22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

Tranquilos: los mares no nos tragarán

Como colofón a la habitual campaña estival de alarmismo climático, a mediados de agosto la televisión pública andaluza anunció que, según las “previsiones científicas” de un determinado estudio de Greenpeace, el nivel del mar subiría un metro en los próximos seis años, lo que supondría “la desaparición de 200 playas en nuestro país”, en particular en el Golfo de Cádiz. Dado que la tendencia a largo plazo (1880-2009) de aumento del nivel del mar en Cádiz es de 1 mm al año, esta noticia no sólo contradecía el sentido común, sino también otras previsiones (igualmente alarmistas, pero ni de lejos tan ridículas) difundidas por la misma cadena sólo cuatro semanas antes.

Semejante disparate podría ser un ejemplo más de la falta de rigor y nulo amor por la verdad de los grandes medios de comunicación, pero, al ser la fuente un canal de la televisión pública controlado por el opositor Partido Popular de centroderecha, sirve también como ejemplo del sistema de partido único que gobierna España a la hora de defender las consignas del globalismo.

Calma: los mares no nos tragarán

En realidad, el “estudio” de Greenpeace, más propagandístico que científico (como casi todo lo publicado por la organización), no predijo que el nivel del mar en Cádiz subiría 1 metro en seis años, sino 12 milímetros, aunque estimaba que, con esos 12mm de subida del mar, la anchura de las playas podría reducirse en 1 m. Es decir, los intrépidos periodistas confundieron anchura (de la playa) con altura (del mar), algo que no haría ni un alumno de primaria ni un seguidor de Barrio Sésamo, poniendo de manifiesto, una vez más, la enorme ignorancia y falta de integridad de la prensa. Así, de cumplirse la predicción del referido “estudio”, la magnífica playa gaditana de Camposoto a la que acudieron los reporteros para arruinar un día de vacaciones de los bañistas con la noticia, no desaparecería, como afirmaban, sino que su anchura en bajamar pasaría imperceptiblemente de 300 m a 299 m (es una playa de grandes dimensiones). Sin embargo, la realidad probablemente ni siquiera sea ésa.  

De hecho, la trigonometría más básica nos dice que la relación entre la subida del nivel del mar y la reducción de la anchura de las playas depende principalmente de la pendiente de la costa (la tangente): por ejemplo, las playas con muy poca pendiente ven muy afectada su anchura por los cambios de marea, mientras que las playas con una fuerte pendiente apenas notan ningún cambio en absoluto. Desde 1962, algo tan sencillo se ha denominado la regla de Bruun, que estima que la reducción de la anchura de las playas (el retroceso de la línea de costa) será de entre 10 y 50 veces la subida del nivel del mar, según algunos estudios, o de entre 50 y 100 veces, según otros. Sin embargo, esta regla se basa en un supuesto ceteris paribus demasiado simplista y debe tomarse con cautela, ya que hay variables que afectan a la relación entre la subida del nivel del mar y el retroceso de la línea de costa, como el movimiento vertical de tierras, la sedimentación y la erosión, o el traslado de arena de un lugar a otro debido a tormentas, corrientes o cambios artificiales provocados por la construcción de escolleras o puertos.

Los periodistas también parecen ignorar que, desde el principio de los tiempos, dos veces al día, los 365 días del año, el mar sube y baja en Cádiz con mareas de hasta 3,5 m, lo que hace que la citada playa de Camposoto, por ejemplo, tenga una anchura que varía entre los 300 m en bajamar y los 150 m en pleamar. Que en unos años estas medidas puedan ser de 299,5 m y 149,5 m, respectivamente, no es ninguna novedad.

La arrogante pretensión de precisión

Pretender que podemos medir al milímetro o incluso a la décima de milímetro algo tan difícil de medir como el nivel de los océanos es un ejemplo más del cientificismo imperante en la actualidad, que asigna a la Ciencia (con mayúscula, pues es una divinidad) los atributos divinos de omnipotencia y omnisciencia. Así, el ciudadano crédulo de hoy, adicto al consumo compulsivo de noticias, tiende a creer a pies juntillas todas las afirmaciones etiquetadas como “científicas”, aunque sean afirmaciones absurdas que nuestros mayores, más sensatos, habrían tomado con escepticismo y hasta con humor.

Muchos datos climáticos pretenden tener un aura de exactitud y certeza que simplemente no existe, como sucede con la medición de temperaturas de volúmenes gigantescos como la atmósfera o el océano: los datos mínimamente fiables son muy recientes, y los históricos son sólo estimaciones. Lo mismo sucede con la variación del nivel del mar. Basta pensar en lo difícil que es medir el nivel de una superficie tan enorme como el océano, una superficie que no está nivelada (por ejemplo, en EE. UU. el mar tiene una elevación absoluta mayor en la costa del Pacífico que en la costa atlántica) y está afectada por ondulaciones que se producen cada pocos segundos (olas), por la rotación de la Tierra (Coriolis), por corrientes y vientos y, sobre todo, por variaciones diarias y estacionales de origen gravitatorio, las mareas, que en algunas zonas alcanzan una diferencia de más de 14 metros entre la pleamar y la bajamar.

 

 

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