17 de enero de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Continúa la persecución de los adolescentes blancos en las escuelas de Francia (y II)

Continúa, por supuesto, la persecución de nuestros chicos y chicas, pues ni cuando ganen los buenos eso se arreglará de un día para otro. Pero lo que también continúa aquí es la segunda parte del reportaje (estremecedor) que François Bousquet ha efectuado sobre el terreno. El gran número de visitas obtenido por su primera parte (el mayor número desde que abrimos la nueva web) es prueba evidente tanto de la sensibilidad de nuestros lectores como del buen hacer periodístico de Bousquet.
Constatamos también que, a través de correos y redes sociales, nuestros lectores han promovido copiosamente dicho artículo. Así tiene que ser si queremos que nuestras ideas tengan cada vez mayor impacto y proyección. ¡Hasta triunfar!

 


 

Wesh, wallah, inch’Allah

Algarabía en las aulas, violencia en los pasillos, racismo ordinario, nada nuevo. Eso es lo que me recuerda Violaine, muy activa en las redes sociales, que fue a la escuela en Bron, en los suburbios de Lyon, donde frecuentó el instituto Joliot Curie, que en aquella época estaba situado justo al lado de un cuartel de la gendarmería. A principios de los años 80, una cuarta parte de los alumnos eran de origen magrebí. «En aquellos tiempos el insulto favorito de los magrebíes era «sales from» [quesos sucios] y nos decían que éramos racistas. Hoy, Bron es el Bronx, y los del queso han emigrado a otros lugares.

En Argelia, era la maleta o el ataúd[1]. Aquí, es mudarse a Bretaña o la sharia. Ya no hay sitio para los blancos. Es imposible ser un «jamón y mantequilla» en el país del kebab. Puede que eso diera la ilusión de funcionar hasta finales de los años ochenta. Ahora ya no. El cerdo doméstico ha seguido al galo: también él ha emigrado. Dimitri Pavlenko contó en la cadena de televisión CNews cómo tuvo que cambiar a su hijo de colegio para que en la cantina dejaran de llamarlo «halouf» (cerdo).

Para los que se han quedado, sólo hay una opción: convertirse en gentuza. Esta es la historia de Johnny Leclerc, que está convencido de llamarse Abdelbachir en Il était une fois dans l’Oued (2005), un pésimo relato de Djamel Bensalah, a medio camino entre La septième compagnie, versión de francotiradores argelinos, y un sketch de Smaïn. ¿Qué puede hacer un adolescente blanco en una urbanización de mierda, rodeado de chilabas, traficantes de droga y carniceros halal? ¿Votar a Mélenchon, examinarse de carnicero o convertirse al islam? Sólo hay que preguntárselo a Franck Ribéry. Algunos se las arreglan, como Romain, que fue al Instituto Georges Brassens de Taverny (95), donde el 60% de los alumnos eran europeos a finales de los noventa. La mezcla habitual de suburbios y viviendas sociales, en este caso los polígonos de Sarments y Pins. Otro chico de familia de izquierdas, ¡ahora activista (muy activo) de Reconquête! «Me vestía con un chándal al estilo chusma. Estaba en contra de ellos pero como ellos, sin involucrarme en la delincuencia. Fue el monopatín lo que me sacó de ese mundo.»

Pero Younes H. insiste en que lo normal es la asimilación a la inversa. «Resuelve caso por caso la cuestión del racismo contra los blancos. Las “víctimas” pasan a formar parte de la comunidad. Tienen el estatus de dhimmi, sin llegar a la conversión. Si no lo hacen, hay violencia física o verbal sistemática. La impregnación cultural es tan fuerte que los alumnos no convertidos se niegan a comer cerdo.»

Lo que me describe es un habitus dominado por el islam. Cada frase está salpicada de «inch’Allah», «wallah» (te lo juro), «starfoullah» (que Dios me perdone), «cheh» (bien por ti), y «sobre el Corán de La Meca», todo ello puntuado por la melodía del inagotable «wesh». Es a la vez la puntuación y la respiración del discurso, casi como una ecolalia y un reflejo pavloviano. ¡Wesh-wesh, uah-iah!

 

Atreverse a violar

«En Argenteuil –prosigue Younes H.– puede haber dos o tres alumnos blancos o de origen europeo por clase. En la inmensa mayoría de los casos, son absorbidos por el ambiente que les rodea. A partir de entonces, el racismo antiblanco no se expresará nominalmente, directamente contra ellos, sino contra los “franceses” en general. Hasta aquí los casos generales. Pero me encontré con tres contraejemplos. En primer lugar, un alumno blanco que, en la escuela secundaria, fue insultado, golpeado y extorsionado. Cuando llegó al instituto, se había convertido en el peor de los matones, siendo ultraviolento con todo el mundo, incluido el profesorado, hasta el punto de llegar a la escuela con una pistola eléctrica. Luego hubo una chica francesa, hace dos años. Estuvo sola todo el año, siendo acosada constantemente. Desgraciadamente, en la fiesta de fin de curso, fue violada por varios de sus compañeros. El caso quedó enterrado. No sé por qué ella misma no presentó una denuncia. El último caso es el de un franco-israelí que tuvo que abandonar el instituto durante la fiesta de Todos los Santos de 2023 porque fue muy acosado tras los atentados del 7 de octubre, a pesar de que era un chico que nunca había hecho ninguna exhibición pública de su fe.»

