Inaugurado en la madrileña Glorieta de Bilbao a finales del siglo XIX, en plena restauración borbónica, El Café Comercial sigue, después de algunas renovaciones y remodelaciones, desplegando su belleza y su calidez. La epidemia o pandemia provocó pérdidas tan abundantes que fue necesario innovar. O, mejor dicho, utilizar la imaginación. Es más beneficioso para la psique. Yo acudo siempre o casi siempre al Café Comercial porque me queda muy próximo, la atención es excelente y no se respira ruido de tragaperras.
Ubicado en pleno centro capitalino, este café sigue ostentando algo que los “gatos” madrileños llaman “caché”, palabra que también podría ser intercambiada por “carisma”. Me imagino que no podré ofender con mis palabras a los lectores con la némesis de “cani”, como llaman ahora los aparatos televisivos a todo lo que siempre fue adjetivado como “vulgar”. Lo andrajoso, lo grosero, no depende del estado adquisitivo, sino de la formación, del estilo. Eso tan olvidado hoy.
Decía que el Café Comercial tiene perfume de persona culta. Y es verdad, no nos vamos a engañar. A mí, personalmente, me devora la suciedad y lo nimio, que habita en tantos rincones de nuestras ciudades. Cuando se entra por la puerta, los camareros dicen “Hola, buenos días”. Y suena muy bien, porque a veces, tanto ellos como nosotros lo hacemos en el mismo instante y suena hasta gracioso, ahora que casi nadie dice ni “qué tal” ni “gracias”. Algo que, total, son sólo dos palabras. No se gasta tanto en pronunciarlas y habla de la riqueza de un país. No de sus recursos económicos, sino de sus niveles culturales.
A este maravilloso establecimiento acudían escritores del siglo vigésimo, tales como Aldecoa, Machado, Gloria Fuertes, Ferlosio, e incluso se afirmó con contundencia que Cela se inspiró y escribió alguna de sus páginas más saludadas de la novela titulada La Colmena. No deseo, no quiero utilizar esa denostada palabra igualitarista llamada “paridad”, que socava la virtud helena . Si el escritor era óptimo, lo era. Daba igual que fuera hembra o macho o panteísta o hebreo. ¿Acaso Góngora, que no comía carne, fue fustigado por su escasa retórica?
Este café posee algo que debería hacerse más a menudo. Los lunes ofrece tertulias literarias de personas, algunas de ellas con escasa fama, que hablan acerca de sus creaciones tanto en lírica como en prosa. También he de decir que en algunos momentos el tedio me ha sobrecogido con lecturas de mamarrachas que parecía que habían cosido una pollera en lugar de escribir un buen poemario. Sor Juana Inés de la Cruz escribía con devoción y alma, mientras que estas últimas lo hacen bajo la referencia de la Montero, que apenas sabe deletrear. Los domingos, son abundantes los conciertos de flamenco o de jazz, y los miércoles se reservan para los monólogos. En muchas ocasiones, gratis. Algo que la gente sabe, pero que le cuesta asimilar, viviendo en Madrid. Qué extraño. Esa comunidad que, según la izquierda, “ofende a lo público”, pero que está en niveles socioculturales muy por encima de la Cataluña de Puigdemont.
Y lo digo porque ahora que se compra a los adolescentes con cheques culturales para que adquieran maquinitas para jugar, no estaría mal que se crease el concepto de ” cultura universal”. A lo mejor, con eso, los chicos, en lugar de utilizar tanto las redes sociales podrían asistir a lugares donde conocer gente y socializar más, sin que tengan la obligación de beber alcohol. No estaría mal. Imagínense por un momento cambiar el TikTok por una biblioteca. ¡Qué cosas!… Algunas lectoras quizás pueden pensar: “Qué masculinidad tan tóxica”. ¿Toxicidad? Lo que yo quiero es limpieza, galantería y sabiduría. Aborrezco el lenguaje de la oración sin subordinadas. Aborrezco Telecirco.
Lectura, música y participación. Tres palabras conjuntadas que forman un buen esqueleto para hacer, de forma omnímoda , un viaje a la cultura.