Julio Camba, tan elegante como su prosa

La mujer ideal del escritor

“El escritor es como el calamar, se defiende con su tinta”

Julio Camba

Entre todos los ángeles de Dios, ¿cuál es aquel que mueve nuestro dedo índice cuando, parados frente a la biblioteca, inclinamos hacia adelante un libro entre tantos libros? Allí duermen ellos, callados, entre días grises e iguales, fundiendo sus tapas, sus aromas y sus ecos. En ellos se descolora la tinta de algún subrayado apurado, un trébol de cuatro hojas, un pasaje de tren que guarda los recuerdos de una mujer ausente.

Ese ángel enigmático nos condujo hasta uno de los estantes en el cual dormía un libro de tapas negras y letras verdes: “Leonardo Castellani” se leía en el lomo, y de frente, “Crítica literaria”, con un suplemento titulado “Notas a caballo de un país en crisis”. Alguna vez hemos escrito acerca del autor y no es necesario sobreabundar en palabras, basta recordar que el cura Castellani fue un genio, quizás el argentino más irónico, brillante y polifacético de los muchos que haya parido este suelo.

En un texto recopilado en sus Notas a caballo de un país en crisis, que corresponde a un artículo publicado en 1962 en la cuyana Provincia de San Juan, Castellani le regala un ramillete de piropos a Julio Camba. Para nosotros, que admiramos profundamente a Castellani y que nos hemos formado por elección y peso gravitacional del idioma en la larga tradición del columnismo español; que nos asombramos con el ojo sagaz y la prosa alquímica de Larra –lo queremos porque es uno de los pocos ilustrados dolientes-, de González Ruano, del citado Camba, de Pemán o de Umbral, esas palabras de Castellani nos han hecho inflar el pecho. Abelardo Castillo -el bueno y torturado Abelardo-, un gran cuentista argentino, decía que una clave infalible en nuestra formación literaria es estar atento a las lecturas de aquellos que nosotros leemos con admiración. Que el cura Castellani pondere las virtudes de Camba fue un como un sello de lacre en el camino de nuestra vocación. – ¿Qué hay que hacer para escribir bien? Le preguntaron un día al cura santafecino. Y respondió: – Leer a los grandes y cuando uno se sienta a escribir, olvidarse de ellos. La prosecución de una unidad de estilo es el desafío de todo escritor.

¿Qué cosas dice Castellani sobre Julio Camba? Citamos al cura:

Camba fue el primer ensayista del mundo, porque logró juntar la suprema brevedad con la suprema eficacia. […] Este gallego Camba almacenó todo el sentido común español y lo alquitaró hasta reducirlo a su quinta esencia; y después anduvo paseando por el mundo para ver cosas y piedratocarlas con ese ácido.[1]

La hipérbole es parte del estilo de Castellani. En la misma línea, remata el cura sobre la figura de Camba:

Ortega y Gasset con quien paseaba él por Madrid (su único deporte) decía que cuando andaba con Camba, creía en Dios; y Camba no estaba muy seguro de creer en Dios, a lo mejor porque lo veía; y el que ve no cree, sino que ve. [2]

Cerramos aquel libro y fuimos a Camba, era obvio. Tomamos de otro anaquel un librito titulado Maneras de ser periodista, un breve vademécum sobre el oficio de escribir artículos que es una exquisitez, sobre todo en tiempo de tantos “analfabetos locuaces”, como dice entre nosotros Don Alberto Buela. Allí Camba parece escribir en pijama, como si lo hiciera recostado en la cama de una habitación del Hotel Palace de Madrid. Escribe sobre los peligros de los lectores aduladores, sobre los patrones tacaños, sobre la pereza o la inspiración. Escribe sobre el proceso de la escritura, sobre los sitios para escribir y los gajes del Oficio:

He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… […] El articulista es algo así como el avestruz; el avestruz lo convierte todo en cosa de comer y lo digiere todo: el articulista lo reduce todo a un artículo de periódico”[3]

Hacia el final de la obra, la pluma de Villanueva de Arosa se demora brevemente en un tema picante que nos animamos a citar y meditar con la libertad que nos regala El Manifiesto, periódico “política y socialmente incorrecto”. Camba especula irónicamente sobre la mujer ideal del escritor. Es maravilloso como a veces uno participa de alguna manera de la naturaleza del genio o quizás, simplemente existe un fondo común de verdades en el cual pescamos los que vagamos escudriñando la vida. ¡En cuántas tertulias hemos dicho lo mismo que expresa Camba!

