El 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid, un joven abogado llamado José Antonio Primo de Rivera fundaba Falange Española. Aquel acto no fue un mitin más de los que llenaban la vida política de la Segunda República. Fue el nacimiento de una idea, de un movimiento profundamente español, social y patriótico que buscaba superar el odio, la división y el sectarismo que ya devoraban a España.
Aquel 29 de octubre marcó el inicio de un sueño —el de una España unida, justa y eterna— que fue perseguido, combatido y finalmente ahogado en sangre por los mismos que hoy, noventa años después, siguen tratando de borrar la memoria de quienes entregaron su vida por ella. Porque, digámoslo alto y claro: la Falange fue masacrada por defender a España.
El contexto en que nació aquel movimiento era de una enorme degradación. La Segunda República, que había prometido libertad y progreso, se había convertido en un régimen sectario, anticatólico y violento. Las calles ardían, las iglesias eran incendiadas, los sacerdotes asesinados y las instituciones corroídas por la corrupción moral y política. En ese clima de caos y odio, José Antonio levantó la voz con serenidad, inteligencia y una visión que el tiempo ha demostrado profética.
Su mensaje era claro: ni derechas ni izquierdas, sino una España grande, libre y unida, en la que el trabajo tuviera dignidad, la justicia fuera real y la nación estuviera por encima de los partidos. José Antonio no llamaba a la guerra, llamaba a la unidad nacional. No predicaba el odio, sino el servicio y la reconciliación. Fue precisamente por eso —porque no encajaba en el esquema del enfrentamiento partidista— por lo que fue odiado y perseguido por todos los extremos.
Tres años después de aquel discurso fundacional, José Antonio sería asesinado en noviembre de 1936, tras un juicio farsa y una sentencia dictada por odio y venganza. Lo fusiló el Frente Popular, lo fusiló el PSOE, el mismo partido que hoy gobierna España y que noventa años después profanó su tumba, violando incluso el descanso de los muertos para saciar su rencor ideológico.
Y no solo José Antonio. La gran mayoría de los fundadores de Falange y de las JONS fueron asesinados durante 1936. Hombres jóvenes, idealistas, estudiantes, obreros, campesinos… todos fueron perseguidos y exterminados por una izquierda que no toleraba la existencia de una España distinta a la suya. Sus nombres están escritos en los muros de tantas iglesias, cunetas y cementerios. Su delito: amar a España y creer en la justicia social desde el patriotismo.
La historia del falangismo es la historia del martirio y la fidelidad. No hay otro movimiento político que haya sido tan perseguido, tan difamado y tan traicionado, y que, sin embargo, haya mantenido viva su llama durante casi un siglo. Porque el falangismo no fue solo un partido, fue una mística, un movimiento, una forma de entender la vida como servicio, sacrificio y destino.
Ya en los años 70 y 80, Falange siguió pagando con sangre su lealtad a España. Mucho antes de que ETA comenzara a asesinar a concejales del PP y del PSOE, ya había matado a falangistas y tradicionalistas. Los primeros mártires de la democracia fueron, como siempre, los mismos: los patriotas que nunca renegaron de sus principios. Los cadáveres siempre cayeron del mismo lado, y los verdugos, como siempre, fueron los de la izquierda y sus cómplices.
Hoy, más de 90 años después, la historia se repite. Aquel mismo PSOE que fusiló a José Antonio, que incendió iglesias, que sembró el odio, que desangró España en 1936, es el mismo que hoy gobierna con separatistas y proetarras. El mismo que profanó el Valle de los Caídos, que persigue símbolos, que manipula la historia y que vuelve a dividir a los españoles entre buenos y malos, entre su España y la España real.
José Antonio dijo: “No queremos una España de clases enfrentadas, sino una empresa común en la que cada uno cumpla su deber.” Noventa años después, esas palabras suenan más actuales que nunca. Mientras el país se fragmenta, mientras el odio ideológico se impone a la verdad, la voz de José Antonio sigue siendo un eco de justicia, orden y esperanza.
Yo no soy falangista, pero mi respeto y admiración hacia aquellos que sí lo son es absoluto. Han sabido mantener su fe en las ideas fundacionales, en los principios que no se venden ni se cambian por poder. Han sufrido el desprecio, la persecución y el olvido, pero nunca han renegado de lo que son. Eso les honra, y les convierte en ejemplo.
El 29 de octubre de 1933 no fue solo el nacimiento de un movimiento, fue el nacimiento de una idea eterna: España como destino común de todos los españoles. Y por eso, noventa años después, el homenaje a José Antonio y a los suyos no es solo un recuerdo histórico: es una declaración de fidelidad a España y a su verdad.
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