22 de febrero de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

La extrema izquierda y la lucha armada. ¿Han abandonado de verdad las armas?

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El marxismo, que sigue siendo el pensamiento hegemónico de la extrema izquierda, encontró muy pronto una expresión guerrera en la praxis de Lenin y Trotsky. La emancipación social de las masas debeo grarse mediante la revolución, y esta revolución sólo triunfará a través de la guerra civil en una sociedad dividida entre dos bloques irreconciliables. Esta visión dominó la extrema izquierda en el siglo XX, incluidas sus variantes anarquistas, y cristalizó con las revoluciones rusa y alemana, seguidas de la lucha antifascista con la Guerra Civil española y la resistencia al nazismo. El resultado fue una cultura militante estrechamente vinculada a la perspectiva de la confrontación militar con las fuerzas de la reacción, un cierto romanticismo bélico y una asociación espontánea con la figura del partisano. Las referencias a la revolución armada y a las luchas de liberación en todo el mundo están omnipresentes en la mayoría de los movimientos a la izquierda de los partidos políticos representados en el Parlamento.

 

Teatro antifascista

Sin embargo, la violencia antifascista, que a menudo fue letal durante el periodo de entreguerras y la depuración, ha disminuido considerablemente en letalidad al igual que el nivel general de violencia política en Francia, y hoy en día consiste principalmente en reyertas callejeras y agresiones no letales. El grupo Action Directe (asesinatos y robos), la versión francesa de las diversas bandas terroristas armadas de los años de plomo, fue el último acto de violencia política. Pero incluso cuando Action Directe puso en práctica sus planes terroristas, fracasaron rotundamente a la hora

de ganarse la aprobación de las masas o precipitar algún tipo de levantamiento. Esto no ha impedido que el grupo goce –hasta el día de hoy– de un aura legendaria dentro del movimiento de ultraizquierda, y que su antiguo miembro Jean-Marc Rouillan multiplique sus intervenciones dentro de diversos movimientos trotskistas, anarquistas y antifascistas. A pesar de este legado, lo máximo que se ha visto son algunos atentados, aunque sin víctimas, contra el antiguo Front National (hoy RN) que el movimiento antifascista llevó a cabo hacia 1998-1999, bajo la etiqueta altisonante de un nuevo «FTP», representación típica del «teatro antifascista» que caracterizó los últimos años antes de la desdemonización del FN. La defensa judicial de este «FTP» fue también la ocasión del lanzar una «red de solidaridad antifa» que introdujo este concepto alemán en Francia.

El llamado asunto Tarnac en 2008 volvió a poner sobre el tapete la cuestión del sabotaje cuando se cortaron las líneas de la catenaria y un grupo de escritores anarquistas representados por Julien Coupat se vieron rápidamente acusados. Sin embargo, los daños reales fueron mínimos, y el caso pronto resultó ser una farsa jurídica, la cual hizo mucho por elevar el perfil del nebuloso Comité Invisible, cuyos libros siguen siendo best-sellers de la ultraizquierda y están disponibles en las librerías más respetables. En la misma línea, las acciones de los diversos movimientos ecorradicales, aunque también se inspiran en los escritos del Unabomber, no sobrepasan los límites del sabotaje benigno, que nunca tiene como objetivo a individuos, y cuyo impacto en el buen funcionamiento de la economía nacional es insignificante. Este estado de cosas permitió al muy popular movimiento Earth Uprisings impugnar y luego anular su disolución. Así pues, el izquierdismo revolucionario, incluida su variante ecologista, era más un marcador ideológico de la pequeña burguesía urbana que un verdadero ejército político en ciernes.

En Francia, es evidente que no se dan las condiciones para una guerra civil por motivos ideológicos, a pesar de cierta inestabilidad política, fracturas sociales y movimientos sociales muy recurrentes y extendidos, de los que los Chalecos Amarillos son el último ejemplo destacado. El Estado francés es uno de los más centralizados de Europa, con considerables medios policiales que no han hecho más que reforzarse desde la guerra de Argelia. La administración y las fuerzas militares y policiales están estrechamente controladas por las autoridades políticas, herencia de la V República bajo el dominio gaullista. La organización de

«grupos de combate» fue severamente castigada por los tribunales y la población fue gradualmente desarmada por una legislación cada vez más restrictiva. Para que se produjera una guerra civil, tendría que haber una clara división de la población, con armas, el comienzo de una organización militar y el control deun territorio inaccesible para el gobierno legal. Paradójicamente, estas condiciones sólo se dieron para la izquierda durante la ocupación alemana, siendo el FTP un movimiento marxista armado que constituyó un modelo de considerable fuerza. Pero fueron derrotados políticamente por De Gaulle, y la integración de facto de la Resistencia en el aparato del Estado privó a los comunistas de una herramienta que sólo podrían haber utilizado para ajustar cuentas con sus rivales nacionalistas durante la depuración.

