Que el corazón se suele imponer al cerebro es una evidencia. Por ejemplo, el paso de la política de gabinetes a la política de masas trae un aumento de la irracionalidad y de la simpleza, un empacho de mensajes machacones, sentimentales, primitivos y habitualmente falsos. El hombre, por lo general bastante decente como «persona» concreta, renuncia a su juicio crítico, abdica de su criterio y se vuelve anómico, irreflexivo y violento cuando se degrada en «individuo», en átomo de una masa. Es decir, se convierte en receptor perfecto para la emotividad dirigida. Esto lo explicó muy bien Gustave Le Bon antes del cataclismo de 1914 y de sus enseñanzas han sacado provecho todos los demagogos de la nefasta centuria que comenzó en Sarajevo.
Desde que las mujeres y sus asimilados se han convertido en un factor decisivo en los procesos electorales, la política se ha vuelto aún más sensible. La izquierda sustituye la hoz y el martillo por corazoncitos y colorines, la mitológica revolución social se limita a una cama redonda de extravagancias sexuales legalmente sancionadas, a las que se da un papel político que en ninguna sociedad medianamente racional tendría cabida. En fin, todo es moralina de mesa camilla laica y amor, mucho amor. Si usted se quiere comprar un coche, el anunciante ya no le elogiará sus prestaciones, su aerodinámica o su consumo, sino que le mostrará que es el mejor escenario para una vida de familia no patriarcal, ecosostenible, mestiza y resiliente. Las prestaciones de la máquina son lo de menos. Por no hablar del precio,
Con lo anteriormente dicho, no es de extrañar que Antonio —alias Pedro Sánchez— haya comparecido ante la militancia de su partido para exclamar que su corazón está «tocado». Esto nos puede mover a risa, sobre todo teniendo en cuenta que Antonio preside un gobierno corrupto hasta niveles de literal obscenidad. Pero con «son cœur mis à nu», este Baudelaire de Cortefiel, este vendedor de lencería barata, este chapero de la política, ataca con precisión el principal caladero de votos que le queda a La Pesoe: las charos. La izquierda se mueve por el resentimiento. Y nada hay más resentido que toda la masa de climatéricas de pelo azul y pubis en salmuera que han hecho de Antonio su gigoló. Como Godoy, el político que más se le parece, Antonio vive y sobrevive gracias al favor de las mujeres y de sus aliados «ambiguis generis». Sin los ingentes batallones de charos, de féminas empoderadas por la gracia del látex, cuya principal referencia intelectual es Jorge Javier Vázquez, La Pesoe vegetaría en el grupo mixto desde hace una década.
Pero no son sólo las charos de chandal rosa «furcia» y moño alto las que suspiran por Antonio, pese al castigo que les da. Peor aún es lo de la «Otra», la gallega, que apoyada en el quicio de la mancebía de Génova 13 espera que los ojos verdes del buen PSOE (ese oxímoron) se fijen en su acartonado palmito. Feijoo fantasea con el incestuoso tálamo del bipartidismo, mujer abandonada, penélope leguleya que teje y desteje su eterno tapiz mientras aguarda a un Ulises que no va a retornar. La bobalicona derecha española suspira por un príncipe azul que, por lo visto, tiene las hechuras sanchopancescas de Emiliano García-Page, y añora los tiempos en que Felipe González saqueaba los fondos públicos con resabios muy bien aprendidos de Carlos Andrés Pérez.
En fin: no podemos negar que Antonio es un héroe de nuestro tiempo y ha sabido fundirse a la perfección con nuestra sociedad. Nos lo merecemos. No usted ni yo en particular, paciente lector, sino los españoles en su conjunto.
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