente dos años después debido a la falta de ética laboral, la falta de liderazgo y las luchas internas. La directora general admitió abiertamente que una plantilla exclusivamente femenina era una muy mala idea.
Expuso lo siguiente:
Aunque mantengo la razón original por la que excluí a los empleados varones —porque lo tienen fácil en la televisión—, si tuviera que volver a hacerlo, sin duda contrataría a hombres. De hecho, probablemente sólo contrataría a hombres…
Lo que quiero decir es que las feministas sólo pueden existir en una sociedad del primer mundo en la que los hombres ya hayan creado una red de seguridad. Son lugares en los que los hombres han construido y mantenido la mayor parte del equipamiento necesario para la supervivencia a tal nivel que las mujeres tienen muy poco de qué preocuparse en comparación con sus homólogas de los países del tercer mundo.
Es en estos entornos orientados a la comodidad donde prosperan las feministas, aunque sólo sea porque las mujeres tienen tanto tiempo libre que no tienen que preocuparse de cómo van a comer, dónde van a dormir y quién va a mantenerlas a salvo.
En un escenario de supervivencia, las feministas dejan de existir. Se desvanecen o abandonan el feminismo y buscan la ayuda de los hombres. Sería prudente que las modernas mujeres occidentales tuvieran esto en cuenta, ya que los países del primer mundo tienen fama de hundirse en el tercer mundo sin mucho aviso.
© Alt-Market