Uno de los misiles instalados en los países bálticos y con los que España amenaza a Rusia, de forma parecida a como en los años 60 Rusia amenazaba a EE. UU. desde sus misiles instalados en Cuba.

[OTAN-RUSIA] Europa quiere ir a la guerra

Bruselas se ha convertido en un monstruo que es necesario descabezar.

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En las últimas semanas, analistas tan competentes como el coronel Pedro Baños, Lorenzo Ramírez o Fernando Moragón andan echándose las manos a la cabeza ante las señales, cada vez más evidentes, de que la Unión Europea desea ir a una guerra abierta contra Rusia y se está preparando para ella. El belicismo antirruso de Estados Unidos es más fácil de entender dentro del contexto de su enfrentamiento geopolítico con China y el bloque euroasiático, que desafía su hegemonía mundial. Ahora bien: ¿qué gana la Unión Europea promoviendo una peligrosísima escalada bélica contra Rusia, vecino próximo y potencia nuclear? ¿Acaso los líderes europeos no se dan cuenta de que Biden (es decir, quienes mueven los hilos de este decrépito presidente-marioneta) está utilizando a los países europeos de la OTAN al servicio de sus propios intereses?

El terrible ataque terrorista del pasado viernes 22 de marzo en la sala de conciertos en el Crocus City Hall de Moscú sólo puede entenderse en el contexto de la actual guerra de Ucrania. Dado que la guerra proxy de la OTAN contra Rusia a través de Ucrania no ha dado los resultados esperados, Estados Unidos pasa a una estrategia de acción directa, con un salvaje atentado dirigido a provocar una respuesta rusa que dé paso a una situación de guerra abierta contra Putin (la “autoría del ISIS” no se sostiene de ningún modo). Tras vaciar sus arsenales para armar a Ucrania, la OTAN carece actualmente de municiones para sostener durante meses una guerra de tipo convencional, lo cual indica que no es ése el escenario planeado por la Alianza Atlántica, la cual, sin embargo, sí puede hostigar el inmenso territorio ruso de otras maneras (básicamente, con incursiones aéreas desde las bases militares en suelo de Europa del este y desde portaaviones). Y, como Rusia no puede defender adecuadamente unas fronteras tan gigantescas, el paso al ataque nuclear (“escalada para desescalar”) es un elemento lógico y necesario dentro de la doctrina rusa de defensa.

Sabiendo como deben de saber todo esto los líderes europeos, se comprende todavía menos su inesperado ardor guerrero, mientras la aparente indiferencia de los burgueses eurócratas de Bruselas no puede sino causar estupor al espectador poco avisado. Dirigentes como Úrsula von der Leyen, Josep Borrell, junto a grises cancilleres como Olaf Scholz: todos ellos, aunque cada uno a su modo y con sus matices, parecen marchar alegres y despreocupados hacia el horizonte del holocausto atómico. Y, al frente de tal tropa, ese pequeño Napoleón que está resultando ser el inefable Emmanuel Macron, el más entusiasta ante la idea de mandar soldados de la Unión Europea a suelo ucraniano. En realidad ya están desde hace tiempo de manera discreta, secreta o camuflada, igual que es pública la presencia de mercenarios colombianos y estadounidenses al servicio de Zelensky, a quien se le está acabando la carne de cañón autóctona a la que enviar a la picadora de carne que es el frente; pero ahora se trataría de ir un paso más allá “en defensa de los valores de la democracia” [sic], según la grandilocuente expresión de Macron. Y la pregunta es clara, urgente e inmediata: ¿por qué todos los líderes europeos hablan de continuar e incluso intensificar la guerra contra Rusia, y en cambio nadie habla de lo que sería más lógico y sensato, que es sentarse a negociar?

La respuesta a tal enigma parece estar en los planes ocultos de los líderes europeos (y de la élite globalista) para Europa. Y es que la intención de la Unión Europea es provocar que termine produciéndose algún tipo de guerra abierta directa entre la Europa de la OTAN y Rusia, más allá de la guerra proxy existente desde hace dos años y que está utilizando cínica y cruelmente al pueblo ucraniano. Y -se preguntará el lector-, ¿para qué necesita la Unión Europea un enfrentamiento directo contra Rusia? Ni más ni menos que para alcanzar su verdadero objetivo no declarado, que es implantar un gobierno dictatorial centralizado a nivel europeo y establecer un estado de excepción que ampare todo tipo de atropellos y desmanes contra la población europea autóctona.