Moraleja: los franceses se han convertido en polizones en su propio país. «Lo último que hay que mencionar –me recuerda Camille– es que eres francés de nacimiento, lo que te convierte en un loser. Para evitar la vergüenza, buscábamos el menor rastro que pudiéramos tener de origen extranjero. Los profesores, encantados, eran los primeros en preguntarnos por nuestros orígenes.»

Hablemos de los profes. «En la “banlieue” hay dos blancos –me dice Frédéric B. (Jean-Pierre Timbaud, Bobigny)–: el profe y el poli. Para sobrevivir, el profe tiene que ser el antipoli. Lo importante es escapar a la maldición del grupo blanco demonizado. Esto es aún más cierto con las mujeres». ¡Ay, ay! Se nos van a cabrear Caroline De Haas y las locas de «Atreverse con el clito». En El fin de un primitivo (1956), Chester Himes ya había identificado, en el contexto afroamericano, esta relación turbia el negro fantaseado y la mujer blanca enloquecida, una fascinación mutua entre el pecado y el fruto prohibido, como si Eva se hubiera acostado con Cham en la Biblia.

«Lo veo en la “banlieue” parisina –me confirma Frédéric B.–, las profesoras han interiorizado su sentimiento de culpa hasta tal punto que buscan la redención individual. Pero, irónicamente, ellas, que tienden a ser “propalestinas”, se “israelizaron” después del 7 de octubre. Esto las empuja a ir cada vez más lejos.»

 

El síndrome de Estocolmo

Al reunir todos estos testimonios, pienso inevitablemente en Extensión del dominio de la lucha de Houellebecq. Tampoco he olvidado que esta investigación comenzó para mí cuando un joven becario, que ahora tiene 23 años y fue al instituto en Val-de-Marne (94), me habló un día de la jerarquía etnosexual en el patio del colegio. Me caí de la silla. «Los “matones” ejercen una enorme fascinación. Más “estilizados”, están en la cima de la escala, con los blancos abajo de todo, quedándose al margen y negándose a jugar al juego de la asimilación inversa. En medio, africanos que han adoptado los códigos culturales franceses y franceses que han adoptado los códigos culturales moro-africanos. Separación en lugar de conflicto. Excepto las chicas blancas guapas, que estaban con el grupo de la chusma.»

Se lo comenté a Frédéric B., que no se sorprendió: «Es la blanca, porque es el centro de las fantasías, porque va vestida más ligera, la que despierta el deseo, pero también el odio, porque puede ser linchada en cualquier momento. Salir con el macho alfa de la corte la protege y le da prestigio. Pero es muy frágil. El macho alfa que la toma bajo su protección puede con la misma facilidad publicar fotos sexys de ella en las redes sociales. Es mafioso. Cuando proteges, sometes.»

Los demagogos seguro que me remiten a los clásicos de la «calle», como la joya de William Foote Whyte, Street Corner Society (1943), que estudia la sociología de los chicos de la esquina y los universitarios. Aquí hay un poco de eso, pero exacerbado por el gran retorno de lo racial, tribal y drogadiccional. Lo racial, lo tribal y lo drogadiccional se barren cautelosamente bajo la alfombra, aunque sea una alfombra de oración; bajo la barandilla, aunque sea una boca de incendios; bajo el sello, aunque sea de plomo. Tan profundamente reprimido como los residuos radiactivos. Lo reprimido son todas las representaciones dolorosas o humillantes. ¿Cómo se reflejará, llegado el momento, el retorno de estas imágenes reprimidas? Ésa es la cuestión.

A este respecto, nada es más esclarecedor que el testimonio de Nicolas. Sus padres trabajaron en el extranjero hasta que él ingresó en cuarto curso en 1994, en el Jean de La Fontaine, en Crépy-en-Valois, en la región de Oise, a menos de una hora de la parisina Estación del Norte en TER. Era una escuela en la que al menos dos tercios de los alumnos procedían de fuera de Europa, incluido el 80% del Magreb. «Yo era blanco y un estudiante relativamente bueno, la mejor manera de llamar la atención. La clase no tardó en tomarme antipatía. Insultos, palizas constantes, bofetadas por delante y por detrás. Durante todo el año. Era puro odio. Odio a Francia, cuya nacionalidad estoy seguro de que la mayoría la tenían. Yo era el parangón de la Francia que odiaban…». Un largo silencio.

