Mejor, dentro de lo malo, lo menos malo. Mejor que el PePe —ese partido, mezcla de wokismo (dulcificado) y de liberalismo desaforado— contenga con su victoria esa mezcla de wokismo desaforado y de nacionalismo que, como al resto de secesionismos patrios, caracteriza al BNG. Mejor, dentro de lo malo, que el ramplón PePe sólo imponga el unilingüismo gallego en escuelas y administraciones,pero no les imponga a los lingüísticos infractores las penas, duras y varias, que les impondrían los otros. Mejor, dentro de lo malo, que el wokista (dulcificado) PePe sólo imponga el ‘lenguaje inclusivo’ en sus propios discursos, y se quede (por ahora) ahí.
Total, basta no escuchar los aburridos discursos. Así lo hice por ejemplo ayer, no escuchando —sólo oyéndolo, pues sonaba en el bar— a no sé qué político (o política) que, además de hablar en el habitual lenguaje politiqués, lo hacía en un rarísimo español (“en gallego”, me advirtió alguien; “será en el suyo, no en el de Rosalía de Castro”, le advertí yo) donde afloraban cosas como “los electores y electoras nos han dado su”, “los ciudadanos y ciudadanas han decidido que”, etcétera. Lo de siempre, en fin, lo de todos (y todas).
Basta no escucharlos. Basta tratarlos como acabo de hacerlo. Basta ponerse al otro lado. Enfrente. Frente al Régimen.
¿Perdón?… ¿Qué así no hay forma de ganar unas elecciones? Pero… ¿y quién ha dicho que nuestra suerte dependa de las elecciones, sus amaños y trapisondas? Bien, aceptemos que la vida es dura y toca ir a las elecciones y tratar de ganarlas. Alguna rara vez, es cierto, se ha conseguido. Hagámoslo. Pero a sabiendas de que no es ahí donde está la vida. Hagámoslo como lo hacen, por ejemplo, el Fidesz húngaro de Victor Orbán, la AfD de Alemania, el RN de Marine Le Pen y el Réconquête de Éric Zemmour, en Francia, etc.
Hagámoslo como lo hacen esos partidos cuya base social se halla en obreros, campesinos y clases medias medio empobrecidas, mucho más que en acomodados burgueses de las clases altas. Se halla mucho más en la silenciada, aplastada población de campos y ciudades de provincias que en las clases altas de, pongamos, el barrio de Salamanca.
Ello, por más sinceramente de derechas (o de la derechona, más exactamente que sean estas últimas. Ello, por más que no haya ni que despreciarlas ni combatirlas en modo alguno. Lo que hay que hacer es atraer tales a nuestro campo, aunque sin darles la preeminencia o la exclusividad. Lo que no hay que atraer en absoluto, lo que hay que combatir, ¡y cómo!, es la gran plutocracia multinacional, con sus descomunales empresas, con sus aberrantes instituciones, empezando con la UE y siguiendo con esa OTAN a cuyas guerras tan aferrados están algunos de los nuestros.
Todo ello significa que la verdadera lucha, lejos de ser “la lucha de clases”, es la lucha por la Verdad, el Bien y la Belleza (y aquí empiezan a enfurruñarse mis amigos ‘rojipardos’, que hasta ahora estaban tan contentos). Todo ello significa que la impostergable lucha por la justicia social consiste en conseguir, por supuesto, que se mejoren lo más posible las condiciones de vida de los de abajo, pero sin que ello implique ni quitar la vida ni la propiedad a los de arriba.
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Si no quiere que le vuelva a pasar lo que acaba de pasarle en Galicia, ¿será posible que Vox, nuestro querido, nuestro imprescindible Vox —“sólo nos queda Vox”— entienda algún día tales cosas?