Digámoslo de manera aún más clara: la Unión Europea necesita algún tipo de guerra directa contra Rusia como excusa para establecer una dictadura y suprimir para los europeos todo tipo de derechos y libertades. Es por eso por lo que los antaño timoratos líderes de la UE, y los burócratas de Bruselas, no muestran empacho alguno en echar cada vez más leña al fuego del conflicto ucraniano. El arrogante Macron, queriendo ver a Francia siempre como líder de las operaciones, tiene más prisa que ninguno y parece decirle a Putin: “¡Venga, vamos, allez Vladimir, ponte los guantes de una vez! ¡Pelea, pelea!”. Sus socios, un poco asustados ante la posible deriva de los acontecimientos, no le acompañan de momento en su inmoderado entusiasmo bélico. También ellos comparten el plan, también ellos están en el ajo de lo que se cuece entre bambalinas en las altas esferas continentales, a espaldas de la ciudadanía; pero, a la hora de la verdad, ¿a quién no le tiemblan un poco las piernas ante la imagen evocada de un hongo atómico?

Sin duda, he aquí uno de los principales elementos a considerar dentro de un análisis objetivo de la situación en la que nos encontramos. ¿Es que los líderes europeos, culpables de un crimen de alta traición a sus respectivos pueblos, no temen el peligro atómico en caso de un enfrentamiento militar directo contra Rusia? Mi personal hipótesis al respecto es que los irresponsables, ineptos y criminales líderes occidentales, con Von der Leyen y Macron al frente en Europa, piensan que, dado que sería imposible mantener un par de años una situación de guerra convencional contra Rusia sobre territorio europeo (semejante a la de Ucrania) por la actual falta de municiones, lo que sí podría hacerse es, utilizando la maquinaria de propaganda occidental, culpar a Rusia (por ejemplo, de una respuesta al atentado de Moscú), victimizarse a sí misma y conseguir ese gran objetivo que es las guerra abierta contra Rusia. Una guerra librada a nivel global (flota de portaaviones norteamericanos en el Mediterráneo, flota del Pacífico) con un uso limitado de bombas atómicas tácticas rusas sobre territorios periféricos europeos, como la propia Ucrania, Polonia, los países bálticos, Finlandia o Rumanía, y de bombas análogas de la OTAN sobre territorio ruso, sin que ello condujese necesariamente a una escalada descontrolada de las hostilidades que situase a las grandes capitales de Europa occidental como objetivo posible de los misiles nucleares de Putin. Los analistas de sus respectivos Estados mayores les han dicho a los dirigentes de la Unión Europea que un escenario así es sumamente improbable, y que sería más factible algún tipo de conflicto más o menos convencional contra Rusia con el territorio de Ucrania, Este de Europa y ruso-occidental como principales teatros de operaciones. Así que los líderes europeos, tranquilizados sobre las dimensiones y alcance de esa posible guerra directa contra Rusia, dan rienda suelta, sin reparos, a unas soflamas retóricas que en cualquier momento pueden pasar de lo simplemente verbal a lo crudamente real.

¿Y qué sería “lo crudamente real”, y también lo deseado por la Unión Europea? Una situación de guerra directa más o menos controlada, dentro de ciertos límites, que permitiese a los países de la Unión implantar medidas dictatoriales, muy difíciles de imponer si no es en un estado de absoluta excepción. Es decir, la guerra como excusa para la adopción de una “economía de guerra” de la que ya está hablando Emmanuel Macron, nuestro pequeño aspirante a mariscal de campo. Y no sólo de eso. Una población europea aterrada, que entraría en pánico, aceptaría todo tipo de restricciones, controles y supresión de derechos. Sería el fin de la libertad de expresión, ya hoy gravemente amenazada en los países de Europa occidental (la orden de cierre de Telegram por parte del juez Santiago Pedraz sólo es un anticipo de lo que puede venir). Control absoluto de las comunicaciones por internet, confiscación de bienes y recursos de particulares, desplazamientos masivos de población, restricción de la libertad de movimientos, medidas de carácter colectivista, derrumbe económico que obligaría a millones de europeos a depender de subsidios de mera subsistencia, cartillas de racionamiento, militarización forzosa de la sociedad, suspensión indefinida de las elecciones democráticas nacionales, gobiernos como simples delegados instrumentales bajo las órdenes de las autoridades de Bruselas, autoerigidas (ellas y las élites transnacionales en las que están integradas) en dueños absolutos de vidas, haciendas y destinos en Europa. Y todo ello no como un escenario transitorio, sino como una “nueva normalidad” sin fecha de caducidad en una Europa que, al menos tal como la hemos conocido hasta ahora, habrá dejado de existir.