La piedra de toque es una pregunta de un tal Maurice Hamel en la revista La femme de France. La mayoría de las lectoras de la citada revista proponen para un escritor, mujeres bonitas, inteligentes, distinguidas, elegantes. Y allí entra a tallar la fina ironía de Camba:

Yo opino que no es en la ley de las afinidades, sino en la de los contrastes, donde el escritor debe buscar la buena armonía de su matrimonio. Una mujer analfabeta sería, acaso, demasiado pedir; pero, por lo menos, que la mujer del escritor no lea nunca las obras de su marido, y no tanto por la posibilidad de que le desprecie como por la posibilidad de que le admire. ¿Se imaginan ustedes la tragedia del escritor admirado en su casa? […] Pase que, para no defraudar a sus admiradores públicos, el escritor tenga que alterar su naturaleza “posando” constantemente. Al reintegrarse a su hogar dejen que el pobre hombre pueda ponerse en mangas de camisa y respirar a gusto, expresando sus verdaderos sentimientos en un lenguaje sencillo.[4]

Y es esa una verdad de plomo, porque admirar significa “mirar con asombro”, y si bien la admiración puede ser puerta para el amor, con ella no alcanza. El ad-mirado es colocado en el lugar del genio y al genio no se le perdonan las caídas; por tanto, no se es indulgente con su humanidad. Cuando el genio desciende, la persona que lo admira se frustra y esa frustración, que tiene más de subjetivismo que de realidad, empieza a engendrar la distancia y, a veces, la repulsión. Cierra Julio Camba:

Nada de literatura. La mujer del escritor debe ser perfectamente antiliteraria. […] Fea, ignorante y, sobre todo, frugal. Pero ¿no vale más permanecer soltero, pagando lo que sea como impuesto de soltería, que casarse con una mujer así? Yo creo que sí, y que las lectoras de La Femme de France que quieran buscar hombres capaces de comprender y apreciar su belleza, su elegancia, su gracia y distinción, deben renunciar al gremio de escritores y dirigirse al de banqueros. [5]

Partimos de un cura argentino y llegamos a un escritor “gallego”. Creemos lícito volver a la Argentina porque este epílogo nos trae a presencia los versos de El reo de Leopoldo Lugones. Cuenta Lugones que estaban por ultimar a un desertor y que la ley contemplaba que, si una mujer por marido lo pedía, la pena le sería conmutada. Así sucedió y una mujer bien fea pidió por aquel reo para tomarlo por esposo. El hombre pidió que le quitaran por un instante la venda de los ojos para ver quién era aquella mujer. “No me conviene la prenda” dijo el reo y aceptó con valor los cuatro tiros. Y cierra Lugones:

Miserias por esperanzas
Ella buscó decidida.
Y al rigor de la fealdad
Él sacrificó su vida.

No sé qué creerán ustedes,
Más yo tengo para mí,
Que merece algún respeto
Quien supo morir así.

Lo dijo Camba: El escritor es como el calamar, se defiende con su tinta. Suscribimos.

 

  1. Castellani, L. Crítica Literaria. Notas a caballo de un país en crisis. Dictio, Buenos Aires, 1974: p. 503.
  2. Ibídem.
  3. Camba, J. Maneras de ser periodista. Libros de K.O, Madrid, 2016: p. 59.
  4. Ibídem: p. 89
  5. Ibídem.

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