3 de enero de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

El quite de Felipe VI

Es la primera vez que la derecha… (¿cómo llamarla?, ¿patriótica, identitaria, radical…?) toma posición en contra de la actual monarquía, de sus silencios y claudicaciones. El artículo que reproducimos, publicado por Hughes en La Gaceta, es claro como el agua y duro como el diamante. Aunque menos contundente, también es claro y significativo el silencio con el que, por primera vez, el partido que patrocina La Gaceta ha acogido este año el discurso (“la turra”, dice Hughes) que el Rey pronunció en Nochebuena.

 


 

No sé dónde pone, y lo pregunto con toda humildad, que el Rey deba meternos, cada Nochebuena, la santa turra que nos mete, con decorado variable, entrando en nuestras casas en el apogeo del langostino para decir unas cosas que suenan cada vez menos inocentes.

Si uno escucha los discursos de Franco como jefe de Estado, no encuentra tanto paternalismo. Eran más cortos, con un mensaje más directo; como una «santiaguina» de fútbol acabada en Arriba España.

El Rey, y sobre todo este Rey, alarga unos minutos de discurso imposible, pues ¿qué dice, qué nos está diciendo el que se supone que nada puede decir? ¿Dónde viene que quien no puede hablar, quien no puede entrar a decir ni pío ante atrocidades como la Amnistía, deba dar discursos que fijen marcos políticos e ideológicos?

Los caballeros del zodiaco que luchan por hacerle la corte a Felipe VI deberían darle un consejo: no diga nada. Para decir esto, mejor no diga nada.

El discurso de esta Navidad ha sido la segunda parte de su visita a Paiporta y ha tenido el efecto de completar el quite al gobierno, al PP, al PSOE y al Estado Autonómico. Su visita del brazo de Mazón y Sánchez buscó apaciguar una rabia justificada y en Nochebuena, en consonancia con lo anterior, pretendió fijar una interpretación inaceptable de lo sucedido.

Lo que pasó en Valencia fue mucho más que un desastre natural y un problema de mejorable coordinación. También se sintió algo más que «frustración e impaciencia». La emotividad y solidaridad despertadas no tuvieron que ver exactamente con la «conciencia del bien común», concepto tangencial, filosófico, con el que desfigurar y  difuminar las cosas… Es completamente inaceptable esta interpretación. Es mentira, para empezar, pues oculta a los españoles la gravedad real de lo sucedido, y es una manipulación intelectual porque aquello que despertó la ira no fue la conciencia del abstracto bien común sino otra cosa: la concreta conciencia del abandono y la negligencia, y el dolor operante, actuante que surge del vínculo nacional no como una conciencia proyectiva de mínimos, sino como una urgencia en lo entrañable. El bien común es fin, pero… aquí era un principio: origen de todo.

En los discursos del Rey, la nación se suele mencionar una vez, para que no se diga, pero como sinónimo de país, no de comunidad.

El Rey cumple una función de distorsionar, confundir, pastorear, distraer lo nacional, de torear con una mano lo nacional mientras con la otra sostiene el estoque del Estado, que personifica. ¡Y ese Estado no se toca!

Con este discurso, el Rey volvió a socorrer a los grandes partidos y al actual Estado (estado de cosas) cuya falla fue estructural en Paiporta. Prescribió, con una autoridad que no tiene, más consenso, una palabra biensonante sobre la que debemos albergar mucha desconfianza: consenso no es una palabra bonita, es una forma de decidir no democrática y es el reparto o repartija de partidos que ha desembocado en, precisamente, Paiporta.

«Consenso en lo esencial», «noción del bien común»… minimización de la política con fórmulas, por cierto, de resonancias religiosas: Rey-cura, pastor de almas consensuadas y atemorizadas en el miedo eternizado de la Sacrosanta Transición… ¡no rompamos el jarrón!

No somos seres preocupados por un bien común que deban dilucidar los partidos según la forma y aritmética del Consenso, sino otra cosa. O deberíamos. El Rey no sólo echa un capote al PP y al PSOE, y corre un velo sobre el desastre valenciano; y no solo tergiversa la realidad de lo allí sentido y sucedido, sino que nos anima a perpetuar todo aquello que lo ha originado.

El mensaje del Rey es chirriante en la forma, porque no procede ya tanto paternalismo y tanta retórica y es, desde luego, inaceptable en el fondo y en el contenido.

El toro de Paiporta tenía en apuros serios al PP-PSOE  y el Rey, torero en burladero, pero torero no tonto, torero listísimo, salió con su capote a llevarse al toro, a distraerlo y a evitar el peligro de la corná.

© La Gaceta

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