Vemos, así, cómo se aplica una vez más el viejo adagio masónico: Ordo ab Chao. El caos como fuente de orden, el miedo como fuente de obediencia. La aspiración consiste en crear un Superestado orwelliano, análogo en muchos sentidos al de 1984. A la misma vez, se seguiría avanzando en la actual guerra de Bruselas contra los agricultores y contra el campo europeo en general. Se trata de destruir todos los focos de resistencia y de vida tradicional e independiente, y el mundo rural es uno de ellos. En cuanto a la economía europea, el objetivo que se persigue es arruinarla, dado que esa ruina es también condición necesaria para que una población amedrentada y desesperada acepte las medidas draconianas que se le presentarán. En cuanto a las grandes empresas europeas, todas las que puedan deslocalizarán su producción hacia Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá), como ya han empezado a hacer algunas ante los costes energéticos prohibitivos actuales en Europa. Evidentemente, la voladura del gaseoducto Nordstream por parte de los equipos de operaciones especiales de la OTAN se encuadra en la lógica de un plan que tiene como objetivo la destrucción de Europa tal como la conocemos. Con el consiguiente beneficio de Estados Unidos, que absorbería gustoso una gigantesca corriente de capitales financieros que huirían de una Europa en guerra y se refugiarían al otro lado del Atlántico.

Tal vez pueda parecer que el cuadro que acabo de describir para un próximo futuro en Europa es demasiado alarmista y nunca se convertirá en realidad. Hay guerra contra Rusia en Ucrania, sí, pero nunca la habrá en Europa como tal. Sin embargo, y como vienen repitiendo los analistas a los que citaba al principio del presente artículo, las señales de que la Unión Europea se está preparando para una guerra directa contra Rusia son cada vez más evidentes. Nadie en Bruselas, ni tampoco en los cuarteles generales de la OTAN, habla de paz, de negociar con Putin, de buscar al menos un alto el fuego, de acabar de una vez con el terrible conflicto en Ucrania. ¿No deberían preguntarse los ciudadanos europeos por qué?

Las líneas de fuerza en el presente son bien visibles, y hoy en Europa apuntan hacia el horizonte de una guerra que sería catastrófica. Los aprendices de brujo de la Unión Europea creen ser capaces de cabalgar el tigre. Pero ya se sabe que los tigres siempre han sido muy malos de cabalgar, especialmente por parte de jinetes arrogantes y estúpidos como los políticos europeos de la hora presente. Unos políticos a los que les apetece “jugar a la guerra” contra Putin, creyendo que un cinturón de seguridad territorial (básicamente, los países de Europa del Este) los preservará de las consecuencias más mortíferas de la guerra, que no llegará a desarrollarse en el solar europeo-occidental propiamente dicho. A la vez, en fin, que esa guerra crea las condiciones excepcionales necesarias para que una población cobarde y asustada acepte la implantación de una verdadera dictadura totalitaria.

En vez de cabalgar el tigre que nos llevaría a ese Superestado masónico y orwelliano deseado para implantar en nuestro continente el Nuevo Orden Mundial, los jinetes que dirigen nuestro carro —Macron, Sunak, Scholz, también nuestro servil y amoral Pedro Sánchez— andan camino de convertirse en los cuatro jinetes del Apocalipsis. Porque, en caso de producirse una situación de guerra abierta generalizada de la OTAN europea contra Rusia, con el respaldo interesado de Estados Unidos, se produciría también un efecto dominó que afectaría, de un modo u otro, a todos los países del mundo. De este modo, la guerra contra Rusia devendría en franca Tercera Guerra Mundial. Una guerra deseada por las élites anglosajonas occidentales, que saben que no se pueden hacer tortillas sin romper huevos y que siempre han sido tan proclives a la guerra como “deporte político” y a los actos de piratería como acciones legítimas dentro de un mundo internacional entendido al modo hobbesiano.

Expuestas las cosas muy en resumen, éste es el plan. Un plan que se va perfilando y completando poco a poco en los pisos superiores de los rascacielos de Bruselas y de la OTAN. No todos están de acuerdo en todo, el plan no es algo ya acabado y cerrado, sino que va corrigiéndose y completándose sobre la marcha. El espíritu que flota en el ambiente es que se ha dado luz verde al horizonte de una guerra directa contra Rusia. A algunos les da todavía un poco de vértigo, pero las garantías de los expertos de la OTAN en la teoría de juegos les tranquilizan: así que, ¡a jugar!

Ahora bien: como en este juego los ciudadanos europeos tenemos mucho que perder, se hace más necesaria que nunca una movilización continental que detenga esta locura. Tenemos que entender que la Unión Europea es ahora mismo el mayor peligro para la paz en el mundo, y que pretende iniciar una guerra nefasta contra los intereses de sus propios ciudadanos. En este contexto, las próximas elecciones al Parlamento Europeo cobran una importancia inusitada. Las recientes movilizaciones de los agricultores europeos nos marcan también el camino. Bruselas se ha convertido en un monstruo que es necesario descabezar.

Y, finalmente, recuerde el lector aquello de: “Tiempos difíciles crean hombres fuertes. Hombres fuertes crean tiempos fáciles. Tiempos fáciles crean hombres débiles. Hombres débiles crean tiempos difíciles”. Recuérdelo cuando, tal vez dentro de pocos meses, vea a su alrededor la destrucción de Europa por doquier y se pregunte cómo hemos podido llegar hasta aquí.

 

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