22 de febrero de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

EE. UU.: «La Derecha ha ganado de calle la guerra cultural»

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No somos nosotros quienes lanzamos de este modo las campanas al vuelo. Es nada menos que un periódico del Sistema, El Mundo, el que titula así, aunque para él las campanas doblan a muerto.
No es nada habitual que reproduzcamos un artículo de dicho diario. Pero esta vez lo hacemos con placer. El artículo, firmado por Jorge Benítez y Josetxu L. Piñeiro, se titula exactamente «Auge y caída del dominio de las ideas progresistas: “La guerra cultural la ha ganado la derecha de calle”».
El artículo es largo y nos limitaremos a su parte más destacada.

 


 

Empresas que abandonan los postulados woke, una juventud cada vez más conservadora y el dominio de internet presagian que en la era del ‘Trumpoceno’ el ideario progresista no volverá a ser la moral hegemónica de las democracias tras un reinado de tres décadas.

El comediante Bill Maher es un tipo muy divertido y con bastante mala leche que defiende el ateísmo, el matrimonio homosexual y la legalización de la marihuana. Y, por supuesto, odia a Donald Trump.

Sin embargo, su primer monólogo tras la victoria trumpista del 5 de noviembre dejó helada a su audiencia televisiva, mayoritariamente demócrata: «Éste es mi mensaje para los perdedores: perdedores, mírense al espejo», dijo cuando tan sólo estaba afilando su lengua. «Estas elecciones se basaron en gran medida en lo que he estado diciendo aquí durante mucho tiempo y que me ha hecho perder muchos seguidores: este país está harto de las tonterías progresistas que van en contra del sentido común».

¿Se imaginan al Gran Wyoming arremeter así contra la agenda de celebraciones por la muerte de Franco de Pedro Sánchez o el lenguaje inclusivo de Yolanda Díaz? Pues eso es lo que ha hecho Maher. Este famosísimo cómico de 68 años ha declarado que las nuevas generaciones sufren lo que denomina progresofobia, un fenómeno que define como una suerte de «desorden cerebral que les golpea y les hace incapaces de reconocer el progreso». «Es una ceguera selectiva que te impide ver que la vida de un joven en una residencia de estudiantes es hoy mejor que la vida en los estados del Sur antes de la Guerra de Secesión americana», satiriza.

Las palabras de Maher, votante confeso de Kamala Harris, son un canto fúnebre al credo progresista que ha marcado no sólo la historia reciente de EE. UU., sino la de todas las democracias liberales del mundo en los últimos 35 años. Un canto fúnebre porque el progresismo ha muerto, al menos como fuerza moral hegemónica. Así lo cree el pensador de origen turco Umut Özkirimli, defensor de la izquierda clásica y crítico con la deriva identitaria de su ideario, cuando en lugar de un diagnóstico lanza un epitafio: «La guerra cultural ha terminado y la ha ganado la derecha de calle».

Así que, en realidad, este artículo es una esquela.

—¿Cuándo se dio cuenta de que no se iba a salvar?

—El 7 de octubre de 2023, la fecha en la que se produjeron los ataques de Hamas en Israel, es clave —dice Özkirimli, autor del ensayo Cancelados (Ed. Paidós). En apenas unos meses todo se dio la vuelta y en países como EE. UU., Alemania o Francia fueron despedidos profesores por defender la causa palestina. Esto lo interpreté como el último clavo en el ataúd de lo woke.

El funeral de Estado del progresismo se celebrará este lunes en el ala oeste del Capitolio, cuando Donald Trump jure el cargo sobre una biblia y pronuncie su discurso presidencial siguiendo la tradición instaurada por George Washington en 1789. «La recesión de la agenda progresista de países y empresas ya está en marcha», dice Gideon Rachman, columnista estrella del Financial Times cuando se le pregunta sobre los invitados al sepelio. «Que Mark Zuckerberg haya dicho esta semana que el capitalismo estadounidense necesita más energía masculina es una prueba de por dónde van las cosas. El eslogan de Trump es drill baby drill (en referencia a la perforación sin pudor en busca de gas y petróleo) y los incendios en Los Ángeles no lo van a desanimar […]. Partidos como Vox, el alemán AfD y Reform en Gran Bretaña esperan que Trump tome la delantera».