Sin embargo, en Francia existe una importante población inmigrante en zonas donde el poder del Estado está en declive, cuya religión musulmana crea una clara división con el resto de la sociedad y los valores del gobierno, la cual población se está organizando en una contrasociedad, gracias sobre todo a las redes criminales armadas, existiendo una tradición en la izquierda que les es especialmente favorable: el anticolonialismo.

La violencia anticolonialista, que alcanzó su apogeo durante los acontecimientos de la guerra de Argelia, cuando contaba con el apoyo directo de los comunistas franceses, se ha ido diluyendo lentamente con el transcurso de los años, dando paso a los ajustes de cuentas entre comunidades rivales como los kurdos y los turcos, los israelíes y los árabes, y las facciones iraníes, a veces con resultados mortales. El atentado de la Rue Copernic, los asesinatos cometidos por Georges Abdallah y los intentos de asesinato ordenados por el régimen iraní contra diversas personalidades son sólo algunos ejemplos. La izquierda evoluciona paralelamente a este conglomerado de rivalidades interétnicas, manteniendo vínculos reales con el movimiento kurdo, la disidencia iraní y varias facciones palestinas (en particular a través de Salah Hamouri, miembro del FPLP). En 2023, ciudadanos franceses próximos al movimiento kurdo fueron condenados por planificación terrorista.

Por su parte, la nebulosa yihadista, lejos de no politizarse, ha teorizado abiertamente desde los tiempos de Al Qaeda que los atentados son un medio de acentuar la fractura entre las poblaciones musulmana inmigrante y cristiana autóctona de los países occidentales para conducirlas a la guerra civil. Esta estrategia fue desarrollada y adoptada en el tratado de Abu Bakr Naji Gestión del salvajismo, que inspiró a los fundadores del Estado Islámico. Sin embargo, aunque existen paralelismos evidentes con la cultura del levantamiento armado marxista, la yihad internacional nunca ha tenido vínculos concretos con la extrema izquierda, que siempre se le ha opuesto tradicionalmente en todo el mundo, como lo demuestra el reciente ejemplo del movimiento kurdo en Siria.

 

Del anticolonialismo al descolonialismo

A la izquierda radical, ante el agotamiento de sus modos de acción tradicionales, le queda jugar la carta de los suburbios, hacia los que se han desplazado las fantasías del marxismo moderno. La izquierda ha pasado del anticolonialismo al descolonialismo. El descolonialismo difiere poco de la ideología de sus antepasados, cuyos pilares fundamentales siguen siendo Karl Marx y Franz Fanon. Pero su centro de atención se ha desplazado del extranjero a Francia. El «colonialismo» ya no es simplemente la ocupación de países extranjeros, sino un sistema opresivo que estructura el conjunto de la sociedad y promueve su división a lo largo de líneas étnicas. En esta visión, las víctimas actuales del colonialismo son los inmigrantes que viven en suelo francés, en particular los musulmanes.

Así, donde antes la izquierda radical actuaba como fuerza auxiliar en suelo francés para frenar un esfuerzo bélico en el extranjero, ahora se imagina a sí misma como organizadora, agitadora y proveedora de conocimientos técnicos que darán a los suburbios rebeldes las armas políticas que necesitan para triunfar sobre el Estado francés. De este modo, espera hacerse con el monopolio de la representación política de esta revuelta y utilizarla para llevar a cabo su programa revolucionario. Ésta es la línea declarada de varios movimientos callejeros, en particular de Action antifasciste Paris-Banlieue y, en una versión menos belicosa, la que influye en el cambio de orientación electoral de La France insoumise. Sólo el tiempo dirá si los recursos de la izquierda radical están a la altura de sus ambiciones o si no es más que un teatro de representaciones típico de la vida de una clase media de intelectuales y funcionarios urbanos en busca de sentido.

 


 

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