10 de octubre de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Reflexiones sobre la violencia

Es un lugar común afirmar que el Estado detenta el monopolio de la violencia; esta convención tranquilizadora lo es menos cuando observamos que el Estado no es un ente de razón, neutral, imparcial y justo, sino que es una máquina manejada por personas que no obedecen a esas características. Tampoco la realidad de los hechos, de la vida diaria, apacigua nuestras aprensiones. La tozuda «praxis» cotidiana, callejera, demuestra que el monopolio de la violencia es tan cuestionable como el del tabaco en la España de mi infancia.

La violencia, en realidad, se ejerce en un desigual duopolio en todo Occidente, La fuerza principal, sin duda, pertenece a las organizaciones estatales, pero existe un necesario complemento a esta violencia legal, que es la que ejercen las organizaciones paraestatales, los defensores callejeros del Sistema. No se trata de una violencia revolucionaria, no establece ninguna verdadera relación antagónica con el poder, salvo en lo retórico. Al revés, son partidarios de la interpretación radical del poder. Es lo que conocemos como violencia izquierdista, que no pretende un cambio político, sino defender a la oligarquía que le es ideológicamente próxima y que la financia. No son violentos anti-Sistema, sino que se trata de sicarios que ejercen la violencia vicaria del Sistema.

 

 

Los ejemplos de tolerancia y complicidad del poder con las hordas de la extrema izquierda es más que evidente. El establishment americano ha usado a los Antifa y a los Black Lives Matter como partidas de la porra para aterrorizar a las clases medias blancas, cada vez más descontentas. Tuvieron éxito en 2020 y amedrentaron al elector republicano. Lo mismo podemos decir de Europa, donde no nos faltan ejemplos de terroristas de extrema izquierda reconvertidos en respetables padres de la patria, como Arnaldo Otegui. Hay otro elemento que no debemos olvidar: los cuadros de la izquierda dominante se forman en esta lucha callejera; los cachorros de la socialdemocracia —siempre bajo la benevolente tutela de policías, jueces, abogados y fiscales— empiezan sus carreras tirando cócteles molotov contra una iglesia y acaban firmando concordatos con el Papa. La rebeldía juvenil es siempre un activo en la carrera de un político del régimen, incluso entre la derecha. Viste mucho. De hecho, entre las bandas de extrema izquierda más violentas es difícil encontrar hijos del pueblo; la mayor parte de sus miembros son niñatos, retoños de las universidades privadas. N ingún castigo será demasiado serio para ellos. Su violencia siempre se ve con simpatía poco disimulada. Recordemos cómo toda la izquierda mundial ha celebrado el asesinato de Charlie Kirk.

Las organizaciones de extrema izquierda se usan para realizar tareas que la policía no debe ejecutar: carecen de límites legales y de códigos éticos, pueden desencadenar el terror sin las trabas jurídicas de las fuerzas del «orden». Pero no son ellos los únicos ni los más nocivos agentes de la violencia del Sistema. La que más se sufre en la calle es la que se ejerce desde la justicia, la que los jueces garantistas realizan al soltar en la calle a criminales encallecidos y a tarados con cinco, quince, cuarenta y más antecedentes penales. Esta perversión del sentido común y del instinto de conservación del cuerpo social causa muchas más víctimas que la acción de los grupúsculos de extrema izquierda y tiene como fundamento la aberración teórica de considerar al delincuente víctima, una verdadera inversión de lo que el sano juicio indica. El crimen común es otro de los medios con los que se degrada la sociedad, pues su acción no sólo disminuye, sino que se extiende, pese a las millonadas que se gasta en «combatirlo» todo el tinglado que llamamos fuerzas del «orden» y poder judicial. No nos debería extrañar que la izquierda esté siempre del lado de los criminales de derecho común y no de sus víctimas. Cuando se produce uno de estos hechos, ya rutinarios, siempre de dice que son «errores» del Sistema o de sus funcionarios. No, no lo son. Es la lógica del Sistema, que sabe que así degrada y aterroriza a la gente, que asiste inerme a la impunidad del crimen y es incapaz de reaccionar debido a los tabúes ideológicos dominantes. Todo esto no nos debería sorprender, sobre todo cuando los valores sociales de nuestro tiempo los inspiran Foucault, Simone de Beauvoir, el marqués de Sade y los goytisolos patrios.

 

Compartir:

Más artículos de Sertorio

Suscríbase

Reciba El Manifiesto cada día en su correo

Destacado

Lo más leído

Temas de interés

Confirma tu correo

Para empezar a recibir nuestras actualizaciones y novedades, necesitamos confirmar su dirección de correo electrónico.
📩 Por favor, haga clic en el enlace que le acabamos de enviar a su email.