Estamos sin duda ante las puertas de una nueva era que, aunque aún no tenga nombre, bien podría denominarse en honor a su más destacado protagonista como el Trumpoceno, con el 20 de enero de 2025 como fecha de inauguración. ¿Qué engloba ésta exactamente? No está claro. Eso sí, al menos puede clasificarse como un periodo en el que van a pasar muchas cosas, pero en el que nadie sabe cuáles son. Entiendan que es difícil pronosticarlo si el próximo líder del mundo libre defiende la anexión a las bravas de un territorio de sus aliados un lunes y, días después, se autoproclama pacificador universal tras negociar un alto el fuego en Gaza.

Sin embargo, hay algo que sí ha quedado claro en el Trumpocenolos postulados progresistas se preparan para una larga travesía por el desierto. Desde que ganó las elecciones hace sólo dos meses, en la sociedad americana ya se han detectado unos cambios sutiles pero muy importantes en su cultura de masas que no se habían dado en la primera victoria trumpista de 2016.

Esto demuestra una vez más que, al final, el negocio importa más que la ideología. Y la ideología de consumo del Trumpoceno está clara. Sólo en el último mes, Disney ha eliminado una trama sobre identidad de género de su nueva serie animada antes de su estreno, su liga de fútbol de americano, la NFL, ha anunciado que no va a sancionar a los jugadores que celebren sus tantos con el movimiento de caderas ortopédico que popularizó Trump en su victoria electoral a pesar de que nunca ha sido partidaria de las manifestaciones políticas y, por supuesto, la venta de gorras rojas con el logo MAGA (Hacer que América sea grande de nuevo) no para de crecer, incluso en la siempre progresista Nueva York

«Hay presiones conservadoras en este clima político y la gente simplemente anticipa un cambio en la Administración y […] alinea sus estrategias de forma acorde a los nuevos tiempos», explicó al Financial Times Trier Bryant, exejecutivo de Programas de diversidad, equidad e inclusión en Goldman Sachs y Twitter, en un artículo en el que se desvelaba cómo las grandes empresas están eliminando cualquier símbolo que pueda ser identificado como woke en sus notas de prensa, documentos corporativos y campañas publicitarias.

Sin duda, el caso más extraordinario de epifanía trumpista ha sido el de Silicon Valley, panteón progresista desde sus inicios. Los magnates de sus empresas más importantes buscan seducir a Trump y apuntarse al carro de sus grandes pares, Elon Musk y Peter Thiel. Por eso no han dudado en hacer donaciones para financiar la fiesta del lunes y pedir cita en ese First Dates de influencias en el que se ha convertido la mansión de Mar-a-Lago del presidente electo.

Todos parecen haber olvidado lo sucedido en 2020, cuando el ciudadano de raza negra George Floyd murió después de que un policía blanco le presionara el cuello con la rodilla durante más de ocho minutos convirtiéndose en un símbolo de la violencia policial. Ante la indignación social desatada, las empresas y fundaciones estadounidenses prometieron en tromba 12.000 millones de dólares en inversiones para abordar la desigualdad racial, según una encuesta de Bloomberg.

«Hay compañías que se retiran de su labor social y del green washing medioambiental porque antes la apuesta que funcionaba era la buenista, mientras que ahora la más rentable es la malista, que representan mejor que nadie Trump y Musk», dice Mauro Entrialgo, escritor y humorista gráfico que ha acuñado ese término para definir el antiintuitivo mecanismo propagandístico que consiste en la ostentación pública de acciones o deseos tradicionalmente reprobables y que plasma en su libro Malismo (Ed. Capitán Swing). «Esta es la época en la que lo malote es cool y decir barbaridades se percibe como algo que da réditos».

 

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