No cabe duda. Cuando una gran empresa como Campofrío lanza un anuncio de Navidad como el de este año, es que las cosas —no las cosas inmediatamente políticas, sino el ambiente, el caldo de cultivo en el que bañan lo que el aire del tiempo envuelve y mece— están empezando profundamente a cambiar.
Porque, como diría cualquier zurdo, el anuncio es “irritantemente rancio, casposo”. No sólo festeja como cada año la Navidad, y no “las Fiestas”, sino que tiene la osadía de sacar a la palestra lo más granado de nuestra Historia y tradición. Tanto la culta como la popular. Así aparecen desde Isabel la Católica y Santa Teresa de Jesús hasta Sara Montiel y José Luis López Vázquez, pasando por Cervantes, Quevedo, Góngora, Valle-Inclán , junto con Velázquez y Goya, sin olvidar a Gila y a Estrellita Castro.
En una palabra, desde lo más alto de nuestra Historia y nuestro arte hasta lo que de más castizo admira el sentimiento popular.
Pero lo peor para cualquier zurdo (o para cualquier liberal “centradamente centrista”) no es siquiera esto. Lo peor es que nuestros grandes personajes regresan a la patria… y no reconocen nada. Han desaparecido los teatros, las tiendas, las populares calles de antes. “¡Nos han quitado el barrio!”, exclama uno. “¡El barrio ya no es para los de aquí!”, añade otro, aludiendo explícitamente a los guiris de los pisos turísticos, pero apuntando veladamente a la inmigración que nos invade.
Queda sin embargo la gente, el pueblo. “Eso que nos hace estar en casa”. “Identidad lo llaman. Eso que no puede ser nadie más. Reconocernos en el otro.”
Y aquí, ante esa frase central de anuncio, es cuando el zurdo (o el liberalio) pega un brinco y decide que nunca más comprará nada de Campofrío.
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