Que unas lenguas languidecen y otras se fortalecen es un hecho. El inglés y el español, con grandes diferencias en la expansión, son lenguas en auge. El italiano se mantiene. El francés, el alemán y el ruso son lenguas en declive.
El francés pierde popularidad en las escuelas británicas y estadounidenses, fue lengua común entre las élites de la India, hoy desaparecida; fue lengua de cultura en la antigua zona de Indochina, formada por Camboya, Laos y Vietnam, y ya solo cuenta con reducidas comunidades francófonas, todas ellas semilingües. Su desaparición en Vietnam se inició 1945 y en pocas generaciones apenas quedó rastro. El alemán está en decadencia desde que, tras las grandes guerras europeas, fue lengua de perdedores, y se desmorona al igual que el ruso desde la desaparición de la Unión Soviética en 1991. Pero les espera una larga vida, porque tienen un pasado sólido, una literatura universal y un elevado número de hablantes monolingües.
Otra cosa es el futuro de las lenguas que carecen de hablantes monolingües como el irlandés, el bretón, el véneto o el romanche. Los hablantes monolingües vigorizan una lengua porque necesitan crear léxico y expresiones que cubran todas las necesidades de los continuos cambios en la evolución de las ciudades y los pueblos. Los ambilingües cubren esas necesidades casi siempre con la lengua de apoyo.
Recientemente leí una noticia alarmante, los hablantes de bretón, lengua condicionada por el francés, se han reducido a la mitad en solo seis años. En 2018 eran 214.000. en 2024 unos 107.000. El declive de la lengua celta no es una excepción, sino la norma de las lenguas que necesitan el apoyo de otra más útil, lo excepcional es la rapidez. Lo mismo podríamos decir de otras de Francia, o Italia, incluso de Rusia. Es decir, de todas las lenguas de hablantes ambilingües, incluso en España, donde también están en declive nueve lenguas, según la web Ethnologue. No lo están el catalán y vasco de esta parte de los pirineos gracias a las ayudas institucionales, o al menos eso es lo que indican las estadísticas de los respectivos gobiernos autonómicos, pero no sabemos lo que dirían otros estudios sociolingüísticos independientes, pues una cosa es que tengan gran número de hablantes, y otra que se transmita en familia de una generación a la siguiente.
Solo un 2,7% de los encuestados en los cinco departamentos de la Bretaña francesa histórica declara hablar bretón muy bien o bastante bien, según una encuesta libre realizada entre el 30 de agosto y el 8 de noviembre de 2024 en la que participaron 8.336 informantes residentes. Este tipo de encuestas no se hacen en Cataluña ni en el País Vasco, donde la obligatoriedad de escolarizarse en lo que ellos llaman lengua propia (aunque el español lo sea mucho más) ofrece cifras superiores según los estudios de la Lehendakaritza o de la Generalitat.
En la Federación Rusa se hablan 133 lenguas, de las que 35 son oficiales a escala subestatal y sólo una, el ruso, es nacional. Solo ruso y tártaro (seis millones en Tatarstán y Bashkortostan) gozan de buena salud, el resto, o son vulnerables, o están en serio peligro o cercanas a la extinción. Podríamos decir que es fruto de las políticas centralistas, claro que sí, como en Francia, como en Italia, como en Estados Unidos y como en Brasil, y eso a pesar de que legalmente tendrían derecho a recibir educación primaria y secundaria en una de las lenguas nativas de los pueblos de la Federación. Por una parte, las autoridades son conscientes de la importancia de la unidad nacional, y por otra las familias eligen la lengua más útil. Es verdad que los padres que quieren que sus hijos estudien en lengua materna deben solicitarlo, mientras que antes de 2017 era obligatorio.
Donald Trump no ha tocado la enseñanza en español ni el aprendizaje libre del español, pero sí a la página web y las redes sociales oficiales de la Casa Blanca. También lo hizo en 2017, y eso a pesar del amplio número de votos de la comunidad latina para un candidato republicano. La medida puede ser discutible, claro que sí, pero lo indudable es que, si bien el español es la segunda lengua de Estados Unidos, una realidad incuestionable, la única propia del país es el inglés, y si los anglófonos pueden ser monolingües, y de hecho mayoritariamente lo son, los hispanófonos monolingües se encuentran en inferioridad frente a sus conciudadanos. Por tanto, puede ser que piense, hay que promocionar la igualdad. Eso mismo pensaron los revolucionarios franceses cuando quisieron llevar su lengua a todo el hexágono en busca de la igualdad de oportunidades para que todo ciudadano integrado no tuviera que avergonzarse de ignorar la lengua de las clases acomodadas. Lo que no sabían, y todavía parece desconocer mucha gente, es que el aprendizaje de lenguas es algo tan automático que difícilmente se puede obligar a conocerlas.
La lengua bretona como la vasca, como la catalana, son tesoros culturares, un bien común que forma parte de la identidad de los individuos, pero solo si estos desean conservarla. Creo que mayoritariamente la sociedad se muestra a favor de la protección de las lenguas minoritarias o minorizadas, pero claramente en contra de la obligatoriedad de estudiar y aprender tal o cual lengua. Ni las lenguas ni las matemáticas llegan a aprenderse por obligación.
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