25 de agosto de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

El enemigo está herido, pero aún no muerto. Soros sigue atacando

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Tras sus fracasos en China, es en Europa donde George Soros encontró finalmente un terreno favorable para su ideal de una sociedad liberal, postnacional y multicultural, defensora la acogida incondicional de «refugiados» y el comunitarismo musulmán.

El muro de Berlín cayó precisamente el año en que George Soros abandonó a su triste suerte a los disidentes de la plaza de Tiananmen tras el fracaso de su fondo chino. La historia es a veces cruel. El aprendiz de mecenas se había esforzado en vano durante varios años contra un régimen que no pudo derrocar, ni siquiera con millones de dólares, mientras los alemanes, sin su ayuda, retomaban las riendas de su destino. Ese mismo año, 1989, Hungría, la patria de Soros, puso fin al comunismo bajo la presión de la oposición, que primero consiguió el multipartidismo y la promesa de elecciones libres y, en octubre, la autodisolución del Partido Socialista Obrero Húngaro.

Así que cuando reorientó sus actividades filantrópicas hacia Europa, a principios de la década de 1990, el trader neoyorquino llegó casi demasiado tarde. Pero él, que había sobrevivido muy joven a la barbarie nazi y luego había visto caer el telón de acero sobre Europa del Este, veía por fin triunfar la sociedad abierta: había que formar parte de ella a toda costa.

A partir de entonces, Europa se convirtió en su terreno de juego favorito. Para no repetir en Hungría los mismos errores que en Sudáfrica, Soros, que se había mantenido fiel a la idea de que una sociedad se transforma si una nueva élite expulsa a la antigua, decidió esta vez crear desde cero su propia universidad, la Universidad de Europa Central, que fundó en 1991 en Budapest. Su objetivo era forjar a una nueva generación de estudiantes favorables a las reformas económicas y al liberalismo, así como documentar mediante la investigación el fracaso y posterior colapso del bloque soviético. Con una dotación anual de 400 millones de euros procedentes directamente de las fundaciones de Soros, la universidad es una institución estadounidense en suelo húngaro, con el riesgo de alimentar más adelante las acusaciones de injerencia extranjera por parte de Viktor Orbán y la extrema derecha húngara. Pero muy pronto, George Soros vio más allá y soñó con acompañar la construcción europea, que representaba para él la culminación del proyecto de sociedad abierta que había imaginado desde sus años londinenses, a la luz del pensamiento de Karl Popper.

La paradoja es que, a lo largo de toda la década, se benefició de las fragilidades de una opinión europea que había aceptado con dificultad esta integración: fue en parte debido a las dificultades de algunos Estados europeos para ratificar el Tratado de Maastricht por lo que George Soros acabó consiguiendo la devaluación de la libra esterlina que le convirtió en multimillonario. Soros siguió, mucho después del Miércoles Negro de 1992, especulando contra las monedas nacionales, antes de publicar, en 1998 y 2000, dos ensayos sobre la crisis del capitalismo global que animaban a reforzar la integración económica y monetaria dentro de la Unión Europea. Desde entonces, cada vez que Europa ha atravesado una crisis importante, George Soros ha tomado la costumbre de coger la pluma para pedir sistemáticamente a los Estados miembros que refuercen el federalismo, como en 2011, al día siguiente de la crisis financiera, cuando lanzó en las páginas del Financial Times un famoso llamamiento a los dirigentes europeos: «Os exhorto a que os unáis».

Pocos observadores supieron ver en aquel momento que Soros estaba llevando a cabo un profundo cambio doctrinal. Después de haberse convertido en el abanderado de una apertura total de los mercados de bienes y capitales en todo el mundo, en contraposición a las economías cerradas que pretendía derribar a toda costa, George Soros reconoció que la globalización y la desregulación económica dejaban en la estacada a un gran número de «minorías» más vulnerables a la depredación financiera. Decidió defender prioritariamente a estas minorías, condenó el thatcherismo en términos inequívocos y animó a los Estados a controlar más estrictamente a los bancos y las instituciones financieras: «Como ciudadano, milito por reformar las reglas, aunque ello vaya en contra de mis intereses personales», decía en 2010 a sus alumnos de Budapest.[1] Continuó con sus lecciones de federalismo y apertura, especialmente tras el Brexit o en el momento álgido de la crisis sanitaria, cuando el miedo al Covid-19 empujó a los dirigentes europeos a cerrar sus fronteras. Incluso creó un think tank, el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, destinado a acercar las capitales europeas tendiendo puentes entre sus élites. Pero, como señaló el perspicaz Jean Quatremer en Libération, Soros, que en aquella época se oponía a George Bush y a la guerra de Irak, consideraba entonces «que sólo los europeos pueden ofrecer una alternativa creíble al poder imperial estadounidense». Así pues, con el fin de convertir a Europa en un antídoto contra la derecha estadounidense, que, en su opinión, corrompía el espíritu de apertura que debería haber sido la promesa de un Occidente triunfante, Soros se volcó decididamente hacia el paneuropeísmo. Aprovechó en particular las posibilidades que ofrecía el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, cuya proximidad a la Open Society ha sido objeto de duras críticas por parte del muy conservador Centro Europeo para la Justicia y los Derechos Humanos, que estableció en un informe publicado en 2020 que aproximadamente uno de cada cinco jueces, de los cien que trabajaban en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos entre 2009 y 2019, había sido miembro de la Open Society o de una ONG financiada por ella.

