Bien puede la Academia añadir una voz nueva, progre, con el significado de partidario de la defensa ultra de un partido de izquierdas con independencia del progreso político y social y del desarrollo de las libertades públicas.
Para la mayoría de los españoles, me atrevo a decir, llamar progre a alguien es despreciativo, se usa como insulto hacia quienes encuentran placer por pertenecer o relacionarse con una clase social llamada de izquierdas, aunque no lo sea, pero sobre todo poderosa. Y muestran su poder en el lenguaje, en los modales y en los gestos. Son los gustos de los progres dominantes. Como siempre ha pasado en España, se trata más de aparentar que de ser, pero sobre todo de estar por encima de los otros.
Los progres de PSOE-Sumar se sienten en la cumbre de la pirámide. Son, por tanto, mucho menos numerosos que el pueblo llano. Y pueden serlo desde que obtienen una cuota de poder social y económico del que los otros carecen. Se trata de demostrar que se pueden permitir un capricho, que tienen poder para permitirse extravagancias hirientes. El pijo-progre de hoy es el cacique de siempre, el noble de antes, necesita poder social, económico y político, y armarse de un lenguaje que los distancie del pueblo.
Sócrates, Descartes, Kant tuvieron un lugar destacado en sus sociedades apoyado en su inteligencia, pero eso ha cambiado. La clase política de hoy se ha encargado de deteriorar el poder social, de eclipsar la inteligencia y de opacar los espacios del intelectual. Fin del poder del sabio.
El poder económico, por su parte, permitió una destacada posición social, pero lo vemos desaparecer degastado por dos poderosas tendencias: la descapitalización en los traspasos patrimoniales entre generaciones, verdaderos robos para los herederos, que ya no gozarán de los privilegios de sus antepasados, y mediante un sistema de impuestos que imposibilita que nadie, salvo la clase política en el poder, pueda destacar socialmente.
El poder político es la nueva clase alta, pija y estirada. O sea, los chicos y chicas de Podemos-PSOE, en rebeldía liderada por la reina de las pijas, la que comparte lecho con Pablo Manuel Iglesias, pues el poder de Yolanda va en declive. Se equivocó en la ley del sí es sí, ha escindido a la extrema izquierda para destacar por lo que fueron, y empiezan a sentirse “súper-mega-fuertes. ¿Sabes? Perdona, Yolanda, lo tuyo puede ser bárbaro, fabuloso, fantástico, pero lo nuestro es más guay”. Y lo atiza con esa ese que suena como silbada y que tiende a alargarse en posición final de frase. Me da la sensación de que al hablar no acaban de cerrar la boca, como si tuvieran una patata flotante. En realidad, les falta vocalización porque relajan toda tensión articulatoria, tal vez una mímesis del inglés, pues las pijas suelen acabar las frases con una especie de ruptura de voz, craky voice o voz crepitante que se produce al dejar las cuerdas vocales laxas, poco tensas.
Esas chicas de extrema izquierda dan la impresión de estar felices y sonrientes, aunque lo que suelten se envuelva en ponzoña, en un enfado monumental como si tuvieran los labios estirados o recién salidos de una cirugía plástica. El caso es que en la izquierda de clase alta el habla es pueril, frívola y de niñata malcriada.
Como los partidos son estancias cerradas llenas de adeptos, no está permitido abrir las ventanas. Es obligatorio compartir atmósfera saturada y densa. Y como no pasa el aire, las ideas no fluyen, y ni siquiera llegan a saber cómo viven los otros, los que están fuera de la estancia bunkerizada. En ese modus vivendi de la política chapotea el intercambio de cargos oficiales, enchufes, chiringuitos y canonjías. La nueva clase alta se nutre de una administración hipertrofiada que no crea riqueza, pero parasita en la existente. Una alcantarilla clandestina (no está demostrado pero lo sospecho) aporta capital para el partido.
El mundo del pijerío está en manos de comunistas ebrios de poder, y mucho menos de ideología, que huyen del frío de la realidad, de la dañina especie depredadora. Niños de papá pijo-progresistas, a gastos pagados, que ni dan palo al agua ni saben darlo. El mayor esnobismo huyó de las formas para pasar al contenido cuando la que fue ministra cónyuge dijo: “Ayudaré a las mujeres para que no tengan que acostarse con sus jefes para ascender”.
Nacieron el 15-M. Les aburrían sus vidas burguesas. Salieron a la calle para gritar a coro como escolares en el recreo desde sus tiendas de campaña sioux en la Puerta del Sol: ¡No nos representan!. No necesitaron becas en la uni, ni en las estancias de idiomas en el extranjero. Papá pagaba todo. Hoy llevan sus hijos a colegios privados para no contaminarlos con el pueblo. Decididamente partidarios del hecho diferencial vasco, catalán, gallego, balear, murciano, albaceteño y mostoleño, huyen de todo lo que huela a España. Vividores de lo público, son pueriles, ingenuos y caprichosos, aunque hayan cumplido los cuarenta. No hay obligaciones, no, sólo derechos. Sus irresponsables padres los malcriaron concediéndoles todo lo que pedían, y ahora, desde el poder, nos amargan la vida. En campaña electoral sustituyen el coche oficial por un taxi, visten sudadera y visitan los barrios obreros para embaucar a los ingenuos que se tragan sus trolas.
¡Ah! Y les gusta dar la brasa con la Guerra, en la que solo hay buenos y malotes. Anuncian el retorno del fascismo ante la incredulidad de las masas. Les encantaría jugar a quemar iglesias una mañana de agosto como aquella de 1936. Pero lo que más define al progre, su postura más obtusa, es que piensa que repartiendo dinero se acaba con la pobreza, y regalando diplomas con la ignorancia, y vendiendo el coche, ya se puede comprar gasolina.
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