25 de junio de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

El legado del movimiento de José Antonio Primo de Rivera sigue latiendo en libros, debates sociales y panfletos políticos gracias a su valor contracultural y antisistema El legado del movimiento de José Antonio Primo de Rivera sigue latiendo en libros, debates sociales y panfletos políticos gracias a su valor contracultural y antisistema

Ser falangista es lo que hoy se lleva

Hay pasajes de la Historia de España que se resisten a morir. Pensemos, por ejemplo, en el discurso nacional-popular de Falange, que en plano político es un espacio muerto pero en el cultural sigue más vivo que nunca. Lo demuestra «Mil ojos tiene la noche» (2024, Destino), la novela de Juan Manuel de Prada que ha recibido elogios desde los frentes más diversos. El protagonista es Fernando Navales, joseantoniano radical, que se quedó prendado del histórico discurso de 1933 en el Teatro de la Comedia de Madrid. Esta nueva entrega, secuela del clásico «Las máscaras del héroe» (1996, Valdemar), nos lleva al París ocupado por los nazis y cuenta cómo casi todos los intelectuales españoles exiliados colaboran en las actividades culturales de Falange, en parte por miedo pero también por sentirse un poco más cerca del país que abandonaron.

El retorno cultural del falangismo implica un rechazo radical al mundo posmoderno, dominado por el dinero y vaciado de la grandeza que muchos esperan de la vida. Cuando los tanques nazis entran en París, primera escena del libro, el narrador destaca que los soldados muestran «impasible el ademán», más impasible incluso que en el famoso verso del «Cara al sol», pero también se alimenta la sospecha de que las exhibiciones de fuerza de Hitler no son sino compensación del complejo de inferioridad que siente Alemania respecto a los países del sur de Europa. «Tanto de la cultura francesa, como del refinamiento italiano y de la bravura española», explica la periodista Bel Carrasco en una afilada reseña de la novela.

De Prada también reivindica el falangismo cultural en otro libro reciente, «Raros como yo» (2023, Espasa), donde ensalza la prosa de escritores como Ricardo de la Serna, Juan Antonio Zunzunegui y Rafael García Serrano, injustamente infravalorados. «La democracia, tan perdonadora de todo bicho viviente con tal de que cerdease un poco, no lo perdonó nunca», lamenta respecto al último. Seguramente esto es lo que resulta atractivo a algunos jóvenes actuales: el hecho de que el sistema nunca consiguió asimilar del todo a Falange.

La prensa «progre» actual se escandaliza de que los veinteañeros se hacen de derechas, pero es un gesto de lo más natural. Hace cuatro años, por ejemplo, se descubrió por un vídeo de Youtube que la hija de Almudena Grandes y Luis García Montero se había hecho falangista, un acto de insurrección imprevisto, que de Prada celebró en una columna. «En aquella joven percibí, antes que las majaderías que tanto regocijo causaron, una personalidad auténticamente rebelde que repudia el aplauso sistémico, que no quiere que la lleven en palmitas hasta el redil donde podría chupar del bote de los privilegios heredados. Percibí una juventud heroica, dispuesta a acampar en los márgenes, allá donde la aguardan el descrédito y la incomprensión de las gentes adscritas a los negociados de izquierdas y derechas (¡que éstos sí se tocan!). Y ante esa juventud hay que quitarse el sombrero», celebraba.

Luego está Andrés Trapiello, que ya va por el tercer libro sobre el atentado de 1945 contra la subdelegación de Falange en Cuatro Caminos. Ahora edita «Me piden que regrese» (2024, Destino), novela romántica enmarcada en el Madrid de los años cuarenta, donde se habla de amor porque en el ensayo anterior ya había explicado los detalles sórdidos, como que el Partido Comunista pagaba a sus sicarios mil pesetas por enemigo muerto. Trapiello no está especialmente interesado en Falange, pero se planta frente a la lógica censora de nuestro sistema cultural, que durante décadas acalló a cualquiera que alabase a un escritor falangista. «Creo que la beatería de izquierdas no es peor ni mejor que la de derechas. Es la misma. Hace diez o doce años, en España podía uno haber editado a Unamuno, a Jiménez Fraud, a María Zambrano, a Ramón Gaya o a Gutiérrez Solana, pero como se te ocurriera editar las obras literarias de Sánchez Mazas o publicar un artículo sobre Agustín de Foxá, ibas aviado. Si te acercabas a ellos, siempre había un demente, medio catedrático medio comisario político, que te quería colgar a ti el sambenito de fascista», lamentaba en Infolibre en 2018.

El regreso cultural de falangismo no es solo cosa de señores mayores. Ana Iris Simón, en su libro superventas de memorias, «Feria» (2020, Círculo de Tiza), se atrevió a citar a Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), alabando que tratase de «requijotizar España». Cristina Morales, premio Nacional de Literatura, consiguió vender como apología de las protestas del 15-M un librito titulado «Los combatientes» (2013, Caballo de Troya), que en realidad contenía amplios pasajes del «Discurso a las juventudes de España» (1954), de Ledesma Ramos.

 


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