10 de octubre de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Bernini, 'El éxtasis de santa Teresa'

«¡Rehabilitemos el arte de la seducción!» (y II)

Prosigue y concluye aquí la entrevista «sexualmente incorrecta» que Audrey d’Aguanno ha efectuado a David L’Epée y cuya primera parte se publicó hace tres días.

 

¿Es posible defender las libertades sexuales sin caer en la hipersexualización de la sociedad y la obscenidad vulgar generadas en gran medida por la ideología sesentayochista del «disfrutar sin trabas»? Por el contrario, ¿cómo se puede defender una sexualidad sana sin parecer un beato?

Me parece que, en la vasta nebulosa de las protestas anti-woke, hay ciertas contradicciones y malentendidos que surgen de una comprensión incompleta o errónea de lo que estamos combatiendo. Recuerdo que, hace ya más de diez años, durante las manifestaciones organizadas contra la «teoría de género», se podía encontrar tanto a católicos (algunos francamente intolerantes) que se escandalizaban de que las cuestiones relacionadas con el sexo gozaran de tanta visibilidad, como a mentes más burlonas que desfilaban con pancartas en las que se leía «¡Queremos sexo, no género!». Dos salas, dos ambientes, una misma oposición. Más allá de la broma un poco gamberra y filosóficamente inepta (en realidad, hay tanto sexo como género y no se trata de negar uno u otro, sino de concederles su justo lugar y establecer entre ellos las correlaciones adecuadas), me identifico mucho más con el tono jocoso de este eslogan que con la indignación de una parte del conservadurismo. Los conservadores, en efecto, caen en el defecto de todos los militantes: amalgaman las ideas que no les gustan para convertirlas en una especie de sistema monolítico, sin matices y poniendo en el mismo saco cosas que a veces son opuestas. Así, aunque comprendo (y comparto en parte) la crítica anti-sesentayochista, me parece erróneo convertir el wokismo en una forma de actualización o radicalización del espíritu del 68. Hace unos meses traté la cuestión en un número especial de la revista Front Populaire dedicado a la herencia de mayo del 68. Recordaba que el wokismo, en muchos aspectos, se levanta contra esta herencia para hacer tabla rasa de ella. Sin embargo, se trata de algo más que de un conflicto generacional, es más que una revuelta de los jóvenes burgueses contra los viejos burgueses, los antagonismos son reales y se sitúan precisamente en la cuestión de las relaciones entre los sexos.

Uno de los elementos desencadenantes de Mayo del 68 fue la reivindicación de los estudiantes de tener acceso a las residencias de las estudiantes: hoy en día, en los campus se organizan talleres de «no mixidad elegida»… ¿Qué es lo que les molesta a los wokes del acontecimiento del 68? Su componente hedonista, su espíritu libertario, su aspiración a una revolución sexual en el sentido de la búsqueda de un placer compartido y sin complejos entre hombres y mujeres. Por supuesto, se puede tener una visión crítica de las implicaciones del «disfrute sin trabas» de 1968 (especialmente en lo que se refiere a su recuperación capitalista y comercial), pero ¿tienes la impresión de que los woke « disfrutan sin trabas»? ¡No es la imagen que dan ni el mensaje que transmite su discurso! Por el contrario, reclaman cada vez más trabas: penalización de los comportamientos más comunes, llamamientos constantes al arbitraje de la ley, guerra de sexos, secesión, misandria odiosa, deconstrucción obligatoria, práctica de la autocrítica culpabilizante, cancel culture, confinamiento en espacios seguros, exaltación de los traumas, complacencia en la victimización y, en definitiva, en muchos de ellos, odio puritano al sexo (y, por extensión, a la vida). Los wokes no retoman la antorcha de los sesentayochistas (a los que tratan de boomers privilegiados), lo que quieren es apagarla: sus modelos, sean conscientes de ello o no, hay que buscarlos más bien entre los guardias rojos de la Revolución Cultural China y en un espíritu protestante secularizado de tendencia WASP.

La hipersexualización, si es que existe, hay que buscarla en la otra cara del capital (de la que el wokismo no es más que la expresión reactiva e inversa): la de la pornografía, de la publicidad más vulgar (lo que las feministas llaman «publisexismo») o de ciertas estéticas y representaciones propias de la cultura comercial de masas, como el rap, por ejemplo, donde se rehabilitan los géneros, pero en su forma más caricaturesca y esencialista: se puede ver en ello una especie de fetichismo vulgar cuya doble función consiste en ofrecer una alternativa a los jóvenes hartos de la propaganda woke y en volver a meter moneda en la máquina comercial. Como no me canso de repetir, el mercado no es ni woke ni anti-woke, sólo es procapitalista, es decir, puede adoptar sucesivamente las ideologías más opuestas siempre que generen beneficios. Entre la peste y el cólera, entre el puritanismo woke por un lado y la hipersexualización (la de las películas porno y los videoclips de rap) por otro, no se trata de elegir.

