Todos conocemos el chiste de Henry Kissinger, exsecretario de Estado con Nixon y Gerald Ford: «¿Qué número de teléfono es el de Europa?». Podría haber añadido: «Europa, ¿en qué idioma?». Este es el tema de un interesantísimo artículo de Armand Berger, autor también de «Tolkien, l’Europe et la tradition», dedicado a las «realidades lingüísticas de Europa» en el primer número de «Cahier d’études pour une pensée européenne» (La Nouvelle Librairie).
Europa, nos dice, está formada por veintitrés lenguas y más de sesenta lenguas regionales o minoritarias. No hace falta ir a buscar la Torre de Babel en ninguna Babilonia. ¿No está en nuestro propio continente? ¿Qué unidad lingüística hay en esta eflorescencia de lenguas, aunque procedan esencialmente de una rama común?
La mayoría de estas lenguas, con excepción de unas pocas, derivan lejanamente de una lengua muy antigua, que puede reconstruirse mediante la lingüística comparada. Se trata del indoeuropeo. Este grupo bien definido —la ciencia en este campo progresa y se perfecciona constantemente— es el antepasado de todas las lenguas principales que hablamos hoy en Europa. Ésta es la base común. La unidad lingüística, si lo prefiere. Para hablar de las lenguas del pasado, tenemos que hablar de realidades lingüísticas. Saber cuál es la naturaleza de las lenguas que hablamos hoy, ver cómo interactúan. Estas realidades demuestran que, al igual que las civilizaciones, las lenguas son mortales. Y, por tanto, vivas. Animadas por un dinamismo deslumbrante o por una energía ya demasiado gastada. Es el movimiento natural. Lo que debemos observar es que, en nuestra época, se está produciendo un movimiento completamente nuevo: una lengua está en proceso de suplantar a las demás, y no tiene ninguna ambición de coexistir: el inglés. Se trata de un hecho bien constatado desde la segunda mitad del siglo pasado. Es un problema evidente, que debe abordarse con seriedad y eficacia. Pero parece que se está tardando mucho. Sin embargo, el asunto es urgente, porque la riqueza de las diversas lenguas que se hablan en Europa está amenazada. Así que tenemos que estudiar cómo podemos tener en cuenta el hecho de que el inglés sea tan omnipresente, cómo podemos devolver el protagonismo a las lenguas maternas como abanderadas de la riqueza lingüística de Europa, y cómo podemos pensar en una forma de plurilingüismo que se base en la realidad y no en el bilingüismo forzado (inglés + lengua materna), que a menudo es de calidad mediocre, con objetivos muy vagos, y para el que no sabemos muy bien qué hacer.
Usted menciona las palabras, apócrifas o no, de Umberto Eco, de quien se cuenta que dijo que la lengua de Europa es la traducción. ¿Qué significa eso? ¿No podría aplicarse la fórmula, en última instancia, a todo el mundo? Casi mejor comprar un cerebro artificial a OpenAI y contratar un programa de traducción…
Parece —y aquí llegamos a la historia de las mentalidades— que los europeos siempre han estado inclinados a querer entender qué había de diferente en su realidad compartida. ¿Por qué, desde la Antigüedad, los europeos siempre han intentado copiar y volver a copiar obras, traducirlas y distribuirlas por los cuatro puntos cardinales de Europa? Las palabras atribuidas a Eco son sencillas: la traducción es el deseo sincero y profundo de comprender al otro. Ese otro que se parece a nosotros, pero que, dadas sus particularidades, opera a cierta distancia, con originalidad, manifestando su propio genio. Y cuando hay genio en otro lugar, nos apresuramos a comprenderlo por una curiosidad natural. La traducción es la manifestación de una realidad lingüística dinámica, y debe seguir siéndolo.
Hannah Arendt llamaba a la lengua alemana su patria. ¿Qué relación existe entre las lenguas y las naciones?
Patria (carnal y espiritual) y nación no son necesariamente lo mismo. Por otra parte, a menudo tenemos la idea de que una lengua equivale a un país, a una nación. Esto es un error. Nunca ha existido una nación en la que sólo se hablara una lengua. Ha habido intentos, todos ellos fallidos. A veces han dejado graves secuelas. Tal fue el caso de Francia con la Tercera República. Hay que decir que existen lenguas dentro de una nación que no están necesariamente vinculadas a la idea de nación. Fíjese en las lenguas regionales y los dialectos. También podría decirse que hay lenguas nacionales. Pero estas lenguas nacionales no se limitan a unas fronteras trazadas arbitrariamente. A veces se detienen cerca de esas fronteras, a veces se extienden hasta los bordes. A diferencia de las naciones, las lenguas no conocen fronteras porque son dinámicas por naturaleza. Si observa un atlas lingüístico, le llamará la atención el hecho de que las fronteras lingüísticas no se solapan bien con las fronteras nacionales. Es en la naturaleza cambiante de las lenguas, que se hablan en zonas de contornos sutiles, donde radican en parte los retos de las realidades lingüísticas de la Europa actual y futura.
© Éléments