El politólogo y sociólogo Emmanuel Todd, en su fundamental La derrota de Occidente, sostiene que este último está gobernado por «oligarquías financieras y nihilistas», mientras que para Rusia ha hablado de «democracia autoritaria». La sentencia que condena a la cárcel a Marine Le Pen y le impide presentarse a las elecciones presidenciales de 2027, inaugura una nueva etapa: la de la dictadura liberal.
Utilizo estos términos, aparentemente contradictorios, para poner de relieve una realidad que, desde hace unos veinte años, ha sido objeto de estudio en manuales que hablan abiertamente de «posdemocracia» o de «crisis del liberalismo». La premisa básica es bastante simple y describe las democracias liberales como democracias nominales, donde los intereses de una minoría se imponen sobre los de la mayoría. Lo cual es lo contrario de lo que debería ser la democracia tal y como la entendemos en Europa desde hace al menos doscientos años: la afirmación del principio mayoritario. Las oligarquías europeas, en el sentido que le da Todd, están corrompidas y desacreditadas ante la opinión pública, con escándalos que involucran a las altas personalidades de las instituciones comunitarias; basta pensar, sobre todo, en la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, reelegida por el Parlamento de la UE a pesar del escándalo de varios miles de millones de euros en vacunas.
La prohibición de ocupar cargos públicos durante cuatro años con efecto inmediato pone de relieve la doble moral y la prevaricación que se comete a la hora de juzgar la gravedad de ciertos delitos, según el dicho común de que la ley se interpreta para los amigos y se aplica para los enemigos.
El trato judicial reservado a la líder del Rassemblement National no ha sido en absoluto inesperado, dado lo ocurrido al candidato a las elecciones presidenciales rumanas, Calin Georgescu, por presunta financiación rusa, nunca demostrada, en Tik Tok.
Era fácilmente imaginable que el anterior golpe de Estado en Rumanía se repetiría en países más importantes de la Unión Europea, como ocurrió en Francia.
El estado de las oligarquías políticas europeas se basa en un poder interno muy frágil. En Francia, Emmanuel Macron está al frente de un ejecutivo en minoría, y en las presidenciales de 2027, Marine le Pen era finalmente la gran favorita. En este contexto, las élites dominantes tienen la necesidad de descargar en el exterior las tensiones que viven en el interior de sus países. El próximo objetivo del conflicto con Rusia, promovido por Francia y Gran Bretaña, es prolongar el conflicto en Ucrania el mayor tiempo posible, para agotar a Rusia y llevarla no tanto a un enfrentamiento directo, que borraría Europa en cuestión de minutos. Lo que se pretende es sobre todo desestabilizar a Rusia causando tal caos interno que provocaría no solo la caída del régimen de Putin, sino una división en varias repúblicas y su reducción al estado de Moscovia. Para lograr este descabellado objetivo, que sin embargo representa el sueño frustrado de los poderes anglo-sionistas con sede en Londres, para hacerse con las inmensas reservas de hidrocarburos y materias primas, los grupos de poder eurodemócratas están dispuestos a ilegalizar o incluso atentar contra la vida de cualquiera que obstaculice este plan.
La subversión de las élites
Las actuales élites neoliberales han experimentado en los últimos años políticas de emergencia de carácter cada vez más subversivo. Si durante el periodo Covid, los no vacunados eran señalados como enemigos públicos, las medidas legislativas de limitación de las libertades fundamentales han abierto una brecha psicológica antes que jurídica. Estas oligarquías autoproclamadas son literalmente rehenes de un delirio narcisista, ya estudiado por el sociólogo Christopher Lasch a mediados y finales de los años 70. En virtud de este estado mental, no dudan en jugar de forma cada vez más deshonesta, incluso con la convicción de hacerlo por el «bie» de las democracias». Incluso la acción política más abyecta desde el punto de vista ético es vista por estos personajes como necesaria para la preservación del sistema de democracias liberales.
Por eso, la guerra contra Rusia no es sólo el pretexto para la enésima burbuja especulativa generada por la carrera armamentista, sino una partida en la que las clases posliberales europeas se lo juegan todo. A esta clase también pertenece una clase intelectual y social complementaria, embobada por la idea de que la amenaza viene del Este, como si todavía estuviéramos en la Guerra Fría. Los más estúpidos de ellos han llegado a la misma conclusión: es necesario ilegalizar los llamados «partidos prorrusos», sea lo que sea lo que se entienda por ellos, ya que basta con adoptar una actitud crítica hacia las políticas que fomentan un conflicto que está devastando Ucrania, para ser tachado de colaborador o agente de Moscú. Periodistas e intelectuales del régimen, por mala fe narcisista y cortocircuito ideológico, refuerzan la idea de erigir un «escudo democrático» contra los partidos que no quieren la guerra contra Rusia.
Marine Le Pen, en su intervención ante la prensa francesa, habló de la judicatura como una amenaza para el orden democrático. Los golpes de martillo judicial son el instrumento que las oligarquías de los demócratas globalistas utilizan cada vez más contundentemente contra las fuerzas soberanistas que se oponen al «partido de la guerra». Decapitar a la clase política del primer partido de Francia es de una gravedad inaudita ante la cual es necesario reaccionar. También por eso el conflicto ucraniano sigue siendo central y cuanto antes lo cierren los rusos, antes verán su fin estas élites abusivas y que sólo responden a sus intereses.
¿Aún no la tiene?