En cuanto a saber qué es esa sexualidad sana de la que me hablas y que habría que poder defender sin parecer un intolerante (ni un libertino), confieso que lo ignoro. Por mi parte, tengo una concepción bastante «liberal» (¡casi me ahogo al usar esta palabra aborrecida!) en el sentido de una práctica que responde a una moral mínima: en mi opinión, es sana cualquier forma de sexualidad que se practique entre adultos y a la que todas las partes (sea cual sea su número) consientan. Delimitar con mayor precisión el marco de una sexualidad sana es abandonar el campo de la moral para adentrarse en el de la arbitrariedad. El problema de tu pregunta radica quizás simplemente en la elección del verbo «defender»: las sociedades humanas se han embarcado en un camino peligroso cada vez que han querido politizar lo íntimo y abrir por la fuerza las puertas de los dormitorios. Eso es lo que se le ha reprochado a la Iglesia durante siglos, y lo que hoy se le puede reprochar a cierto neofeminismo. No combatiremos sus imperativos de «corrección sexual» con otros imperativos igualmente normativos e intrusivos, y no desarmaremos a la policía de los pantalones creando otra policía del mismo tipo. La verdad es que el sexo no es un tema político y nunca debería haberlo sido. Recuerdo las frecuentes bromas de mi compañero Xavier Eman, quien, cuando le envío mis artículos para Éléments, me pregunta regularmente si soy tan ingenuo como para creer que en 2025 aún podré «escandalizar a la burguesía» escribiendo sobre erotismo. ¡Por supuesto que no! Mis producciones sobre el tema no pretenden en absoluto ser transgresoras, el sexo ya no tiene nada de particularmente provocador, al menos por el momento (aunque los woke hagan todo lo posible por criminalizarlo y, por tanto, por devolverle su aroma sulfuroso). Pero esta (relativa) «distensión» ideológico-moral es una muy buena noticia, porque es en la vida íntima (y no en la escena pública de las polémicas, las prohibiciones, los condicionamientos sociales, las provocaciones de tres al cuarto, las indignaciones y las denuncias de virtud) donde la sexualidad puede desarrollarse con total libertad para el mayor desarrollo de quienes se dedican a ella. Porque la sexualidad no es algo que haya que «proponer», ¡es algo que hay que vivir!

 

Si el verano es propicio para las aventuras, también lo es para el ocio. ¿Qué libros y películas son imprescindibles para ti sobre el tema que nos ocupa?

Sobre la historia de la seducción en Francia, recomendaría dos ensayos imprescindibles: Galanterie française, de Claude Habib (Gallimard, 2006) y La Séduction, une passion française, de Robert Muchembled (Les Belles Lettres, 2023) . En este libro, el historiador escribe lo siguiente: «El paradigma identitario de la seducción soberana, un tanto mágico […], sigue produciendo en los países extranjeros un mito del encanto francés basado en la sobrevaloración de la atracción masculina y en la gran disponibilidad sexual que se atribuye a las francesas, elegantes, refinadas y expertas en los juegos amorosos». ¡Es un placer leerlo! Se trata de dos obras densas y cautivadoras que abordan a la vez la historia de las costumbres, la sociología y un enfoque culturalista de las relaciones entre los sexos en el pasado y el presente francés, ilustrando de manera muy convincente lo que intento explicaros sobre cómo los conceptos de alteridad y seducción siempre se han entremezclado, aunque a menudo de formas muy diferentes.

Dado que las vacaciones pueden ser propicias para lecturas menos académicas y más literarias, mencionaré la hermosa antología de Pascal Guignard publicada el año pasado, Compléments à la théorie sexuelle et sur l’amour (Seuil, 2024), que, contrariamente a lo que podría sugerir su título tan «intelectual», es una larga meditación poética sobre el amor que se sumerge en los grandes mitos europeos, en la que el autor nos transmite con entusiasmo su pasión por las lenguas antiguas, la etimología, los paisajes y las obras de arte. Los amantes de la poesía erótica pueden recurrir a otro libro muy rico publicado el año pasado, Anthologie de la littérature érotique au Moyen-Âge [Antología de la literatura erótica en la Edad Media], publicado por La Musardine bajo la dirección de Corinne Pierreville. Esta selección comentada de textos es un tesoro de sensualidad, humor y maravilla, que nos lleva desde las canciones de gesta hasta los rondós picantes, desde los poemas de los trovadores hasta las ensoñaciones místicas, desde la correspondencia amorosa de Heloísa y Abelardo hasta las obscenidades del Roman de Renart (¡mi animal fetiche!).

También quedan los clásicos, atemporales y siempre disponibles en edición de bolsillo: los amantes de la literatura antigua podrán releer el conmovedor idilio de Daphnis y Chloe del poeta romano Longo o el divertidísimo (porque sí, es muy divertido) Arte de amar de Ovidio. Los temperamentos libertinos se sumergirán con deleite en las memorias de Casanova, mientras que los más románticos (¡se puede ser ambas cosas a la vez, por supuesto!) elegirán entre los más bellos relatos de Las hijas del fuego, de Gérard de Nerval (la melancólica Sylvie, la onírica Pandora…). Por mi parte, son obras que no dejo de releer, año tras año, que me acompañan desde la adolescencia y que siempre ocuparán un lugar privilegiado en mi biblioteca amorosa.

La lectura no es sólo un retiro en sí mismo o un descanso individual, también puede ser una oportunidad para conocer gente. En la playa, en una terraza, en un autobús, identificar un buen libro, sostenido entre las manos febriles de una mujer guapa o de un caballero, constituye una ocasión ideal para entablar diálogo con un desconocido, crear un vínculo, seducir y ser seducido, abrir un nuevo capítulo (éste será, por cierto, el tema de un vídeo que publicaré en línea dentro de unos días). Las personas a las que les gusta leer novelas o poesía son un poco como las que les gusta comer o las que disfrutan del arte o la naturaleza: son sensuales. Créeme, creedme, hay más posibilidades de tener un encuentro agradable con un buen libro en la mano que con la nariz pegada al teléfono y los auriculares tapándote los oídos y aislándote del mundo exterior. Además, como señalaba Kierkegaard en su Diario de un seductor, «una forma muy útil de entablar relación con una joven es prestarle libros»… ¡Sólo queda elegir los adecuados!

Entrevista realizada por Audrey D’Aguanno

© https://Breizh-info.com

 

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