Muy pocos hispanohablantes conocen bien las normas sobre las tildes (cualquier signo que se añade a la habitual escritura de una letra) y muchos menos saben utilizarlas con maña. Bien manejadas son una ayuda para la lectura, mal aplicadas sirven de poco. En muchos casos son un estorbo.
La ortografía tendría que evolucionar como la lengua y adaptarse a los cambios, pero La identificación del usuario con la imagen gráfica es tan grande que nadie se atreve a quebrar la tradición modificando la norma escrita. Y cuando las normas cambian, los usuarios se ponen en contra, indignados y recelosos, hasta tal extremo que la Academia a veces se ve obligada a rectificar las modificaciones para acallar las protestas.
Las reglas españolas de acentuación sirven para indicar el lugar donde se sitúa la mayor intensidad de voz con la que se pronuncia una palabra, aguda, llana o esdrújula. Y también, en algunos casos, para distinguir la función. Es la llamada tilde diacrítica.
En francés no son necesarias porque el acento recae siempre en la última sílaba. Si termina en e muda, en la sílaba anterior. En medicine, en acento está en cin(e). Esa regularidad exime de la necesidad de establecer reglas. Sin embargo, usan tildes que adornan la apertura de la vocal o la pérdida de una consonante. El inconveniente, una vez más, es que dificultan la escritura, pues es difícil encontrar usuarios competentes en su uso.
En inglés no vendría mal señalar con tildes el lugar del acento, pero no las usa. Nadie las echa de menos. Y eso mismo sucede en alemán, que solo se sirve de la diéresis (ä, ö, ü) para indicar que esas vocales se pronuncian más cerradas. El ruso, que también las necesitaría para señalar el acento, tampoco las exige.
Lo que más sorprende es que las tildes sirvan en árabe para distinguir consonantes. Tanto se identifican los arabófonos con la escritura del Corán que dan por buena, y por sagrada, su escritura. Visto desde fuera no sé cómo el árabe puede distinguir la ba’ (ب) con un punto debajo, la ta’ (ت) con dos puntos encima, y la tha’ (ث) con tres puntos encima. Parece como si los inventores hubieran tenido un bloqueo en la imaginación, algo que tampoco se entiende porque las letras ج, ح, y خ son las mismas salvo que una carece de tilde, otra la tiene en la panza y la tercera arriba. Y también sucede con س y ش que, siendo dos consonantes distintas se distinguen porque una no tiene puntos y la otra va con tres. Seguro que estas irregularidades están justificadas, pero no se explica que tantos años después siga igual.
Con más racionalidad funciona el polaco donde las marcas sirven para cambiar la pronunciación o marcar rasgos. Una colita bajo la vocal ą y ę señala la nasalización. El signo más parecido a nuestra tilde ć, ś, ź indica que son consonantes suavizadas o palatalizadas. La ń suena como la ñ española.
El mandarín se escribe con caracteres, y estos nunca concibieron las tildes ni los signos diacríticos. Bastante complicada es ya la memorización de las imágenes. Sin embargo, la lengua echaba de menos un procedimiento que señalara con precisión como debían ser pronunciadas las palabras. Utilizaron para ello el alfabeto latino, que ellos llaman pinyin. La palabra 我 significa yo y se pronuncia wǒ, donde la tilde indica que el tono es alto-ascendente. Y como el chino mandarín tiene cuatro tonos y uno neutro, necesitan señalarlos mediante el acento grave, el agudo, el circunflejo al revés y redondeado y una breve línea plana. Así lograron transcribir los caracteres para el correcto aprendizaje de la pronunciación.
Los españoles estamos tan acostumbrados a utilizar las tildes según las normas de siempre que cuando la Academia propuso suprimir la de solo, por innecesaria, fueron tan grandes las protestas que hubo que reponerla. Nos cuesta cambiar la escritura. Por eso tampoco quisimos aceptar la desaparición de le p de septiembre, que en realidad no se pronuncia.
Una mejor adaptación de la lengua oral a la escrita tendría que considerar que las revisiones de la ortografía son necesarias. Las lenguas en las que la escritura se corresponde con la pronunciación son pocas; el finés y el turco son buenos ejemplos porque ambos modificaron su ortografía en el siglo XX. Y un ejemplo modélico de ortografía racional es la coreana, donde la equivalencia entre pronunciación y escritura es perfecta.
Mientras tanto lo nuestro es soportar las reglas de acentuación, sumamente interesantes para una lectura correcta de las palabras y al mismo tiempo tan complicada que son pocos los españoles que las conocen y las saben aplicar. Suprimir las tildes en todas las palabras simplificaría la escritura a pesar de que dificulte la correcta pronunciación. La distinción entre cántaro, cantara y catará la daría el contexto. Y la tildación de todas las palabras de más de una sílaba, por otra parte, acabaría con la mayor parte de los errores.
Que nadie se espante. El apego del hablante a su escritura es tan fiel que ahí tenemos las aberraciones de la escritura inglesa y francesa contra la que protestó el mejor dramaturgo inglés después de Shakespeare, Bernard Shaw, y el afamado lingüista francés André Martinet, pero nadie les hizo caso. Y no pasa nada.