22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

El dandy y su lápida

De nuevo, la prosa fulgurante de nuestro amigo argentino, el escritor Diego Chiaramoni, irrumpe en EL MANIFIESTO para sacarnos —lo hace de vez en cuando, pero con menos frecuencia de la que ansiaríamos— de la modorra fría en que a uno acaban sumiéndolo las bellaquerías y ramplonerías de la política. De esa política de cuyo veneno es, sin embargo, imposible separarse. Porque es tan grande, ruín e impura como la vida misma.

J. R. P.


Una luz de invierno con reminiscencias de Bergman se cuela a través de los vidrios del Café donde escribo todos los sábados por la mañana. Brisa sube las escaleras trayendo mi vaso de leche caliente. La miro y sus pasos, su piel y su figura le susurran a mi conciencia el peso de la realidad: “ya eres una barca amarrada a la orilla”. Frente al Café, un “colegio de monjas” – como se solía decir en otros tiempos–, que de mojas tiene solo el recuerdo, porque las congregaciones de religiosas se han convertido en residencias geriátricas, donde la hermana de 75 años asiste a la de 80. Así se expresa en el mundo el eclipse de lo sagrado.

Sobre la mesa del Café, un libro de Francisco Umbral que me llegó ayer desde España. Con Umbral me sucede lo mismo que al mirar a Brisa: un eros de lo antitético. Paco es un impío, un incendiario, por momentos un ególatra, un ser de lejanías, pero un escritor brutal. Nadie metaforiza como Umbral para quien, la metáfora: “es la fruición de un encuentro inesperado, de dos cosas que copulan sin conocerse”. Nadie ha metaforizado como Umbral y muy pocos lograron hacer belleza con el veneno. Yo, en cambio, intento ser piadoso sabiéndome de barro, enciendo pequeñas fogatas, siempre sobre el asfalto por las dudas y, a veces, temo un poco a lo que otros opinen de mí. Sánchez Dragó me decía: “Escribes muy bien, pero debes escandalizar más”. Sucede que, a mí, no me da para tanto el corazón ni el estómago. Como escritor, ni hace falta siquiera insinuar la más mínima comparación. Ahora bien, hay tres cosas en Umbral que sí las siento afines a mi espíritu, a saber: mirar la vida en clave literaria, aguijonear a la política de turno y, también, un cierto dandismo que esconde recónditas heridas.

En 2020 se estrenó un documental sobre Francisco Umbral titulado justamente “Anatomía de un Dandy”. El título emula un estudio tempano de Umbral sobre Mariano José de Larra. El canon español de Paco es muy sui generis, pero guarda una lógica interna: va de Quevedo a Larra, de Larra a Valle Inclán, de éste a Federico García Lorca pasando por Juan Ramón Jiménez y la generación del 27, para desembocar en Ruano y en Gómez de la Serna. Más allá de España, Baudelaire y Proust son omnipresentes en Umbral. Si uno se demora en la mayoría de esos nombres, una cualidad los distingue: el dandismo. ¿Qué es el dandismo? Es un fenómeno cultural, típicamente europeo, al que Baudelaire calificó como “el último resplandor de heroísmo en tiempos de decadencia”. El dandy, narciso rebelde, lleva impresos dos caracteres: la elegancia y la insensibilidad; por eso su vestimenta es, a la par, desafío y defensa. Escribe Umbral refiriéndose a Larra: “Sus chalecos de seda valen tanto como sus crónicas. Diríamos que sus crónicas van escritas de algún modo sobre la seda de su chaleco, para que todo Madrid pueda leerlas cuando él baja por Mayor hacia Sol y Montera”. Umbral se espejaba en esos nombres, y bajo sus cuellos altos, sus bufandas, sus miradas de lince tras el cristal de sus anteojos grandes, se acurrucaban de frío. la nebulosa historia de un padre ausente, un Valladolid gris de posguerra, la música de una Olivetti en una cuarto de pensión, el dolor de un hijo muerto, esa corporeidad mortal y rosa donde el amor inventó su infinito.

Umbral escribió 110 libros y estampó su firma en 135 mil artículos, es decir: se amortajó en tinta. Lo sugerente, es que en ese abismo que me separa de su posición ideológica, gozo con el lirismo de Paco porque la belleza tiene un lenguaje universal, y también, me encanta cuando lo observo levantar su aguijón contra los progres y los snobs de su tiempo; como Juan Manuel de Prada, cuando “chestertonianamente” le recuerda a esta derecha de botas tejanas y culto al capital, que la justicia social tiene que ver con un proyecto de vida auténtica y que Dios no es liberal.

En una de sus columnas para El Mundo, firmada el 14 de enero de 1992, escribió Umbral:

Aquí en el Occidente estamos muy orgullosos de nuestras democráticas corrupciones, vivimos a diario la gran mariconada de una liberté que no llega a la libertad y nos parece que hemos hecho la revolución porque los homosexuales se besan ya en la Gran Vía y la Quinta Avenida de Nueva York, pero a mí me resulta más urgente desamueblar la Gran Vía y la Quinta Avenida de mendigos, tercermundistas, ciegos, parados del muñón y del cartel, y hacer con ellos algo realmente social y justo.

En una de sus libretas póstumas, el escritor catalán Juan Marsé caracterizaba la escritura de Umbral como “prosa sonajero” y la de Juan Manuel de Prada como “prosa ensotanada”; los calificativos son irónicos y hasta nos dibujan una sonrisa, pero lo cierto es que con sonajero o sotana el tábano pica igual y hace roncha.

En el epílogo del documental evocado, una voz en off lee una carta de Paco Umbral a María España, su mujer. Mientras la cámara avanza entre los cipreses del Cementerio de la Almudena, bajo el sol oblicuo de la mañana, es Umbral quien habla:

María, somos una sagrada familia de la que no va a quedar nada en el cielo ni en la tierra. Nos evadiremos, ceniza ágil de los ciclos aburridos de la naturaleza. Las cenizas las meten en una urna, en un nicho pobre, y le ponen delante una placa de mármol. Ya sabes, no necesito decírtelo, que no hay que grabar nada en la placa. Nada de un nombre que salió demasiado en los periódicos. El mármol limpio, crudo, barato, blanco y ya está. He conocido la única verdad posible, la vida y la muerte de mi hijo y, sin embargo, he optado o estoy optando por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre. No creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba, soy un farsante.

Hoy escribo sobre Umbral por dos motivos. Por un lado, porque a uno lo abruman tantos analfabetos locuaces que deshonran la profesión del periodismo, paparazzis de la doxa, alcahuetes del poder. Por otro lado, porque Paco, a su pesar, es el aviso de incendio de una vida sumergida en la inmanencia. Quizás, como Borges, Umbral bebió hasta la última gota el cáliz del escritor que quiso ser, y quizás la trascendencia sea eso. El problema, la consecuencia o quizás simplemente el destino consciente del dandy sea una lápida de mármol limpio, crudo, barato, blanco… como el folio que se carga en una Olivetti.

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