«No sé por qué me lo guardé para mí. Mi madre me recogió un día de la enfermería. Es muy borroso. ¿Qué podría haberle contado? Vivía una pesadilla despierta, no entendía lo que pasaba. Miraba a personas que no tenían humanidad. Los profesores lo sabían, pero no decían nada. Perdí mi inocencia en aquel infierno. Y entonces lo enterré todo, lo oculté todo, en primer lugar a mí mismo. Había un doble mecanismo de negación. No sólo callé, sino que interioricé tanto ese sufrimiento que tuve una especie de síndrome de Estocolmo. No creo estar solo en esto. Alrededor de los 16 años, empecé a identificarme con los inmigrantes, a escuchar música rap, a vestirme como chusma, a fumar porros, a adoptar códigos moro-africanos y a odiar lo que representaba Francia, cosa que hice durante un tiempo, mucho más allá de mis años universitarios. Odiaba al RN, los veía como “nazis”. ¿Cómo se explica esta amnesia selectiva? De hecho, le había dado la vuelta a todo, probablemente para unirme al grupo, a ser posible al grupo dominante. Quería ser “amado” por mis verdugos. La culpa judeocristiana en la que nos educan, aunque mis padres no tenían ninguna dimensión religiosa, nos empuja a querer dar la absolución a nuestros verdugos para poder vivir en paz con ellos, y más aún con nosotros mismos. No desperté hasta 2015, con los atentados. Tuve un shock, lo que en psicología llamamos una “poscrisis”».

 

La tumba del escolar desconocido

Síndrome de Estocolmo… Nada resume mejor el estado de la investigación universitaria. Existe un consenso académico que pretende que el racismo antiblanco existe. No hay ningún trabajo erudito sobre el tema, sólo una modesta colección de testimonios recopilados por Tarik Yildiz en Le racisme antiblanc (2010), un folleto de cincuenta páginas. ¿Qué peso tiene ante la avalancha de artículos y libros que nos dicen que este racismo es sociológicamente dudoso, ilegítimo y racista? Que sólo existe un racismo estructural, etc. Hay razones tácitas para esta negación. La primera de ellas es que estos profesores de enseñanza superior proceden de barrios acomodados o aburguesados. No pasaron sus años de secundaria en escuelas plagadas de problemas raciales. Tampoco lo hicieron sus hijos. Tienen el único privilegio que cuenta: el privilegio progre, parisino, metropolitano, con un capital cultural tan espeso como el Who’s Who y una buena conciencia tan alta como la Torre Eiffel. Hay que ser hijo de un vicerrector académico como Edwy Plenel o pertenecer a la muy alta burguesía como Clémentine Autain para estar a salvo de este racismo. Si salieran de su burbuja, verían que, para nuestros hijos, no existe el privilegio blanco, sino sólo la minusvalía blanca.

La única vez que realmente hablamos de ello fue durante las manifestaciones contra la ley Fillon en 2005, cuando un millar de jóvenes de los suburbios apalearon y robaron a decenas de «blanquitos con cabeza de víctimas», una agresión racista que denunciaron un puñado de intelectuales, entre ellos Finkielkraut, Julliard y Taguieff. Hemos hablado de David, hemos hablado de Kader, pero ¿quién habla de Sébastien?, escribían ellos. Nadie. «Sébastien» no existe. Es la tumba de este colegial desconocido la que hemos querido erigir. Y es a él a quien está dedicado este artículo.

 

Notas del autor

1 «En Saint-Denis, Aubervilliers y La Courneuve, los centros escolares sumidos en hechos violentos», Bondy Blog, 19 de diciembre de 2017. El artículo es antiguo, pero resume bastante bien la situación.

2. La nacionalidad sólo tiene aquí un interés administrativo. Todos los testimonios recogidos coinciden. «Nosotros éramos los “franceses”. Ellos, los “moros” y los “negratas”. Así nos llamaban y así se llamaban a sí mismos». En el cuerpo del artículo, las comillas –y la hipocresía que las acompaña– han desaparecido.

3. Se han cambiado todos los nombres, a veces las asignaturas impartidas, pero no los nombres de los Institutos. Algunos de ellos no se nombran en absoluto.Al nombre de pila de los profesores se les ha añadido la primera letra (falsa) del apellido, para distinguirlos de los alumnos. Muchas gracias a todos.

4. Cf. «Les écoliers de Montmartre n’iront à la Goutte-d’Or», Le Parisien, 30 de mayo de 2011; “Mixité sociale : école ghetto contre îlot bobo”, Le Monde, 21 de enero de 2017; “Les parents déchirés par l’école”, Libération, 17 de enero de 2018, etc.

 

Nota del traductor

  1. Célebre y siniestra consigna lanzada por el FLN argelino contra los emigrantes blancos: o bien la maleta (o sea, reemigrar) o bien el ataúd (el asesinato).

 


 

Segunda y última parte de este reportaje ofrecido por gentileza de Élements-El Manifiesto, nuestra revista llena de artículos de parecido nivel

 

Descúbrala, disfrute y ayude a El Manifiesto
Sólo 5 € en PDF y 10 € en papel

 

Logotipo, nombre de la empresa Descripción generada automáticamente

 

           

Compartir:

Más artículos de François Bousquet

Confirma tu correo

Para empezar a recibir nuestras actualizaciones y novedades, necesitamos confirmar su dirección de correo electrónico.
📩 Por favor, haga clic en el enlace que le acabamos de enviar a su email.