“No tienen ni idea de lo que han hecho”, advertía en un homenaje al activista asesinado en Utah, Charlie Kirk, su viuda Erika. “»A todos los que me escuchan esta noche en Estados Unidos: el movimiento que mi esposo construyó no morirá. No morirá. Me niego a permitir que eso suceda. … Nadie olvidará jamás el nombre de mi esposo. Y me aseguraré de que así sea. Se volverá más fuerte. Más audaz. Más fuerte y más grande que nunca. La misión de mi esposo no terminará. Ni por un instante”.
No es verdad. La misión de Charlie Kirk ha fracasado y ya está muerta, me temo: murió como el propio Kirk y en el mismo momento.
La misión de su marido, el proyecto Turning Point (Punto de Inflexión), se basaba en el convencimiento de que es posible emplear la razón, los argumentos y el diálogo como principal arma en la batalla cultural. Y la izquierda radical respondió con un disparo a la carótida desde 180 metros.
Puede argumentarse, y se está haciendo, que si no nos fiamos de las fuentes oficiales para tantas otras cosas, tras sucesivos engaños de calado, tampoco hay razón para que confiemos en ellas esta vez, que quizá su asesinato responda a un plan más complejo y que haya autores intelectuales detrás que desconocemos. A efectos de lo que quiero decir, da exactamente igual, porque lo que marca el fracaso irreversible de la estrategia de Charlie Kirk no es tanto su asesinato como las reacciones al mismo.
Celebraciones histéricas en TikTok, bailes, risas, bromas, alegría no solo por el asesinato, sino hasta por los detalles: por el chorro de sangre saliendo del cuello, por el hecho de que su mujer y sus hijos estuvieran presentes para verlo en directo. En los medios convencionales, el habitual “se lo estaba buscando”, incidir más en los supuesto, aunque inexistentes, “mensajes de odio” de Kirk que de algún modo justificaban su trágico final.
Listas. A la izquierda le encantan las listas. ¿Quién será el próximo?, se preguntaban no pocos en las redes sociales. Y hacían sugerencias de quién debía ser el siguiente comentarista conservador en ser retirado de la circulación. Bluesky, la red social que se creó para acoger a los exiliados del X de Elon Musk, alegando que el antiguo Twitter se había vuelto demasiado “violento”, era una orgía de parabienes y enhorabuenas.
Pero en algo tenía razón Erika Kirk en su discurso de homenaje, esa primera frase que encabeza este texto: “No tienen ni idea de lo que han hecho”. O esa otra del propio Kirk: “Si quieres conocer a alguien, observa cómo reacciona a la muerte de otra persona”. Y el ‘normie’ americano lo ha visto, por primera vez.
Los millones y millones de americanos del montón que no están en X o no lo frecuentan, los que obtienen su visión diaria de la realidad de las grandes cadenas y los grandes periódicos, aquellos para los que la política es algo marginal en sus vidas, a menudo una tradición familiar. Esos mismos se han visto obligados a mirar, a ver que está literalmente rodeado de gente que se regocija y baila de contento con la muerte violenta de un joven que solo usaba la palabra para defender aquello en lo que creía.
Así que este es el cambio sísmico: “No more Mr Nice Guy”, se acabó el tipo cortés que pelea siguiendo las normas del marqués de Queensberry en una lucha en el barro. En definitiva: se acabó la estrategia de Charlie Kirk. El normie ha despertado y ha visto el horror que puede contener el camarero que le sirve un café, su casero, cualquiera con quien se cruce por la calle. Y clama venganza.
Ha nacido en Youtube y en X un nuevo género: las listas de despedidos. Porque hay legiones de conservadores neurodivergentes (en paro, suponemos) dedicados en cuerpo y alma a investigar quién hay detrás de esas cuentas celebrando el asesinato y dónde trabajan, para informar a las empresas que les ocupan. Y está funcionando, ofreciendo el malévolo placer en no pocos casos de incluir la reacción de los interesados a su propio despido. Algunos son tan narcisistas que se graban llorando y pataleando al ver que sus acciones tienen consecuencia, y la derecha se está dando un atracón de lágrimas progres.
Durante una década, la izquierda ha acosado el pensamiento conservador en redes sociales, logrando que se despida, estigmatice, persiga, insulte y aísle a gente corriente por sus opiniones “heréticas”. Pero ahora, de golpe, la estrategia se vuelve contra ellos, y duele. Ninguna empresa, sospecho, les va a echar por sus opiniones políticas; pero pocas se arriesgan a tener un empleado que se ha significado por alegrarse de un asesinato.
El comentarista del Daily Wire Michael Knowles resumía en un tuit el cambio en la batalla:
“Tras el asesinato de Charlie, muchas personas exigen que redoblemos nuestra devoción por el «libre mercado de ideas». A primera vista, esta petición parece valiente y noble. En realidad, es imprudente y poco práctica. Teníamos un mercado abierto de ideas; la izquierda lo destruyó.
Los extremistas de izquierda no solo han cometido actos violentos en el mercado de las ideas; lo que es aún más escandaloso es que las voces mayoritarias de la izquierda han aplaudido y restado importancia a la violencia. En tales condiciones, no puede haber un mercado abierto, ni de ideas ni de nada más.
Los mercados requieren normas, confianza y medios comunes de intercambio. En otras palabras, requieren orden. La libertad requiere orden. No se puede ser libre y indisciplinado, por ejemplo, o libre e ignorante. Lo sabemos filosóficamente y también lo sabemos intuitivamente. Por eso no dejamos votar a los niños pequeños.
Lo que necesitamos ahora es reafirmar el orden. Debemos insistir en la aceptación de las verdades básicas y los bienes morales, no como el objetivo asintótico de un debate interminable, sino como el fundamento axiomático sin el cual no puede haber debate. Debemos excluir ciertos comportamientos antisociales e ideologías suicidas. Debemos, por citar una frase de Chesterton, detener «el pensamiento que detiene el pensamiento».
En términos prácticos, esto significa que debemos estigmatizar ciertas ideas y comportamientos malvados, y debemos excluir a las personas que insisten en ellos. Más concretamente, esto significa que las personas que persisten en tal desorden deben perder su posición social. En ciertos casos, deben perder sus puestos de trabajo. Debe haber consecuencias.
Con cualquier reforma política, es prudente pecar de cautelosos. Las ofensas que merecen tal ostracismo deben ser particularmente graves. Un buen punto de partida serían aquellos que celebran el asesinato de un hombre inocente”.
Su compañero del Daily Wire, muy alto en las listas de próximas víctimas de un disparo, Matt Walsh, se mostraba más enfático: “Es bueno que estas personas pierdan sus trabajos. Es bueno que sean avergonzadas y humilladas y que tengan que vivir con las repercusiones durante el resto de sus vidas. Es bueno que se despierten cada día hasta que mueran deseando no haber dicho lo que dijeron. No podemos tener una sociedad civilizada y decente a menos que haya graves consecuencias sociales para las personas que expresan públicamente sentimientos como estos. Estas personas son bárbaras. Salvajes. Y deben ser tratadas como tales. La «libertad de expresión» no significa que debamos actuar con otra cosa que repulsa y disgusto hacia las personas que dicen cosas repugnantes y repulsivas”.
Se acabó el “no somos como ellos”, que ha significado una especie de rendición preventiva, la negativa a usar medios que la izquierda ha demostrado sobradamente lo bien que funcionan.
Dios te tenga en la Gloria, Charlie Kirk, que con tu muerte has demostrado que tu estrategia de intentar convencer con argumentos y diálogo no sirve con estos enemigos.
© IDEAS – La Gaceta