Está claro que las cosas de la política (Machiavelo lo sabía muy bien) no suelen ir en linea recta, sino torcida. Retorcidísima, incluso a veces. Tal es el caso de las extrañas, incongruentes razones por las que la plutocracia europea se empeña en mantener viva, hastala completa victoria de Rusia, la guerra de Ucrania. ¿Incongruentes razones? No. Con su agudísima visión, Sertorio nos ofrece aquí la más que posible clave.
La negativa de la Unión Europea a alcanzar una paz inmediata en Ucrania resulta incomprensible; todos sabemos que la guerra está perdida y que el sacrificio de más hombres en el conflicto no va a cambiar nada. Por otro lado, cuanto antes se paren las hostilidades, menos territorio perderá Ucrania y las condiciones de su futuro serán mejores. Tal y como están las cosas, alargar más las operaciones sólo sirve para aumentar las posibilidades de una capitulación de Kíev ante Moscú. Sin embargo, entre la oligarquía europea no se levanta una sola voz para pedir el fin del conflicto. Al revés, los muy liberales y veganos comisarios de la humanitaria y pacífica Europa se han convertido en harpagones sedientos de sangre eslava. ¿Cuál es la causa de esta conducta?
La primera, sin duda, es la preservación de sus intereses; en la guerra de Ucrania se ha invertido mucho dinero y es el origen del gran negocio de los próximos diez años: el rearme. Miles de millones dólares se van a emplear en “defendernos” de una más que discutible “amenaza rusa”; si se llega a una paz negociada y los moscovitas se muestran razonables, esa amenaza quedará muy desdibujada. Más aún si el oso ruso, como es de suponer, entra en hibernación después de cuatro años de guerra. En semejante escenario, la gente empezará a no creer en la inminencia de una “invasión”, exigirá menos gasto militar y toda la bicoca de contratas, concesiones, coimas, mordidas y puertas giratorias correrá peligro. Una derrota ucraniana, sobre todo si acaba con los rusos entrando en Kíev y en Odessa, sería miel sobre hojuelas para los rábulas de la Unión Europea, que así podrían agitar con fuerza el espantajo de la amenaza rusa y crear el pánico entre la aborregada grey que apacientan los “informativos” de las grandes cadenas.
Además, nos encontramos con un cálculo político: para la plutocracia global, Ucrania ya se ha vuelto un frente secundario. Útil, sin duda, pero no esencial. La clave del negocio de esta guerra —como señaló Lindsey Graham, el senador belicista con nombre de actriz porno— reside en que los ucranianos matan rusos, y de esta forma se supone que “debilitan” al Kremlin sin que un solo soldado yanqui ponga una bota en la estepa. Para carne de cañón ya están los infelices súbditos de la shaika de Zelenski. Que Rusia se debilite es más que dudoso. Lo cierto es que los Estados Unidos han hecho caja prestando dinero y armas en grandes cantidades a la insolvente Ucrania. Préstamos leoninos de los que es avalista Bruselas. El déficit americano lo van a pagar las colonias del otro lado del Atlántico.
Pero el campo de batalla donde se juega la plutocracia global su futuro no está en el Dniéper, sino en el Potomac. Una derrota completa y aplastante del régimen del Maidán puede resultar deseable para los que quieren acabar con Trump y la hegemonía republicana en las dos cámaras. Dentro de un año son las elecciones de medio término, en las que el presidente yanqui se juega la mayoría en el Congreso y el Senado. Un desastre militar en Ucrania, semejante a los de Saigón y Kabul, sería la ruina de la administración Trump y el principio del fin de su mandato. Si la guerra se prolonga incluso más allá, pongamos que tres años, no sería difícil ver a los rusos entrar en Kíev, Odessa y Járkov. ¿Merece la pena perder una guerra en la periferia de Occidente para volver a tomar el poder en su centro, en Washington? Sin duda, sí. Ya habrá ocasión de encender otro escenario bélico contra Rusia en el Cáucaso o en Asia Central.
Todos saben que la situación militar de Ucrania se degrada a ojos vistas y que Zelenski y Syrski ya no disponen de la “mano de obra” suficiente para mantener todos los escenarios. El ministerio de “Justicia” del régimen tiene abiertas trescientas mil causas por deserción y el ejército no da abasto en todos los puntos donde los rusos presionan. Hace dos años, los avances eran de centenares de metros; ahora, los soldados de Putin avanzan a veces por diez kilómetros al día. Y todo ello en medio de un colapso energético que paraliza la vida civil, los transportes y la poca industria bélica que sobrevive a la lluvia de misiles rusa. Sólo la estrategia de “cuanto peor, mejor” explica la política belicista de los matarifes de cuello blanco que especulan con la sangre del pueblo ucraniano en Londres y Bruselas.













