El discurso del vicepresidente de los Estados Unidos de América en la Conferencia de Seguridad de Múnich de este año ha provocado, como sabemos, un verdadero terremoto político y diplomático.
Para la derecha soberanista, Vance ha aparecido como una voz de salvación, un ejemplo a seguir. En cambio, para el centro y la izquierda, se ha presentado como la encarnación del mal, como el demonio que se inmiscuía en la vida de los demás para destruirlos.
¿Estamos condenados a ser «buenos europeos», pacificados y obedientes, esterilizados por el individualismo consumista, o «malos europeos», suicidas y cegados por el amor incondicional a los demás, idiotizados por el nihilismo progresista?
Guillaume Faye escribió que «un pueblo o una civilización que abandone su voluntad de poder se sumergirá inevitablemente; porque quien no avanza retrocede, y quien rechaza el combate como consustancial a la vida no vivirá mucho tiempo». La clave está precisamente en la voluntad de afirmarse y sólo los europeos podrán construir Europa, como hijos del futuro. La tercera vía es la de aquellos a quienes Nietzsche distinguía de los patriotas,« los buenos europeos».
Las palabras de Vance no son nada nuevo, pero parece que hace falta una voz exterior, sobre todo si es la del representante de la mayor potencia mundial, para que podamos ver lo que tenemos delante de los ojos. Analicemos las tres cuestiones clave de su discurso desde una perspectiva europea.
⇒ La inmigración masiva es nuestra mayor amenaza. Vance no negó las amenazas externas, como Rusia o China, pero nos recordó lo obvio: el peligro interno. Las élites europeas han olvidado la figura del «enemigo interior» y han rechazado durante demasiado tiempo cualquier consecuencia negativa del fenómeno migratorio,; pero hoy la fantasía del fin de la historia se desvanece. La única respuesta política viable a este desafío actual es detener los flujos e invertirlos, un cambio que sólo será eficaz si se realiza a escala europea.
⇒ Es necesaria una política europea de defensa. Vance fue categórico al afirmar que «es importante que, en los próximos años, Europa dé un paso adelante para garantizar su propia defensa». Desde la protección de sus ciudadanos y sus fronteras hasta la inversión en sus fuerzas armadas, los europeos no pueden depender de ninguna potencia exterior. La paz se asegura estando preparados para la guerra, y ésta es la lección clásica que debe guiarnos. El desarrollo de la industria europea de defensa y la promoción de un mando conjunto de fuerzas de los Estados europeos son los primeros pilares para la afirmación de Europa como potencia militar.
⇒ La democracia es el régimen de la voluntad popular. Pero Vance recordó que no puede haber lugar para cordones sanitarios electorales u otras formas de coartar la expresión del pueblo. En sus palabras, «lo que ninguna democracia, americana, alemana o europea, puede sobrevivir es decir a millones de votantes que sus pensamientos y preocupaciones, sus aspiraciones, sus peticiones de ayuda, no son válidas o no merecen siquiera ser tenidas en cuenta». Los llamados populismos son hoy el punto de inflexión en este impasse partidista provocado por la crisis de legitimidad.
Los críticos que no tardaron en ver en este discurso una injerencia de Vance en los asuntos europeos son aquellos que delegan alegremente la defensa de Europa en EE. UU. y hacen la vista gorda ante el apoyo financiero externo de los estadounidenses de todo tipo, incluso a los llamados medios de comunicación mainstream. Los que ven en estas palabras un ataque a la democracia europea son los que quieren ilegalizar a los partidos incómodos, sobre todo cuando representan a una parte cada vez más importante de la población, o los que se oponen a los referendos sobre cuestiones fundamentales como la inmigración.
Frente a los presentistas, que confunden la Unión Europea con Europa; frente a los pasadistas que sueñan con soberanías imposibles; o frente a los fatalistas, para quienes nada vale la pena, la mejor idea que transmitió J. D. Vance en su discurso de Múnich fue que «no hay que tener miedo al futuro».
Se siente el aceleracionismo al final de este interregno y, con Europa en el horizonte, recuerdo las sabias e inspiradoras palabras de Giorgio Locchi: «Si queremos hablar de Europa, si queremos planificar Europa, tenemos que pensar en Europa como algo que nunca ha existido, algo cuyo significado e identidad aún no se ha inventado. Europa no ha sido ni puede ser una “patria”, una “tierra de padres”; sólo puede planificarse, proyectarse, en palabras de Nietzsche, como una “tierra de hijos”».
Grandes sorpresas en el n.º 2
de Éléments-El Manifiesto
Entre ellas, una gran entrevista-debate con
Santiago Armesilla, ese izquierdista patriota
¿Armesilla invitado a una revista como ésta?
Dará que hablar, dará que hablar…