¡Y van…! Empezaron con Rumanía, donde anularon simple y llanamente la segunda vuelta de las elecciones que iba a ganar Calin Georgescu, el candidato de la derecha patriótica (vulgo extrema derecha fascista y racista). Primero detuvieron a Georgescu y luego anularon su candidatura en las próximas elecciones de mayo. Ahora le ha tocado el turno a Francia, donde tres jueces han decidido excluir de las elecciones presidenciales de 2027 a Marine Le Pen, a quien el pueblo, con un 37% de intenciones de voto, estaba aupando a la cabeza de los sondeos, muy por delante de todos los demás candidatos. Añadamos el caso de Alemania, Austria y Países Bajos, donde la voluntad popular ha sido pisoteada por las triquiñuelas parlamentarias (¡perfectamente sí; lo jurídico y lo leguleyo está a salvo!) que han desplegado los partidos de la oligarquía liberal (tanto «popular» como sociata). Los partidos del Sistema han levantado su habitual «cordón sanitario» gracias al cual no ha servido de nada que las fuerzas social-patriotas hubieran conseguido el apoyo de la mayoría (mayoría no absoluta, pero mayoría). Unidos, conchabados todos los globalistas y biempensantes, los partidos patriotas se han visto apartados de cualquier participación en el poder (o sólo se les han concedido algunas migajas, como en los Países Bajos).
¿Qué conclusión sacar?
La conclusión salta a la vista. Eso en lo que vivimos, de democracia sólo tiene el nombre. Y es la propia oligarquía liberal la que, con medidas como las que acabamos de enumerar, lo pone al descubierto, lo deja expuesto a la meridiana luz del día. Es tal el miedo que los agarrota que..
Pero ¿ de qué tienen miedo, vamos a ver? ¿Acaso tienen miedo de que vuelvan «los días más oscuros de nuestra historia», como afirman mientras agitan el espantapájaros con el que tratan de espantar a la plebe? ¿Tal vez tienen miedo de que Putin acabe llegando un día hasta Lisboa? ¡Por favor, tales estupideces no se las creen ni ellos mismos! Y, sin embargo, no cabe duda de que un miedo cerval los ciega y les hace quitarse la máscara de la soberanía popular y del engaño democrático que desde hace tantas décadas ha sido el gran refugio en el que se han amparado.
Pero ¿de qué tienen miedo entonces? Tienen miedo —y uno los comprende— de que cambie el régimen, de que pierdan sus privilegios, chanchullos y poderes mil. Porque el día en que las fuerzas patrióticas tomen el poder, ese día no se va a establecer, desde luego, el régimen totalitario que los biempensantes dicen temer; pero ese día —si las fuerzas patrióticas son consecuentes con todo lo que prometen, si no vuelven a engañarnos a su vez— no será un mero Gobierno lo que caerá. Será todo un régimen, todo un sistema, todo un mundo.
Y eso que a nosotros nos hace jubilar, eso mismo —¡pobrecitos!— les hace desesperarse. Y, para intentar frenarlo, los biempensantes de toda Europa han preferido quitarse la careta democrática, y se han puesto a encarcelar, como en Gran Bretaña, a los europeos blancos; y se han dedicado a anular elecciones cuyo resultado no les gustaba y a destituir a candidatos que despreciaban. En una palabra, no les han dolido prendas en que su régimen se convierta en una descarada autocracia, en un totalitarismo… blando, es cierto; pero más insidioso, más sutil, que el totalitarismo puro y duro.
Caídas definitivamente las máscaras, acabado el engaño de la democracia liberal con la que han tapado sus vergüenzas durante tanto tiempo, ¿se abrirán por fin los ojos de los pueblos que hasta ahora tragaban toda la bazofia que se les daba? Esperemos que sí, deseemos que el tiro, a nuestros mangantes, les salga por la culata; pero andemos con tiento, porque el poder de la oligarquía es tan grande, y es tan poderosa la fuerza de los medios de cretinizar a las masas, que la cosa ni será fácil ni estará ganada de inmediato.
Pero un paso importante, un paso inmenso se ha dado a partir del momento en que, a ojos de todo el mundo —salvo los de quienes mantengan sus anteojeras—, ha quedado claro que el rey está desnudo, en cueros vivos.
Pronto se acabará. Pero aún
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