Más grave aún, el ECLJ señaló que, en un centenar de ocasiones, estos «jueces Soros» habían juzgado, sin recusarse, casos presentados por su propia ONG, lo que, según el jurista Grégor Puppinck, creaba un «conflicto de intereses» contrario a las normas de funcionamiento del Tribunal. Esto fue reconocido implícitamente por el TEDH cuando se reformó tres años más tarde para obligar a sus jueces a recusarse en situaciones similares. Con el derecho, George Soros tenía la primera palanca con la que podía obtener en Europa los éxitos ideológicos que no había logrado en otros lugares: la segunda era la investigación científica, que revestía de objetividad los valores defendidos por la Open Society. Así, con sus tratados y reglamentos, sus procedimientos y recursos, sus jueces y tecnócratas, la Europa política se revelaba como El Dorado del gran fantasma sorosiano de una democracia ilustrada, dirigida por una élite culta y comprometida con los ideales de apertura y tolerancia. El apoyo de Soros al mundo de la investigación llegó en el momento oportuno, cuando las políticas de austeridad se abatían sobre el Viejo Continente y la investigación pública pagaba un alto precio. Así, Soros financió estudios públicos, avalados por los sellos más oficiales, pero cuyos equipos y laboratorios no estaban financiados por el contribuyente, sino directamente por la Open Society. Este fue el caso en Francia de un estudio sobre los controles raciales, realizado por sociólogos del CNRS en 2009. Basándose en observaciones realizadas en varias estaciones de tren de París, acusaba a la policía francesa de controlar prioritariamente a las personas que no eran blancas. El estudio fue muy criticado por la prefectura de policía de París en aquel momento, y otros investigadores señalaron que dicha investigación infringía la prohibición de las estadísticas étnicas en Francia. El estudio reconocía, por otra parte, que la pertenencia étnica no era el único criterio que llevaba a los policías a reforzar los controles, los cuales también eran más frecuentes con los transeúntes vestidos con chándal que con los que vestían ropa de calle, de modo que un negro vestido de calle tenía menos probabilidades de ser controlado que un blanco con chándal. Pero da igual, la conclusión oficial fue que Francia era un país en el que imperaba lo que aún no se llamaba «racismo sistémico».

George Soros militó activamente a favor de la acogida masiva de refugiados en Europa, pero no vio en aquel momento que el discurso sobre la igualdad de derechos y la tolerancia iba a ser oportunamente retomado e instrumentalizado por organizaciones emanadas de los Hermanos Musulmanes, como el Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF), al que donó varias decenas de miles de euros a partir de 2012. La amenaza de los Hermanos Musulmanes está ampliamente documentada, al igual que la forma en que una red de organizaciones sabe aprovechar la denuncia de la islamofobia para promover, de manera encubierta, una ofensiva del islam rigorista. El CCIF fue disuelto en 2020, después de que Gérald Darmanin lo considerara cómplice de la conspiración contra Samuel Paty que condujo al asesinato terrorista del profesor por un checheno radicalizado. ¿Había sido Soros el idiota útil de estos portavoces del fundamentalismo musulmán, o apoyaba voluntariamente su proyecto comunitarista?

Las conclusiones de un informe de la Open Society, en 2011, sobre el lugar de los musulmanes en Europa dejan poco lugar a la duda: la doctrina oficial de la Open Society es abogar por el reconocimiento del derecho de los musulmanes a un modo de vida comunitarista. ¡Los Hermanos Musulmanes no pedían tanto! Así, Soros, esta vez con pleno conocimiento de causa, concedió un cheque de 80 000 dólares a la Alianza Ciudadana, la asociación que está detrás del colectivo Les Hijabeuses, que lucha por que se permita el uso del velo en el deporte y del burkini en las piscinas municipales, imponiéndose mediante provocaciones para obtener el consentimiento de las autoridades ante hechos consumados. Este auge del islamismo político y la falta de control de los flujos migratorios han alimentado, desde 2015, el auge de una ola de reacción conservadora en Europa, de la que Viktor Orbán fue uno de los precursores y para la que George Soros se convirtió rápidamente en la bestia negra, hasta su expulsión de la universidad, que le obligó a abandonar Budapest para irse a Viena. Así, cansado de haberse convertido en el saco de boxeo de un avance nacionalista que la Open Society no había sabido contener, su hijo Alexander anunció en 2023 la reducción de la financiación de la Open Society en Europa para volver a centrarse en Estados Unidos con el fin de impedir la reelección de Trump, que «sería aún peor para Europa que para Estados Unidos». Con el éxito que ya conocemos.

  1. George Soros, «The Soros Lectures: At the Central European University», Public Affairs, 2010.

 


 

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