La realidad es triste y simple: el ego lo destruye todo.
Y el ego parece haber cometido ya sus miserables tropelías al otro lado del Arlántico
Como en muchos otros enfrentamientos, todo comenzó con una trivial disputa por dinero entre dos amigos. Como se trata de Donald Trump y Elon Musk, lo que está en juego no es un billete de cincuenta euros, evidentemente. Se trata del «Big Beautiful Bill [La Gran Hermosa Ley], ese decreto presidencial que, en lugar de ahorrar como se había prometido, va a aumentar el déficit de Estados Unidos para aplicar ciertas medidas prometidas por Trump, como la expulsión de inmigrantes o el aumento de los créditos para Defensa.Elon Musk acaba de abandonar el círculo más cercano del presidente estadounidense tras haber conseguido un ahorro de 160.000 millones de dólares en la administración pública, lo que dista mucho de los 1,5 billones prometidos, pero nos hace soñar a los franceses [y a los españoles, y a los…], asfixiados por un Estado obeso y casi comunista, en el que el 10 % de la población son funcionarios.Tras su marcha, Musk comenzó a publicar tuits un tanto amargos, reprochando a Trump su ingratitud y su decisión de aprobar la «Big Beautiful Bill», esa «repugnanteabominación ». El tono se elevó rápidamente, hasta que Musk soltó «la gran bomba», según sus propias palabras: el jueves 5 de junio por la noche, acusó a Donald Trump de formar parte de la lista de invitados de Jeffrey Epstein, razón por la cual, según él, dicha lista aún no se había hecho pública. Mientras tanto, Steve Bannon, antiguo asesor de Trump durante su primer mandato, había sugerido públicamente que Trump expulsara a Musk a Sudáfrica.
Analicemos todo esto más detenidamente. Elon Musk es un genio que padece síndrome de Asperger. No percibe la realidad de la misma manera que el resto de los mortales y tiende a decir barbaridades. Pero también es porque su cerebro elabora disparates por lo que está montando un proyecto de colonia en Marte. Tiene los defectos de sus cualidades, como todo quisque. Trump, por su parte, no es precisamente un modelo de virtud: de ahí que los medios estadounidenses se hagan eco de las acusaciones de Musk. Después de un juicio contra una actriz porno, un número de amantes difícil de calcular [¿más que Mussolini?], aunque su esposa tenga la amabilidad de seguir asistiendo a todas las ceremonias, es comprensible que se le acuse de haber pasado tiempo en la isla maldita, rodeado de chicas menores de edad y vulnerables, manipuladas para servir como esclavas sexuales.Es probable que no sea cierto, pero es un juicio que no se le habría hecho a Jimmy Carter, por ejemplo… La izquierdista Alexandria Ocasio-Cortez tuiteó, en un arranque de humor demócrata: «Las chicas se pelean».
No obstante, a pesar del ridículo de estas acusaciones, todo esto es un enorme desastre. La asociación Trump-Musk, una especie de pesadilla para los progres, dejaba entrever un gran revuelo en el Estado profundo. No ha sido así. Trump va a endeudar a su país como nunca, Musk quizá le declare la guerra y los estadounidenses lo pagarán. En el bando demócrata, se regodean tras haber pasado miedo: al otro lado del Atlántico, la cobardía y la alegría maliciosa también son propias de la izquierda. ¿Y los estadounidenses, en todo esto? Parecen esperar que Trump y Musk se hablen. Se han anunciado varias citas a través de «filtraciones», que luego han sido desmentidas inmediatamente. Algunos conspiradores, entre los más soñadores, esperan que todo esto sea una farsa al servicio de un plan aún más ambicioso. A estas alturas, no se puede hacer nada por ellos. La realidad es triste y simple: el ego lo destruye todo. Se necesitarían monjes budistas en la política, guerreros decididos que hubieran olvidado hasta el concepto de orgullo. Pero nunca ha sido así, y no es nuestra época la que los va a generar…
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