4 de marzo de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Los liberalios zelenskianos

Han visto y aún ven ciudades bombardeadas, pero lo que ha roto por completo a muchas personas, lo que no podrán superar jamás, es que Trump le dijera un par de cositas a Zelenski.

¿Se podrá volver a escribir poesía después de la escena del Despacho Oval?

Trump «estalla» en un momento concreto. Cuando el ucraniano le dice que el océano no le protegerá.

Zelenski le quiere imponer a él, allí, una narrativa que ha sido la de la Trama Rusa de Clinton, Biden y los neocones. Una narrativa que aquí nos tenemos que comer con papas (fritas), pero que Trump no tiene necesidad de aceptar: el mal ruso es tan incontenible que cruzando Europa entera y después el océano, acabará llegando a Estados Unidos. Zelenski, que ha perdido parte de su población y de su territorio, se atreve a darle lecciones a Trump sobre cómo proteger lo suyo.

Y Trump, por supuesto, reacciona. Y es ahí donde su tono cambia, pues toda la reunión fue cordial con el insolente invitado. Trump no es ningún loco y reaccionó con precisión: no estás en posición de decirnos qué sentir, de dictarnos qué temer.  En suma: no estás en posición de decirnos quién es nuestro enemigo.

Porque elegir el enemigo es un privilegio y, si no, que nos lo digan a nosotros.

Y hay dos razones poderosas para ello; una es realista: el poder. Estados Unidos tiene poder y Ucrania no. El poder (y también el poderío) de Rusia aconseja también ir concluyendo.

Otra razón, si se quiere más vaga, pero no menor, es la democracia. Trump es el presidente electo rebosante de legitimidad democrática. Ha sido elegido por el pueblo americano en lo más parecido a una democracia que hay en el mundo.  Esto es un pequeñísimo detalle que han decidido ignorar. Pero es la clave.

Las élites europeas, y no digamos su insufrible eco español, han sido incapaces de respetar la democracia americana y la figura de Donad Trump. Su error profesional, periodístico, político y personal es irreparable. Es un error tan alimentado por la mala fe y tan sostenido que no tienen dónde meterse. Pero no es un simple error. Es algo más. Lo que hacen es negarle la legitimidad. Trump les resulta insoportable porque supera su mundo intelectual, y porque además lo hace con más libertad y mayor legitimidad democrática.

En el Despacho Oval, Trump habló precisamente de un «mandato». Trump tiene sobre Ucrania un mandato electoral. No tiene que recabar el certificado de los filósofos españoles del Covid. Es lo más democrático que hay en el planeta.

Y, sin embargo, eso se le niega y se le concede a Zelenski. Una curiosa transmutación: Zelenski, títere del nacionalismo ultra ucraniano, es ahora el líder del mundo libre, el héroe, el titán democrático, el nuevo Churchill… Mientras que Trump, elegido escrupulosamente en una democracia formal, es un dictador, un tirano, una amenaza a Occidente, y tantas y y tantas cosas…

Los liberalios no son ya sólo liberalios. Están dando un paso serio y definitivo. Son liberalios zelenskianos entrando en un discurso de guerra, en una retórica de guerra.

Los euroglobalistas quieren ir a la guerra con Rusia (que vaya alguien) a defender los valores democráticos compartidos por Starmer, Von der Leyen y Zelenski.

Su negación de la realidad no puede detenerse porque está en juego su supervivencia (una entera arquitectura de poder europea). Su retórica pierde pie con lo real y se hace fundamentalmente incivil, belicista, antidemocrática. Su corrupción se eleva hasta el delirio. Y es ahora, en el simbolismo abusivo de Zelenski, cuando adquiere su verdadero relieve.

El socioliberalismo eurocrático, que no sabía cómo simbolizar y dar legitimidad a su Europa monstruosa, ya tiene en Zelenski al héroe, al paladín.

Así aspiran a justificar su huida hacia delante. Profundizar en la Europa antidemocrática con un ejército ordenado por la inelecta Comisión, por la vía exprés del Covid, con herramientas de control del discurso que cogen a los wokes (los liberalios son wokes tristes). Una fuga que puede adquirir tonos macarhtistas y que se justificaría en el odio metafísico a Putin (El Mal), convertido en nuestra amenaza existencial, como si España se jugara el no-ser en Jersón. A nosotros sí nos «dictan lo que sentir».

Esto se pone serio y los liberalios se hacen liberalios zelenskianos. Su discurso incorpora el maniqueísmo de la guerra, la mecánica psicológica de la trinchera. Su delirio se hace autoritario, belicista, incivil, se fortalece en una especie de supremacismo axiológico que hacen suyo. ¡Qué cosas no harían estos personajes si tuvieran la mitad de la mitad de la mitad del poder que tiene Trump!

Liberalios de Azov, así habría que responder a cada «derecha putinista» suyo. Son liberalios ultras, antidemocráticos, ahora sustancialmente violentos en su retórica (bombas, drones, misiles, javelins, ¡soldados, más soldados!), y en su infantil y cateta mitomanía churchilliana; sujetos a la estructura de poder europeo y a su infinita corrupción. Por eso coinciden internacionalmente con Sánchez, y en lo importante también internamente: en la inercia constitucional federal y en la muerte civil y política de la derecha discrepante, que asocian al enemigo existencial.

Y esto es muy serio. Si Putin es el mal absoluto, enemigo de Occidente, ellos han localizado en España una sucursal. No necesitan ya pactar con Bildu para hacer cosas así.

Niegan la democracia en Trump y arrojan al oponente al Mal absoluto. A un mal metafísico.

Mudamente y constitucionalmente golpistas dentro y Euro-autoritarios en el exterior (como Sánchez, su antisanchismo es otra estafa) el belicismo zelenskiano es un discurso a la medida de sus intenciones. Están con el golpe antinacional dentro y con el eurogolpe fuera. y su democracia será lo que pregonan de Zelenski. Harán suya la resistencia ucraniana para disfrazar su golpismo interno y externo.

El socioliberal revela aquí sin rubor un discurso antidemocrático. Cuestionan la legitimidad  a Trump, demócrata puro, para ellos un incómodo accidente que superar, y a partir de ahí hacen lo propio con los demás.

Es también un discurso de espaldas a la realidad. Un discurso fruto de ideologías y décadas de propaganda fosilizada. También de la soberbia del mundo intelectual socialdemócrata, que no se enteró de nada.

Pero también es un discurso de guerra, que lleva a lo público la polarización moral de la guerra. Es el discurso que por toda Europa cancela, aísla, estigmatiza.

En esto ha desembocado el consenso socialdemócrata y democristiano europeo,  cuajado en España de corrupción e inmoralidad liberalia; discurso belicista, halconero, indignado, antipopular, elitista, censor, contrario a la libertad de expresión, woke y macarthista. Cursi, estupidizante e incivil.

Es un discurso moribundo, que nada explica de la realidad, y que solo sirve para que una élite europea, sorprendida en su corrupción e irresponsabilidad, se mantenga agarrada a las instituciones.

Su fracaso es total y antes de reconocerlo. Antes de reconocer el fraude absoluto, y antes por supuesto de reconocer lo legítimo en el otro, prefieren la guerra, que en ellos significa que mueran los demás.

© La Gaceta

 

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